No ve ¡
El autor reflexiona, desde las calles de la capital, de la situaci¨®n generada en Catalu?a
Ese que no ve, observa. Parece que hace o¨ªdos sordos, pero escucha y anda como niebla entre las calles de Madrid aparentemente alejado del bullicio ya cansino del monotema que se ladra por todos lados. Ese personaje que va vestido como bandera tropical, corbata de Sol radiante y las palmas de las manos extendidas, como en espera de nieve; ese que no habla, murmura, se conf¨ªa casi en silencio los p¨¢rrafos que imagina que ser¨¢n quiz¨¢ el relato testimonial ¨Cal hilo de las cr¨®nicas que publican todos los dem¨¢s¡ªdonde consta lo que le duele y lo que le falta, lo que asusta y desconcierta.
Es un testigo ante la boca del abismo, un ciudadano an¨®nimo ante el amasijo enrevesado de tantas mentiras que levitan por encima de los gritos. All¨¢ lejos, desatados los pendones y banderolas, gritan a pulm¨®n e insultan al vuelo, cierran filas y objetan a todo lo que ven ajeno, todo lo que consideran diferente. El hombre percibe la ira que parece contagio, la saliva rancia de las sonrisas ir¨®nicas o el descaro hip¨®crita de quienes se saben capaces de enga?ar a miles, de desorientar en distintas lenguas y aprovechar confusiones para salir bien librados de embrollos que aparentemente quedan ya en la amnesia. Pero es precisamente contra la amnesia que camina ¨Ccomo quien redacta¡ªeste hombre exc¨¦ntrico y raro que recorre Madrid con los p¨¢rrafos doloridos de una herida que se abre cada vez que alguien cree abonar esperanzas en el vac¨ªo; eso que supuestamente celebra una mayor¨ªa ficticia simplemente no puede ser decretada como axioma inapelable, sentencia condenatoria sobre la libre voluntad de quien prefiere perderse en la madrugada personal.
Ese hombre que abre las manos, extendiendo los brazos como signos de interrogaci¨®n abiertos va leyendo los pocos rostros que se conservan entre un mar de caras secas; ese se?or lleva tinta en las venas y la cabeza se le llena de nubes sil¨¢bicas, verbos encarnados y el sustantivo particular, el pronombre preciso con el que quiz¨¢ llegue a perderle el miedo a la p¨¢gina en blanco, la pradera de nieve blanca inmaculada por donde han de desfilar como peque?as hormigas negras las letras ¨Cuna por una¡ªque narren para memoria a compartirse el inmenso sinsentido, la incre¨ªble sinraz¨®n y lamentable desmadre que se entiende incluso sin traducci¨®n, incluso sin el uso de la e?e, en la engre¨ªda y descabellada bravuconer¨ªa disfrazada del buen rollito, ignorante y amn¨¦sica, atrevida m¨¢s desquiciada, enga?osa y voraz de quienes optan por romperlo todo. Ese hombre que parece no enterarse, el se?or que escribe incluso cuando no escribe, no ve: novela.
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