Las cartas de Puigdemont
Por ahora, en el mejor de los casos, la sociedad catalana deber¨¢ elegir entre la ruptura y el mal menor
Es desafortunado que ahora que los semi¨®logos han ido jubil¨¢ndose no tengamos expertos para desentra?ar las voluminosas ambig¨¹edades sem¨¢nticas del Carles Puigdemont epistolar. Incluso no siendo sutiles, sus respuestas a Mariano Rajoy desprenden la gloria de esos rebotes taimados en el billar a bandas que encandilan al personal en los casinos republicanos. A cuanta m¨¢s dilaci¨®n, m¨¢s desperfectos para la sociedad catalana ¡ªsobre todo, econ¨®micos¡ª pero eso parece importar poco. Con sus fugas hacia adelante, Puigdemont ya ha batido el r¨¦cord de insensatez en la historia pol¨ªtica de Catalu?a. ?l sabr¨¢ si realmente desea que se aplique el art¨ªculo 155 o si lo que pretende es hacer su aportaci¨®n ¨¦pica para que se le rinda homenaje en el Fossar de les Moreres. Suponemos que ambas cosas. En alg¨²n momento tal vez haya imaginado un jaque mate al Estado en forma de fusi¨®n agitada de un mayo de 1968 con el correlato de un octubre de 1934. Es la confusi¨®n como providencialismo. El hecho es que los diputados pro-independentistas entraron divididos en la sesi¨®n que proclam¨® la rep¨²blica m¨¢s breve que se recuerde y salieron todav¨ªa m¨¢s divididos a firmar un documento inane e inconsecuente. Hasta hace unos a?os, ¨²nicamente el secesionismo "freakie" hab¨ªa descartado que en la historia del catalanismo pol¨ªtico intentar poner al Estado contra las cuerdas nunca dio buenos resultados, a diferencia del pacto y la transacci¨®n.
En el caso de unas elecciones auton¨®micas anticipadas, con o sin 155, para los valores de la ciudadan¨ªa de Catalu?a ser¨ªa prioritario buscar un marco efectivo de "fair play", algo gradualmente ausente de la vida p¨²blica catalana. Por ejemplo: con Catalunya R¨¤dio y TV3 las garant¨ªas para un debate ecu¨¢nime ahora mismo son m¨¢s que precarias, por no hablar del entorno digital independentista, tan agresivo, y los medios privados sufragados con el dinero de los contribuyentes a mayor gloria de la pre-modernidad iliberal. ?Qui¨¦n puede garantizar institucionalmente el pluralismo, la calidad y el juego limpio que no pocos periodistas de la Corporaci¨® Catalana de R¨¤dio y Televisi¨® querr¨ªan practicar? El sesgo imperante no es el mejor clima para unas elecciones en las que la ciudadan¨ªa decida para el parlamento auton¨®mico la representaci¨®n de su voluntad. El caduco inventario m¨ªtico-simb¨®lico de la Catalu?a nacionalista ya ha dejado de ser la voz de la mayor¨ªa, a pesar de que en la calle se recurra a las movilizaciones de la ANC o de ?mnium Cultural, elementos de presi¨®n activista y de operatividad sediciosa que buscan la confrontaci¨®n. Con o sin 155, el control objetivo de los fondos p¨²blicos hasta ahora utilizados para favorecer la causa independentista ser¨ªa un prerrequisito para dar al debate electoral un escenario de pluralidad y contraste. Por el momento, tertulianos de cada vez m¨¢s radicales acuden a TV3 y Catalunya R¨¤dio, lo mismo que a medios subvencionados por la Generalitat, con la impunidad de una mayor¨ªa irreal y con un grado de pintoresquismo que ofende al orden c¨ªvico que es propio de las sociedades constitucionales y pluralistas.
Acostumbra a decirse que la tarea de toda democracia es hacer modestamente razonable lo que no es por completo racional, y hacer adoptar la mediocridad de sus acuerdos como un desarreglo menor. Por ahora y en el mejor de los casos, la sociedad catalana deber¨¢ elegir entre la ruptura y el mal menor. A eso nos ha llevado la sem¨¢ntica r¨²stica de Puigdemont. Har¨ªa falta reconstruir los principios fundamentales de la convivencia porque no basta con girar p¨¢gina. Habr¨¢ un antes y un despu¨¦s, con o sin 155. Ya dijo Dahrendorf que cuando las violaciones de normas no son sancionadas, o ya no lo son sistem¨¢ticamente, ellas mismas se convierten en sistem¨¢ticas. Aunque sea cierto que la trascendencia pol¨ªtica es un valor en baja, la situaci¨®n de Catalu?a, trascendente como pocas veces, requiere de argumentos menos arbitrarios que el condicionamiento que los 300.000 de la CUP impone a las cogitaciones de Carles Puigdemont. Esas condiciones subyacen en los ardides sem¨¢nticos de las cartas de Carles Puigdemont present¨¢ndose como jefe de un Estado inexistente. ?Declar¨® o no la independencia? La ANC puede organizar los paros que le convengan a Puigdemont pero la voluntad de la ciudadan¨ªa de Catalu?a est¨¢ a solas con su conciencia, considerando las repercusiones de un empe?o que ya ha transitado abundantemente del emocionalismo a la ruina. Ahora mismo, lo que Puigdemont personifica es una Catalu?a debilitada, dividida e ininteligible.
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