Las libertades y las penas
El odio o la humillaci¨®n no se curan con el C¨®digo Penal. El caso de Casandra Vera muestra una cultura represiva en la que se impone c¨¢rcel para todo tipo de delitos
"De todos sus ascensos, el ¨²ltimo fue el m¨¢s r¨¢pido¡±. En este peri¨®dico se recordaba este chiste sobre Carrero Blanco de Tip y Coll, dos humoristas forjados en las peque?as transgresiones de la televisi¨®n espa?ola del tardofranquismo, que hoy podr¨ªa haberles reportado pena de c¨¢rcel. ?Cu¨¢ntas condenas habr¨ªan acumulado en este pa¨ªs Hara-Kiri o Charlie Hebdo? ?O los tuits de Donald Trump? El caso de la estudiante de historia Casandra Vera, condenada a un a?o de c¨¢rcel por unos chistes sobre el expresidente del Gobierno de Franco, viene a culminar una serie de desprop¨®sitos urdidos en torno a conceptos tan vagos como el odio o la humillaci¨®n a las v¨ªctimas del terrorismo.
Nada hay m¨¢s peligroso que meter el C¨®digo Penal en la senda de lo subjetivo. ?C¨®mo se valora el odio? ?Qu¨¦ significa ser humillado? ?Qui¨¦nes pueden ser objeto de humillaci¨®n y qui¨¦nes no? ?Es lo mismo humillar a una v¨ªctima inocente que a un tirano? La tipificaci¨®n penal requiere objetividad y precisi¨®n si no se quiere entrar en una senda extremadamente peligrosa. Y m¨¢s todav¨ªa cuando se trata de una cuesti¨®n tan sensible como la libertad de expresi¨®n en que el juicio de una persona siempre es susceptible de producir indignaci¨®n o irritaci¨®n en otras. Por este camino, volver¨¢n las condenas por blasfemia y se abre la v¨ªa a la restricci¨®n de la cr¨ªtica pol¨ªtica por presunci¨®n de odio y resentimiento.
La condena la ha dictado la Audiencia Nacional y, por tanto, hay que entender que se ajusta a derecho. Y si es as¨ª es evidente que la responsabilidad del disparate recae en el Gobierno del PP, que en la reforma del C¨®digo Penal de 2015 dio un baldeo a una libertad tan fundamental como la de expresi¨®n. Hace ya tiempo que los Gobiernos consideran que en nombre de la lucha contra el terrorismo todo les est¨¢ permitido.
Dec¨ªa el viejo Mitterrand que todas las heridas a la libertad de expresi¨®n son mortales. Y resulta incomprensible que la oposici¨®n no ponga en marcha una verdadera ofensiva parlamentaria para restaurar una libertad tan fundamental. En tiempos de miedo e incertidumbre una izquierda temerosa de parecer d¨¦bil a ojos de los ciudadanos es capaz de caer en penosas componendas.
Pero el caso de Casandra Vera plantea tambi¨¦n otra cuesti¨®n acuciante. La naturalidad con que se considera la pena de c¨¢rcel como castigo adecuado para cualquier delito. Estamos instalados en una cultura represiva en que parece que la c¨¢rcel sea el recurso para todo. Privar de libertad a una persona es algo muy radical, de lo que no se puede abusar y con lo que no se puede frivolizar. Es un debate antip¨¢tico, enormemente dif¨ªcil de llevar a la escena p¨²blica, porque va contra las ideas recibidas y perfectamente metidas en los cerebros de los ciudadanos. Se condena a una persona a quince a?os y mucha gente se indigna porque les parece poco.
La c¨¢rcel es una medida de una extraordinaria gravedad que en una sociedad civilizada deber¨ªa utilizarse con enorme mesura. Y desde luego no deber¨ªa banalizarse aplic¨¢ndola a delitos ¡ªcomo el que nos ocupa¡ª en los que nada justifica que se saque a una persona de la circulaci¨®n. Es adem¨¢s un castigo que se administra de modo manifiestamente discriminatorio. ?Mientras Casandra Vera recibe la notificaci¨®n de su sentencia, cu¨¢ntos acusados por delitos econ¨®micos estar¨¢n negociando con los fiscales la reducci¨®n de sus penas a cambio de dinero? ?Y cu¨¢nto tiempo se demora la entrada en prisi¨®n de un condenado en funci¨®n de los recursos que puede aplicar a su defensa?
La exploraci¨®n de penas alternativas deber¨ªa ser prioridad en la agenda de una sociedad avanzada. Por razones de dignidad pero tambi¨¦n pr¨¢cticas: la c¨¢rcel ha demostrado que opera m¨¢s como escuela de delincuencia que de reinserci¨®n.
El odio o la humillaci¨®n a trav¨¦s de la opini¨®n no se curan con el C¨®digo Penal. Son cuestiones de convivencia, de socializaci¨®n y de educaci¨®n. Prohibiendo su expresi¨®n lo que se consigue es otorgarles mayor presencia en la sociedad espect¨¢culo. En la ¨¦poca de las redes sociales, la pretensi¨®n de atajar penalmente los exabruptos de la red es rid¨ªcula. No es con la c¨¢rcel sino con el uso p¨²blico de la palabra que hay que combatir las mentiras y los odios, los desprop¨®sitos y las humillaciones.
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