El oto?o del tej¨®n
Una historia de amistad que acaba misteriosamente junto a una l¨¢mpara en una tienda de segunda mano
Ya me gustar¨ªa a m¨ª tener unas vacas en la memoria como las de Ram¨®n Besa, y esas maravillosas rebanadas de pan con nata, ??am!, pura madalena proustiana de la mejor pluma de Perafita. Pero en casa lo ¨²nico equiparable que hemos tenido, como animal de familia, era el caim¨¢n que nos dej¨® en dep¨®sito t¨ªo Armando, y a ese (al reptil quiero decir, claro) no hab¨ªa guapo que lo orde?ara. De hecho ni siquiera supimos nunca en realidad si se trataba de una hembra o un macho: una vaca se ve enseguida, pero sexar un cocodrilo es tarea compleja. De haber sido una hembra, por supuesto, tampoco hubi¨¦ramos tenido leche, ni nata: no est¨¢ en la adusta naturaleza de los saurios producirlas; pero a lo mejor nos habr¨ªamos comido los huevos; a mi abuelo le encantaban los de tortuga y loaba su sabor, que le recordaba el tr¨®pico y los d¨ªas felices en Maracaibo.
Volviendo a las vacas y a Ram¨®n ¡ªy a m¨ª¡ª, todos, ganado y redactores, compartimos habitualmente la regi¨®n de Osona, aunque en sectores bastante separados; lo que no quita que acudi¨¦ramos ¡ªbueno, las vacas no s¨¦¡ª a la discoteca Danatela de Torell¨®, que est¨¢ m¨¢s o menos en medio.
Yo veraneo desde ni?o en Viladrau, en el Montseny, y mis recuerdos tienen menos que ver con la vida rural que con la afici¨®n desde muy temprano al naturalismo, que, hay que convenir, es como m¨¢s pijo. He sido inconstante, lo confieso, con los animales, pasando por las serpientes, las aves, los zorros, los anfibios, las mariposas o los murci¨¦lagos, sin acabar de consolidar una verdadera amistad. Hasta llegar al tej¨®n de este oto?o. El tej¨®n vendr¨ªa a ser mi vaca.
Entre las particularidades de los tejones est¨¢n el que pueden decidir cu¨¢ndo llevar adelante los embarazos (ellas), y que tienen un hueso en el pene (ellos, efectivamente).
A diferencia de la vaca, el tej¨®n (meles meles), un must¨¦lido, es un animal discreto. Una vaca la ves sin dificultad, al tej¨®n no. El tej¨®n, bajo, macizo y secreto, es una criatura salvaje y de h¨¢bitos crepusculares y nocturnos que pasa la mayor parte de su tiempo en inmensas madrigueras que r¨ªete t¨² de los t¨²neles del Ej¨¦rcito Imperial japon¨¦s de Kuribayashi en Iwo Jima. Son tan extensas sus galer¨ªas que han llegado a amenazar la estabilidad de carreteras y hasta de pistas de aereopuerto. De hecho causaron un serio problema a la base militar de Shabury, donde completaban la instrucci¨®n los pr¨ªncipes William y Harry, construy¨¦ndose una mansi¨®n enorme los bichos bajo la zona de aterrizaje de los helic¨®pteros y los Harrier.
Entre las particularidades de los tejones est¨¢n el que pueden decidir cu¨¢ndo llevar adelante los embarazos (ellas) ¡ª¡±implantaci¨®n retrasada¡± o ¡°gestaci¨®n diferida¡±¡ª, y que tienen un hueso en el pene (ellos, efectivamente). Se trata del famoso baculum, del que los machos humanos, ay, carecemos y que asegura que no te vas a venir abajo en ninguna situaci¨®n. Del inter¨¦s existencial de este extremo (!) da fe que lo mencione Kierkegaard.
Tejones, la verdad, hab¨ªa conocido antes muchos, pero desafortunadamente (sobre todo para ellos) muertos. Encontr¨¦ hace a?os uno atropellado, cerca de Mas Vidal, y tras asegurarme con un palo de que realmente la hab¨ªa espichado y no fing¨ªa ¡ªlos tejones estresados, y qu¨¦ m¨¢s estr¨¦s que el que te atropellen, muerden¡ª , lo arrastr¨¦ fuera de la carretera y lo ocult¨¦ con unas ramas a fin de estudiar el cuerpo m¨¢s adelante, con detenimiento. Luego pasa lo que pasa, que no tienes tiempo para nada, y has de ir contemporizando con la agenda, y cuando te das cuenta han pasado los meses, y hasta un a?o. As¨ª que al regresar a la tumba, el tej¨®n estaba hecho unos zorros y solo pude amontonar sus huesos (no hall¨¦ el baculum, lo tendr¨ªa peque?o) y llevarme el cr¨¢neo que descans¨® en mi mesita de noche sobre una pila de libros, hasta que un d¨ªa desapareci¨®.
Otro tej¨®n notable muerto en mi vida fue el que encontr¨¦ en Grecia yendo a la b¨²squeda de la tumba de Arist¨®teles. De ese no pude llevarme ning¨²n trozo (una pata, que da buena suerte, o el pellejo, con el que se hacen los sporran de sus faldas el 93 ? de Highlanders y el 91? Argyllshire).
Fue a finales de este septiembre cuando una tarde que observaba melanc¨®lico la puesta de sol en los campos de Can Batllic vi aparecer a mi tej¨®n de oto?o. Surgi¨® de la espesura en el linde de los cultivos y se dirigi¨® bamboleante hasta el pie de una enorme higuera, donde se dedic¨® a darse un fest¨ªn con sus frutos (son omn¨ªvoros y hasta carro?eros; se les atribuye comerse alguna oveja). No es raro que no me viera, porque son cegatos; m¨¢s raro es que no me oliera, pero es que yo me hab¨ªa estado arrastrando por la hierba en plan comando para ver si sorprend¨ªa a las ranas de la balsa y al pasar sobre unas bostas de jabal¨ª, me hab¨ªa impregnado de su olor. Estuve largo rato mirando al precioso animal, hasta que se hizo oscuro y dej¨¦ de ver las conspicuas listas blancas y negras de su cabeza.
Regres¨¦ varias veces y el tej¨®n acudi¨® regularmente a la cita. Me estiraba en la hierba, ¨¦l aparec¨ªa en busca de sus higos y yo le¨ªa fragmentos de Todo lo bueno es libre y salvaje (Errata naturae, 2017) sint¨ªendome uno en comuni¨®n con el tej¨®n, la naturaleza y Thoreau (¡°Siento que mi vida es muy sencilla y mis placeres muy baratos¡±). En alg¨²n momento el must¨¦lido levantaba la cabeza y parec¨ªa mirar hacia m¨ª con su ojillos Mister Magoo y yo quer¨ªa creer que era consciente de mi presencia y la aceptaba: una suerte de amistad, s¨ª.
Ron Davies, secretario de Estado para Gales,? adujo en 2003 haber estado observando tejones para encubrir sus encuentros il¨ªcitos de sexo gay.
En casa aceptaron mis ausencias como una de mis excentricidades, no sin dejar de recordar con sorna el caso de Ron Davies, secretario de Estado para Gales, que en 2003 adujo haber estado observando tejones para encubrir sus encuentros il¨ªcitos de sexo gay. Pero yo, a lo m¨ªo; lo aprend¨ª todo sobre los tejones, gracias a libros como Badger behaviour conservation & rehabilitation (Pelagic Publishing, 2011), de George E, Pearce, otro amante de los tejones, que ha dedicado 70 a?os a estudiarlos y ?ha conseguido ganarse la vida con ellos!, convirti¨¦ndose en badger consultant. Y es que en Gran Breta?a los tejones est¨¢n tan estrictamente protegidos (Protection of Badgers Act 1992, consguida por la notable Coalici¨®n Tejona), que no solo no puedes matarlos sino ni siquiera molestarlos un poquito. Es delito incluso perturbar una tejonera aunque viva un zorro. As¨ª, se ha convertido en profesi¨®n mediar, como hace Pearce, en los conflictos entre los tejones y la gente.
Pasaron los d¨ªas y el tej¨®n dej¨® de aparecer, y eso que yo hab¨ªa empezado a dejarle algunos obsequios, lombrices machacadas (su alimento preferido), comida para perros (les encanta), un manojo de paja para su cub¨ªculo... Al principio lo atribu¨ª a que yo hab¨ªa quebrado las normas llevando a mi amigo Evelio, al que normalmente le cuesta revolcarse en heces de jabal¨ª, para presumir de tej¨®n.
Y entonces, unas semanas despu¨¦s, tuve un encuentro terrible. Comparable al del coronel Taylor (Charlton Heston) de El planeta de los simios con su colega negro Dodge disecado en el museo de Ape City. Entr¨¦ en una tienda de objetos de segunda mano en la calle de Ramalleres y me di de bruces con una l¨¢mpara cuyo pie era ?un tej¨®n taxidermizado! Retroced¨ª un paso con espanto (no sin echarle un vistazo al precio: 260 euros) porque el animal ten¨ªa la misma mirada (quiz¨¢ un poco m¨¢s vidriosa) que mi tej¨®n. Estaba alzado sobre las patas traseras y aguantaba entre las garras de las de delante el pie de la l¨¢mpara. Me embarg¨® un horror c¨®smico. S¨¦ que no hay ninguna posibilidad de que el tej¨®n de la vieja l¨¢mpara sea el m¨ªo, pero ahora acudo a verlo a menudo y tras acariciarlo me agacho y le susurro palabras cari?osas; le hablo de nuestros campos y dejo a sus pies un pu?ado de higos, mientras ahorro para llevarlo, un d¨ªa, a casa.
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