Bautismo en la calle
Ciudadanos de todas las edades sacan su bandera del armario y marchan por Barcelona al grito de ¡°soy espa?ol y catal¨¢n¡±
¡°?Hay un partido de f¨²tbol?¡±. Son las diez y media de la ma?ana y en un c¨¦ntrico hotel de Barcelona una turista americana se sorprende de la multitud que ya baja con banderas en direcci¨®n a la plaza de Urquinaona. El camarero, con su medio ingl¨¦s de cantar men¨²s, responde como puede. ¡°Manifestation¡±, dice. ¡°Spanish people¡±.La turista no entiende nada. La dificultad no est¨¢ solo en el idioma. Tambi¨¦n es un reto explicar un hecho in¨¦dito en esta ciudad.
A la vuelta de la esquina, los voluntarios de Sociedad Civil Catalana, la organizaci¨®n convocante, preparan paraguas rojos y amarillos por si la lluvia viene a boicotearles. Los reparten en puestecillos improvisados y regalan banderas. ¡°Una por persona. La senyera o la de Espa?a¡±. Y los que han venido sin los colores de casa se arremolinan y les dan las gracias. Unos por el detalle log¨ªstico. Otros por atreverse a salir.
A las once de la ma?ana ya est¨¢ claro que esta va a ser una de esas manifestaciones est¨¢ticas en las que la aglomeraci¨®n hace casi imposible el movimiento. Las consignas corren deslavazadas, sin plan previo, sin la uniformidad de los que est¨¢n acostumbrados a protestar. Es la manifestaci¨®n de los ne¨®fitos. De los que nunca hab¨ªan salido de casa. De los que vienen por primera vez. Finalmente, se impone un grito: ¡°Puigdemont, a prisi¨®n¡±. ¡°Puigdemont y todos los dem¨¢s¡±, apostilla un se?or.
Hay gente mayor y gente joven. Familias enteras y grupos de amigos. Barceloneses de Gracia y del cintur¨®n industrial. Visitantes que han llegado en autob¨²s. Vicky es de Badajoz, pero lleva 42 a?os en la ciudad. Ha cosido la bandera de Espa?a y la senyera, ¡°porque eso es lo que hay que hacer: coser y no cortar¡±. Lo ¨²nico que une a los manifestantes es una efervescencia por sacar del armario los colores que hasta ahora han tenido escondidos. Eso y la sed.
Vicky ha cosido la bandera espa?ola y la senyera. ¡°Hay que coser, no cortar¡±
¡°Oiga, ?esto ha empezado ya?¡±. A las doce, en la plaza de Urquinaona, una se?ora mayor, sola y desconcertada, no puede terminar de entender por qu¨¦ siguen parados. ¡°Si no nos movemos, se?ora, es mejor. Que quiere decir que somos muchos¡±. Sin previo aviso, pasados unos minutos, la multitud echa a andar. A pasitos de teatro japon¨¦s. Hasta que resuena a lo lejos el sonido de unos tambores. No es la batucada t¨ªpica de la t¨ªpica manifestaci¨®n. El redoble se acerca y se desvela el misterio. ¡°?Mira! ?Les falta la cabra! ?La legi¨®n!¡±. M¨¢s que la legi¨®n son unos veteranos a medio uniformar entre la gorra verde y la camiseta negra. Quiere el destino que el apellido del presidente de la Generalitat rime con el nombre del cuerpo. El grito est¨¢ servido: ¡°Puigdemont, saluda a la Legi¨®n¡±.
Legi¨®n, con min¨²scula, es lo que corre por las calles. El ambiente no es tanto festivo como liberado. Las efusiones llegan cuando los participantes encuentran la complicidad en alg¨²n balc¨®n. A mitad de V¨ªa Laietana una abuela se ha asomado con una ni?a. La se?ora sonr¨ªe. Los legionarios crepusculares se acercan como tunos que fueran a rondarla. ¡°No est¨¢s sola¡±, le gritan. Y la anciana tira besos, se emociona, llora, arranca gritos de guapa y se lleva una ovaci¨®n.
¡°Si no nos movemos, se?ora, mejor. Quiere decir que somos muchos¡±
La multitud avanza a ritmo de procesi¨®n. ¡°Luego dir¨¢n que somos cinco o seis¡±, corea. Habr¨¢ guerra de cifras, pero los que est¨¢n aqu¨ª ya se sienten justificados. El balance oficial les da igual. ¡°No saben contar, no saben la ley¡¡±, dice lapidario un se?or con las dos banderas al cuello. Y entre vivas a Espa?a y viscas a Catalu?a la riada desemboca en la Estaci¨® de Fran?a.
Es la hora de comer y hablan los pol¨ªticos. No hay mejor m¨¦todo de dispersi¨®n. Los manifestantes no necesitan que nadie venga a decirles por qu¨¦ han salido a la calle. Sin guardar las banderas, empiezan a dispersarse por El Borne. El barrio parece distinto por los colores. Y porque los turistas se han esfumado. Apenas queda alg¨²n japon¨¦s despistado fotografiando lo que cree que es t¨ªpico. Que precisamente no lo es.
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