El momento carism¨¢tico
La pretensi¨®n de sustituir la confrontaci¨®n de intereses por un supuesto inter¨¦s general marca siempre una deriva hacia el autoritarismo
Dec¨ªa el presidente franc¨¦s Emmanuel Macron en este peri¨®dico que desconfiaba del ¡°termino populismo, porque tiene varios significados. Muchos, tanto de izquierdas como de derechas, me han dicho que era populista. Cuando los partidos est¨¢n cansados, se extra?an de que podamos hablar al pueblo. Si eso es ser populista, no es algo malo¡±. Lo afirma una genuina figura del neoliberalismo reinante, que ha pasado de la nada al poder m¨¢ximo de la Rep¨²blica francesa en un a?o, precisamente porque ha sabido captar las causas del malestar.
En la misma entrevista sit¨²a como prioridad ¡°la construcci¨®n de una Europa que proteja¡±, es decir, el reconocimiento de que la crisis europea es una crisis de desamparo y que en vez de ¡°utilizar los temores¡± lo que hay que hacer es ¡°convertirlos en energ¨ªa¡±.
Estamos en la fase de propagaci¨®n del relato del nuevo presidente y habr¨¢ que esperar por donde se decanta la ficci¨®n cuando enfrente las rugosidades de la realidad. Pero en las frases citadas, Macron deja dos pistas de inter¨¦s: el cansancio de los partidos se expresa en la incapacidad de hablar al pueblo. Devolver la confianza a la ciudadan¨ªa es fundamental. Por eso hablar de populismos no lleva a ninguna parte, es s¨®lo una arma defensiva de los campeones ¡°de la moderaci¨®n y del sentido com¨²n¡± que se autolegitiman se?alando como radical a todo lo que se mueve.
Pero, la pregunta es: ?Recuperar la capacidad de dirigirse al pueblo significa el resurgimiento del modelo carism¨¢tico? ?Es protocolo imprescindible para superar la crisis de la forma partido? ?Para conducirnos hacia ad¨®nde? No hay que adular a la ciudadan¨ªa si no ¡°hablar a su inteligencia¡±, ha dicho Macron para marcar diferencias con ¡°la demagogia¡±. Pero gobierna Francia con un parlamento neutralizado y un Gobierno a su medida, desde la acumulaci¨®n de poder y desde la ficci¨®n de la superaci¨®n del conflicto social: ¡°soy de derechas y de izquierdas¡±. Hasta el punto que se dice ya que los pr¨®ximos conflictos se dirimir¨¢n directamente con la sociedad civil. ?Es compatible esta fantas¨ªa con la democracia?
La democracia es un r¨¦gimen para la resoluci¨®n pac¨ªfica del conflicto, cuyo principio de selecci¨®n (la mitad m¨¢s uno como mayor¨ªa) favorece el juego binario, simbolizado por la oposici¨®n derecha/izquierda, proyecci¨®n de diversos antagonismos (antiguos y modernos, burgueses y proletarios, conservadores y progresistas, liberales y socialistas, nacionalistas y cosmopolitas y un largo etc¨¦tera)
No hay democracia sin conflicto. La democracia es m¨¢s freudiana que marxista, en el sentido de que, a partir del reconocimiento del conflicto, de lo que se trata no es de superarlo sino de encontrar los equilibrios compensatorios que permitan seguir avanzando. Los problemas no se resuelven, se transforman. La pretensi¨®n de situarse por encima del conflicto, de representar un inter¨¦s de todos es siempre la imposici¨®n de unos intereses determinados sobre los dem¨¢s. Lo dec¨ªa Claude Lefort: La democracia siempre est¨¢ abierta la incertidumbre. Y si la incertidumbre desaparece, la democracia tambi¨¦n. Por eso la tentaci¨®n carism¨¢tica, la pretensi¨®n de sustituir la confrontaci¨®n de intereses por un supuesto inter¨¦s general (que es el inter¨¦s del m¨¢s fuerte) marca siempre una deriva hacia el autoritarismo.
La era de las revoluciones termin¨® en 1989, en que el hundimiento de los sistemas sovi¨¦ticos cerr¨® el ciclo abierto con la revoluci¨®n francesa. La democracia sali¨® triunfante, pero perdi¨® r¨¢pidamente vitalidad en un tiempo en que se impusieron quienes pretend¨ªan desarmar a la ciudadan¨ªa disolviendo la sociedad, reduci¨¦ndola a una suma de individuos. Ahora los ciudadanos se sienten vulnerables y buscan de nuevo espacios relacionales en los que sentirse m¨ªnimamente amparados. El seductor retorno a los liderazgos carism¨¢ticos de hechuras tan distintas como Trump o Macron, ?es un tr¨¢nsito hacia el autoritarismo o un par¨¦ntesis hasta que la sociedad genere procesos de cambio por la movilizaci¨®n pac¨ªfica propia de estos tiempos posrevolucionarios?
Necesitamos una democracia incluyente, en que el debate y la confrontaci¨®n pol¨ªtica no supongan la marginaci¨®n, descalificaci¨®n y exclusi¨®n de determinados grupos sociales. Y eso no lo garantiza un liderazgo carism¨¢tico que se sit¨²a por encima de los bandos, es decir, por encima de todos, ni la siniestra consigna del pol¨ªtico empleado que s¨®lo repite que no hay alternativa. Ya no se decapitan reyes. Se construyen hegemon¨ªas. Es decir, el que consiga determinar el sentido de las palabras gana.
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