El mes¨ªas sosegado
El l¨ªder de Extremoduro se agiganta musicalmente en el Price al tiempo que exacerba el misterio sobre su figura
Roberto Iniesta Ojea es cantante y compositor, como certificar¨ªa de entrada cualquier bi¨®grafo al uso. Pero la definici¨®n se queda clamorosamente corta, y no hab¨ªa m¨¢s que darse una vuelta anoche por el Circo Price, y con la cola kilom¨¦trica que doblaba la manzana, para constatarlo. Robe, llam¨¦mosle ya por antonomasia, es un referente, un gur¨², una aparici¨®n. Robe es un ¨ªdolo que no necesita p¨®ster, un agujero negro entre las te¨®ricas malas influencias, el or¨¢culo no exento de peligro para tomarle el pulso a la luna, al amor, a las entra?as, a la mism¨ªsima vida. Y as¨ª termin¨® resultando ayer en un foro no ya abarrotado, sino embebido. En un recinto que no canturreaba, sino que juntaba las manos, en posici¨®n de par¨¦ntesis sobre cada mejilla, como quien se dispone a escuchar una oraci¨®n.
Y ah¨ª apareci¨® ¨¦l, con ese aspecto entre prof¨¦tico y andrajoso, estrafalario como un buf¨®n posmoderno, inmune al mal fario del color amarillo, mecido por los gritos de entusiasmo, hasta por algunos piropos ("?Guapo, guapo!") seguramente solo atribuibles a una admiraci¨®n sazonada con unas mol¨¦culas de iron¨ªa. 99 de cada 100 asistentes habr¨ªan ara?ado, pellizcado o mordido por escuchar, supongamos, La vereda de la puerta de atr¨¢s, Buscando una luna?o Jesucristo Garc¨ªa, pero esta vez no tocaba y a nadie se le escap¨® un ay al respecto. Muy lejos de eso, la inaugural El cielo cambi¨® de fortuna?abre con una filigrana de viol¨ªn, Hoy al mundo renuncio?prende la mecha con el clarinete y un saxo destemplado a conciencia marca la pauta para Por ser un pervertido. He ah¨ª el nuevo orden de las cosas. Y, siendo Robe el ap¨®stol oficiante, eso equivale a un nuevo orden vital. O mundial.
Un espectador acert¨® a resumirlo, a voz en cuello, entre la tercera y la cuarta canci¨®n: "Robe, te seguimos siempre" . Y esa adhesi¨®n es tan profunda, tan incondicional e inequ¨ªvoca, como para que 1.500 almas asuman la petici¨®n (o reconvenci¨®n, o amenaza) de partida y que no se divisara el destello de un maldito m¨®vil durante dos horas y media. A lo Dylan. A lo Prince. P¨¢smense.
Luego sucede que el mes¨ªas no ha cambiado tanto como pudiera parecer, que solo despliega sobre la mesa la evoluci¨®n admirable de un hombre de 55 a?os que ha sobrevivido a los avatares con un saldo muy razonable de cicatrices. "Sigo siendo el mismo loco", tranquiliza el di¨¢cono a su parroquia en Donde se rompen las olas, balada afortunad¨ªsima en la que no duda en autorretratarse "retozando como dos conejos". Puro rock transgresivo, ah¨ª lo tienen. Solo que un cuarto de siglo despu¨¦s de que el de Plasencia se inventara tal acepci¨®n.
Hab¨ªa algo de extra?o en un concierto anunciado a las ocho de la tarde y que acab¨® despegando a las 20.25, una hora tan pacata en temporada estival que a Robe podr¨ªamos imaginarlo m¨¢s bien desperez¨¢ndose de una siesta tard¨ªa o trasteando en el huerto. Admiti¨® el mismo Iniesta que el circo, como buen anfiteatro, era un lugar "raro" para sus par¨¢metros habituales, pero tampoco ¨¦l contribuy¨® ni un poco a estrechar lazos con la feligres¨ªa. Se ubica nuestro personaje lej¨ªsimos de la primera l¨ªnea del escenario; prefiere actuar sentado y hasta encogido, lo que, sum¨¢ndole la melena ensortijada, le convierte en un ente espectral. Decreta incluso un descanso de 20 minutos, que parece arbitrio m¨¢s propio de un se?or mayor. Los seguidores aprovechan el levantamiento del veto para desenfundar el celular y compartir desasosiegos con interlocutores lejanos: "Al Robe no se le ve". Y es cierto, quiz¨¢ para corroborar ese creciente estatus de ser intocable, intangible, inasible. Pero sucede que antes del par¨¦ntesis brota?La canci¨®n m¨¢s triste, con ese arrebato tan emocionante de v¨ªscera y llanto. Y entonces, aun con todos los pesares (o los Destrozares), se lo acabas perdonando todo.
Abandono del blindaje
Destrozares, ese reciente segundo ¨¢lbum en primera persona, sigue focalizando toda la atenci¨®n tras el hiato, con escalas igualmente recurrentes en el inmediato antecesor, Lo que aletea en nuestras cabezas. Es llamativo que Iniesta, orgulloso rockero rural y desarrapado, haya acertado a desarrollar un lenguaje tan rico y sutil, tan repleto de cambios de acentuaci¨®n y ritmo, de evoluciones imposibles de prever, de estructuras que escapan a la m¨¦trica y casi hasta a la l¨®gica. Hay mucho oficio tras casi tres d¨¦cadas de Extremoduro, seguro. Y hay, muy probablemente, toneladas de intuici¨®n: la modalidad m¨¢s pura (y pasmosa) del talento. No imaginamos a Robe contando s¨ªlabas o versos, estructurando partes A o B. El verso suelto, si lo es, lo es hasta las ¨²ltimas consecuencias.
Solo cambia en la segunda parte que el jefe abandona su blindaje, accede a dar un par de t¨ªmidos pasos al frente y act¨²a en posici¨®n erguida. Lo habitual, vaya. Convierte as¨ª Iniesta la norma en excepci¨®n, algo que tambi¨¦n parece un precepto muy?rob¨ªstico. Y acontece a su vez, por lo que nos conf¨ªa un buen estudioso del patio, que algunos han tenido tiempo "para fumarse un porrito y tomarse una cervecita", lo que se traduce en un incremento de la efervescencia. Pero rige un control casi paternalista, la ley seca en las gradas: "porque el Robe", aclaran los vigilantes, "no quiere que beb¨¢is dentro". Y, dentro de los elevados niveles de exigencia, no todo brilla con el mismo fulgor. Como ese saxo en 'Puta humanidad' que suena m¨¢s a jazz de crucero que a Clarence Clemons. O esos versos que pretenden sonar a pu?etazo en la mesa ("He dejado de creer en la puta humanidad") y m¨¢s parecen proclamas del t¨ªpico disidente gen¨¦rico que arregla el mundo desde un extremo de la barra.
Hay algo de mesianismo, en este caso entre altivo e indulgente, en un autor que considera?Contra todos?"una canci¨®n necesaria, de escribir y de escuchar", y que antes, para dar paso a su Nana cruel, hab¨ªa avisado: "Yo quiero herir vuestros sentimientos, porque de qu¨¦ sirve un fil¨®sofo si no hiere". Pero se le toleran los tics altivos a quien, en ¨²ltimo extremo, tiene argumentos para serlo. Y alguien que ha escrito Si?te vas, su aut¨¦ntica piedra roseta y punto de inflexi¨®n, el primer bis y concesi¨®n al repertorio de Extremoduro, puede, decididamente, sacar pecho. Porque a partir de esa maravillosa canci¨®n-r¨ªo, de ese prodigio en estado de gracia, comenz¨® a forjarse ese mes¨ªas sosegado que se nos hizo carne anoche. Un hombre que ha sabido concebir una ins¨®lita finura compositora e instrumental sin dejar por ello de incendiar corazones y conciencias.
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