Berger y el Pompidou
La muerte del autor de ¡®Modos de ver¡¯ coincide con el cuarenta aniversario del centro cultural y museo que modific¨® de ra¨ªz el acceso del p¨²blico al arte en todas partes
La muerte de John Berger cerca de Par¨ªs me ha pillado rumiando sobre los cuarenta a?os del Pompidou, la colosal estructura de fachada impensable hasta entonces. Fue concebido por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers para dar la vuelta a la idea de museo y convertirlo en la primera catedral del turismo cultural de masas incipiente. Berger y su equipo hab¨ªan logrado emitir un poco antes, en 1972, su serie en la BBC Modos de ver. La televisi¨®n y la arquitectura coincid¨ªan en resaltar una clave de los tiempos: los medios de comunicaci¨®n masivos hab¨ªan alterado de manera fundamental la percepci¨®n del arte. Era hora de darse cuenta de que viv¨ªamos en un mundo de im¨¢genes: el arte es una m¨¢s, su jerarqu¨ªa est¨¢ en cuesti¨®n desde entonces.
El Pompidou abri¨® el 31 de enero de 1977, tras una larga y compleja historia de desencuentros entre pol¨ªticos, gestores y analistas culturales. Lleva el nombre del presidente que lo mand¨® construir, en el coraz¨®n del antiguo mercado de abastos de Les Halles, pero que no lo ver¨ªa nacer: se muri¨® antes y lo inaugur¨® su sucesor Chirac. Acostumbrados hoy a ver surgir museos y centros de arte mastod¨®nticos, en una peque?a ciudad en los noventa espa?oles o en Uzbekist¨¢n recientemente, puede costar imaginar qu¨¦ supuso el Pompidou.
Nadie daba un duro por ¨¦l, ni en Francia. Yo trabajaba entonces en la secci¨®n cultural del diario Avui y los colegas fuimos convocados al Instituto Franc¨¦s para recibir la buena nueva. Hab¨ªa que eliminar suspicacias, la apuesta p¨²blica francesa era de envergadura econ¨®mica y ambici¨®n cultural. Las cr¨ªticas, en casa. Su fachada, basada en un zigzaguearte tubo transparente que la recorre entera y por cuyo interior accedes a las cinco plantas mientras ves Par¨ªs, era considerada una aberraci¨®n. ¡°La f¨¢brica de gas¡± fue lo m¨¢s bonito que se le dijo. Pronto hizo callar a los detractores. Las gentes acud¨ªan r¨¢pidas, atra¨ªdas por el mecano y la elevaci¨®n del suelo a la terraza, donde esperaba un espect¨¢culo urbano que ni el cine ni la tele hab¨ªan logrado transmitir a¨²n. Piano y Rogers hab¨ªan facilitado lo principal: perder el miedo a entrar en un museo. Lo que cada cu¨¢l hiciera luego dentro era cosa suya.
Su apuesta se convirti¨® en un g¨¦nero arquitect¨®nico nuevo, el centro cultural. Un lugar de encuentro, una biblioteca, un museo de arte moderno con colecci¨®n, salas de exposiciones temporales, cafeter¨ªa, librer¨ªa, varias salas de cine y un ampl¨ªsimo recibidor de entrada. Y, sobre todo, una escultura urbana por s¨ª misma. A partir de ¨¦l ser¨ªan posibles el Guggenheim bilba¨ªno o la Tate Modern londinense, por decir solo las dos principales v¨ªas que tambi¨¦n abri¨® el centro parisino: el museo como franquicia internacional, o no.
Mientras la Tate se sigue negando, el Pompidou querr¨ªa celebrar sus cuarenta con otra franquicia, en Shangai, en negociaci¨®n. En tres a?os espera abrir la de Bruselas. Las activ¨® al cumplir los treinta, justo antes de la crisis. Aunque la de M¨¢laga sea de acci¨®n cultural dudosa en su contexto, da buenas rentas al padre franc¨¦s. Tiene otras en Metz y Abu Dabi. En paralelo, y como velitas del pastel, se ¡°descentralizar¨¢¡± este 2017 en cuarenta exposiciones en Francia y m¨¢s all¨¢. Su museo de arte moderno es el mayor tras el neoyorquino, su biblioteca p¨²blica ha sumado m¨¢s de 100.000 lectores y lo frecuentan entre 3,5 y 3,8 millones de visitantes anuales.
Sigo con Berger, que tanto ha ense?ado a mirar el arte, a escribir sobre ¨¦l, a explicarlo. Como si fuera una versi¨®n inversa e ir¨®nica del ¨¦xito del Pompidou, su programa sigue siendo el m¨¢s influyente de la historia de la BBC. No porque lo reemita sino por su influjo y revulsivo al convertirse despu¨¦s en libro traducido a veinte idiomas. Ni siquiera lo tiene disponible en su web (Youtube s¨ª). Hoy ser¨ªa imposible, le dijo Berger hace dos meses y cuenta Will Gompertz en el obituario oficial de la casa. Lo hicieron con cuatro c¨¦ntimos, en una cadena indiferente que les dej¨® hacer y asisti¨® luego at¨®nita a su boom. Desde entonces, pocas teles se arriesgan a poner en solfa ni c¨®mo miramos ni qu¨¦ miramos.
Nuestro mundo de im¨¢genes es cada vez mayor, innavegable, bul¨ªmico, falseador, inventivo, fugaz. Los museos se han reciclado mucho desde que Modos de ver y el Pompidou emergieron. Mirar es distinguir m¨¢s a¨²n quien controla las im¨¢genes. Conviene hacerlo, que solo se ve bien aquello que se mira a conciencia. Porque hace da?o, o porque se ama.
?Merc¨¨ Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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