Palabras en la matanza
Los formaciones dialectales responden a lugares peque?os, autosuficientes, no influidos
Matan al cerdo y en las islas se abre un diccionario de sin¨®nimos del catal¨¢n, alrededor de los detalles por el descubrimiento, del sacrificio y ofrenda de la bestia. A foravila, en el campo, junto a los que abren el cuerpo tibio, separan las tripas y la grasa y descubren la carne, entre los que miran ¡ªlocales y for¨¢neos¡ª, surgen preguntas, recuerdos, aprendizajes y debates sobre casi todo: bellas palabras precisas, nativas, sobre el qu¨¦ y las partes que se aprovechan en la derrota de la v¨ªctima.
Las distintas denominaciones tradicionales locales aluden a los secretos del cuerpo vencido y de las viandas, del m¨²sculo, huesos, ¨®rganos y grasa, de platos inmediatos, los embutidos finales de reserva y de las comidas comunes de la fiesta que es la matanza.
De pie o en la mesa dispuesta con los distintos fritos grandes o de sangre, el arroz enciclop¨¦dico, los guisos escaldums o aguiats con alb¨®ndigas se hacen relatos y nacen dudas sobre curiosidades. Las tradiciones parecen divergentes, contrarias, por los detalles de los nombres. Las costumbres ligan un haz de sin¨®nimos territoriales.
Los hechos folcl¨®ricos singulares, los dialectos o vocabularios federales del territorio donde se extendi¨® por conquista y repoblaci¨®n el catal¨¢n, pertenecen a los lugares peque?os ¡ªo medianos¡ª que por siglos fueron culturalmente primitivos, aislados y autosuficientes en su entorno, influidos por emigraciones de ida y retorno, no por la tele y el viajar.
Este listado general de palabras y platos, dichos y hechos de manera propia siendo la misma cosa, nace del aislamiento hist¨®rico, del no relacionarse con las comunidades del vecindario, de quedar fuera del discurso globalizador bajo el paraguas de la televisi¨®n o de la radio. Cocinar y charlar con acentos o palabras propias habla de la autosuficiencia curiosa, de la soberan¨ªa verbal y gastron¨®mica.
Estas islaman¨ªas singulares dentro de las islas sobreviven porque los antecesores que mantuvieron la voz o la receta no fueron a menudo a la gran metr¨®poli (Palma o Barcelona), no tuvieron acceso al discurso dominante, uniformador, moderno, normativo o est¨¢ndar. Los acentos y la cocina quedaron empapados del encalado de identidad casi familiar, de las casas.
Una palabra concreta de dominio restringido, una comida de denominaci¨®n y estilo distintas a la com¨²n can¨®nica general, es una huella antigua, un cierto orgullo local auct¨®ctono privado. Nos habla del funcionamiento aut¨®nomo, tradicional, de las gentes y sus sistemas dom¨¦sticos respecto al que hac¨ªan los clanes o dec¨ªan en los pueblos del vecindario; lejanos quiz¨¢s en la mesa y en detalles y acentos, es evidente.
Las rutinas sociales y verbales sobre la lengua temprana, medieval, explica que en decenas de kil¨®metros de unas islas, o entre ¨¦stas, se denominan con seis palabras distintas ¡ªo sea, con sin¨®nimos¡ª la misma cosa. A los ra?ssons (los restos cocidos que quedan al filtrar la manteca en caliente nada m¨¢s cocer la grasa, el sa?m) se les llama llemugues. llardufes, llardons, xitxarrons, ronxes. Eso sin ser exhaustivo. Y tan solo en las islas Baleares.
En una de estas ceremonias civiles de amistad de can Collut, urbanitas mayores y juveniles, catalanes y mallorquines, gentes del norte de Europa, venida de Am¨¦rica e incluso de Australia, miraban y se sorprend¨ªan de los hechos comunes de expayeses expertos y organizados en la labor de precisi¨®n. Gente discreta de sa Pobla, Santa Margalida, Muro, Pollen?a, a can Cladera, con Moranta al lado, llevaron el manejo de una jornada sobre ritos, comidas y palabras.
Cerdo volador
Las menudencias de la bestia, el proceso de descubrimiento del cuerpo al desollarlo y transformarlo para la comida y el embutido, acotan partes, hechos, gestos, detalles y trabajos de un dur¨ªsimo ritual de susbsistencia que ahora es una ceremonia folcl¨®rica, rural, casi terminal y de remembranza.
Aquel d¨ªa de noviembre cerca de la mar, al alba neblinosa, un participante histori¨® a la antigua la aparici¨®n del cad¨¢ver. Rasg¨® urgente, con reiteraci¨®n y temblor, el cerdo volador de 150 kilos que tembl¨® su muerte, gru?¨® sordo y larg¨® la sangre. Qued¨® colgado por un pata a la u?a de una pala excavadora. Los estertores hicieron mover el tractor de ruedas grandes.
El narrador visual plasm¨® el din¨¢mico antagonismo mec¨¢nico de un instante tel¨²rico. Para ser m¨¢s detallista, realista, en su apunte moj¨® una rama en una balsa de sangre de su modelo y traslad¨® al papel el mismo rasgo naturalista. Otro hombre, arquitecto como aquel, tambi¨¦n dibuj¨® al natural un escenario de la matanza, antes de los primeros platos matinales. Capt¨® una esquina, los calderos de agua hirviendo sobre troncos de almendros, una parrilla y un poste el¨¦ctrico. Un juego de espacios contra el muro y un tejado. El cerdo dibujado es m¨¢s nervioso y el detalle del paisaje encendido m¨¢s fr¨ªo, arquitect¨®nico. Los dos paisajistas fueron profesores de arquitectos, seg¨²n contaron entre platos y copas.
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