Anhelo Madrid
El autor destaca lo que une a la capital de Espa?a y a la de M¨¦xico, pero se queja de las profundas carencias de la ciudad americana que tanto ama
No conozco a nadie que odie Madrid. No he cruzado con alguien que se queje de sus calles como si fueran venas atrofiadas por las varices o met¨¢fora de las piernas gordas de mujeres que usan pantuflas hasta en invierno para ir por la compra o pasear a un perro siempre diminuto que ha de llamarse Chiqui. Rara vez el lamento por el abultamiento del tr¨¢fico o la lentitud de unas obras se torna en declaraci¨®n irascible de odio hacia la ciudad que siempre parece la misma y rejuvenecida, la que se lava la cara de noche y amanece con las caras de las biograf¨ªas o recuerdos de cada barrio intactas; rara vez se escucha que alguien reclame de veras al urgencia de instalar un mar en pleno parque de El Retiro o abrir una brecha navegable que una a la glorieta de Embajadores con la ciudad de Toledo como extensi¨®n del Tajo y que se navegara hasta Lisboa en pocas jornadas de lamentos constantes.
Por el contrario, todas las personas que anhelan Madrid parecen amarla como una amiga infalible. All¨ª est¨¢ la capital intacta de tanto sue?o, la del recuerdo de una caminata a solas y luego, el paseo de una conversaci¨®n que no ha terminado. La madrugada que alguien so?¨® como satisfacci¨®n y el atardecer compartido con tantos muertos que levitan por las calles de Madrid bajo la iluminaci¨®n anual de los deseos, las caras enrojecidas de los ni?os que usan gafas y las se?oras con mascada de seda que se cubren la cabeza como si desfilaran por un templo sin techos. Todos con la secreta admiraci¨®n y callado orgullo de una ciudad que se vuelve anhelo entre los dedos al mismo tiempo en que se palpan sus calles y sus plazas, cada banca personalizada y generalizada para sosiego de un solo instante en que se le piensa como milagro.
A contrapelo, conozco a miles de habitantes que padecen a la Ciudad de M¨¦xico como una venganza, como una abierta grieta de abusos continuos con inventos urban¨ªsticos que son no m¨¢s que pretexto para afear, estorbar y mancillar la cara de una ciudad que fue perfecta. Lejos de Madrid, la ciudad de M¨¦xico padece el insulto diario de quienes ya no soportan tener que cruzarla en medio de todos los peligros asociados a las selvas, a la fauna de colmillos afilados y al polvo del desastre. La historia de dos ciudades refractadas en el espejo trasatl¨¢ntico que las une inevitablemente en los p¨¢rrafos que alguien lee de madrugada con el deseo de que la prosa las confunda y se corrija en tinta roja la tajante distorsi¨®n que las aleja, una de otra, cada d¨ªa m¨¢s y m¨¢s
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