El primer madrug¨®n de Sabina
No estuvo el de ?beda, pero s¨ª sus m¨²sicos de cabecera. Y sus canciones sonaron ayer como nunca antes: a plena luz del d¨ªa
Hay gente que un domingo al mediod¨ªa ya ha hecho casi de todo. Luego est¨¢n los m¨²sicos noct¨ªvagos, esos que se sienten m¨¢s c¨®modos en las horas crepusculares, bajo la luz tenue y artificial de un peque?o escenario. As¨ª es la banda escudera de Joaqu¨ªn Sabina, el tr¨ªo formado por Pancho Varona, Mara Barros y Antonio Garc¨ªa de Diego: ayer, en la sala Truss del WiZink Center (Palacio de los Deportes), afrontaron el concierto con visible desconcierto. Estos encuentros, que el tr¨ªo lleva organizando una d¨¦cada, ayer dentro de Los Matinales de EL PA?S en colaboraci¨®n con Planet Events y Les Nits de l¡¯Art, se llaman Noches sabineras pero, por primera vez, sonaron bajo un sol radiante.
Empezaron los conmilitones, como no pod¨ªa ser de otra manera, refiri¨¦ndose a la ausencia de nuestro versista cr¨¢pula por excelencia: "Esta va por Joaqu¨ªn, que a esta hora debe estar durmien... Bueno, igual ni se ha acostado todav¨ªa", bromeaba Varona antes de empezar los acordes de Peces de ciudad. El guitarrista puede permitirse la sorna que quiera, no en vano acompa?a a Sabina desde principios de la d¨¦cada de los ochenta. Quien los haya visto en un escenario habr¨¢ captado de inmediato su fraternal complicidad, fraguada a golpe de conciertos y horas de grabaci¨®n. Es m¨¢s: el cantante no podr¨ªa explicar su ¨¦xito sin Pancho Varona. Sus letras, tan espont¨¢neas y m¨¦tricamente perfectas, nunca habr¨ªan encontrado mejor acomodo que en las seis cuerdas de este m¨²sico virtuoso, contenido y certero, capaz de llevar la misma canci¨®n de la rumba al blues pasando por el tango, el rock o la copla con inusitada elegancia y naturalidad.
Su compa?ero, Antonio Garc¨ªa de Diego -teclista, guitarrista, armonicista y productor-, lleg¨® un poco m¨¢s tarde, pero eso no le ha impedido participar en la composici¨®n de m¨¢s de medio centenar de canciones de Sabina. Mara Barros, polifac¨¦tica vocalista que brilla m¨¢s cuanto m¨¢s aflamencado es lo que canta, ha acompa?ado al art¨ªfice de 19 d¨ªas y 500 noches de gira por todo el mundo. No hablamos, por tanto, de una banda descabezada: los tres cantan, tocan y recorren el cancionero de Sabina con absoluta soltura y conocimiento de causa. Incluso se permiten alguna licencia: tocaron Donde habita el olvido con una tonalidad distinta y arreglos premeditadamente blueseros. "Esta es la versi¨®n primigenia, la que le propusimos al principio a Joaqu¨ªn", contaba Garc¨ªa de Diego, "pero ¨¦l quer¨ªa algo m¨¢s mel¨®dico, por eso le llamamos liric¨®n. La hemos tocado as¨ª aprovechando que no est¨¢".
Los fans del jienense tuvieron ayer motivos para no echarlo demasiado de menos. Sonaron Una de romanos, Con la frente marchita, La del pirata cojo, Pongamos que hablo de Madrid -en la que la guitarra de Varona alcanza su culmen-, Que se llama soledad o Y sin embargo, en el tramo final, con la introducci¨®n a cargo de una Mara Barros encendida, pose¨ªda por Conchita Piquer, que ya se hab¨ªa olvidado de la hora que era. "Yo me hice cantante para trabajar de noche", se quejaba, m¨¢s jocosa que quejosa, al principio del concierto.
El recital super¨® con holgura las dos horas (y aun as¨ª se quedaron cortas para concentrar el cantar?sabinero), durante las que incluso subieron unos cuantos espont¨¢neos del p¨²blico a cantar al micr¨®fono, en un inesperado karaoke que disputaba el ic¨®nico bomb¨ªn del cantante. El recital termin¨® m¨¢s por las ganas de irse a comer de los miembros de la organizaci¨®n, que por unos m¨²sicos dispuestos a continuar hasta ara?ar las primera horas de la noche. Como ese coraz¨®n que ara?a Sabina en Que se llama soledad, una de sus tonadas cumbres que, por cierto, tambi¨¦n son¨®.
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