Dos que son Uno
El autor alaba el placer de la buena conversaci¨®n en mitad de la ciudad
Quiz¨¢ el mejor pre¨¢mbulo para una jornada impredecible o para los nervios al filo de unos d¨ªas de guardar sea la evocaci¨®n del ef¨ªmero instante en que dos que son uno se encuentran a la mitad de una calle y la conversaci¨®n convierte sus cabellos en hojas reverdecidas de una conversaci¨®n com¨²n. La concordia no excluye la posibilidad de debate y ambos se estrechan la mano como ¨¢rboles humanos a la mitad de una selva de asfalto; el uno sabe que el otro, a¨²n siendo diametralmente opuesto a sus opiniones o posiciones, concuerda en la saliva sin ira, en la capacidad para escucharse y en las ganas de formular respuesta verbal, mas nunca en pu?os.
Uno que son dos o multiplicados por una azar inexplicable se hablan a los ojos y evitan las mentiras; por lo mismo, no vienen al caso los rencores vetustos, las rencillas caducas o los reclamos ancestrales que en realidad correspond¨ªan a sus abuelos. En el espejo instant¨¢neo en que se cruzan sus palabras flota un ligero vaho de posibilidades, de parlamentos constructivos y de coincidencias inesperadas: las hojas de sus respectivas cabezas empiezan a revolotear en cuanto recuerdan sus respectivos oto?os y uno de los dos parece convertirse lentamente en roble, con el trampantojo de su ropa marr¨®n y quiz¨¢ hablen entonces de los fr¨ªos que se comparten en ambos lados de un inmenso mar o de la diferencia de los horarios que cada uno lleva en su coraz¨®n.
Con todo, se entienden y entre ambos parece florecer una peque?a cartograf¨ªa de s¨ªlabas hiladas que les permite mirar mucho m¨¢s all¨¢ de sus limitados espacios. Imaginan entonces que se han visto en otros lares y en ¨¦pocas remotas, que se conocen de o¨ªdas y se memorizaron ambos un rostro que se puede ensombrecer o iluminar con la luna. Ya entrada la confianza, evocan los nombres de una mujer con la que uno hablaba de madrugada o la musa que se aparec¨ªa al mediod¨ªa sin aviso y a escondidas del mundo y pasan a enlistar los sabores de las frutas, los colores de los ¨®leos, las ganas de ayudar a alguien, el estado intacto de un sendero casi desconocido en medio de un parque o la panader¨ªa hacia donde se dirigen ambos, cruz¨¢ndose inexplicablemente en una calle donde parec¨ªa que cada quien iba en direcci¨®n contraria¡ y se me ocurre que en realidad no son m¨¢s que met¨¢fora y buen deseo de que tanta diatriba y tanta necia discusi¨®n, tanto jaleo verbal y tanta mentira embadurnada por razones pol¨ªticas podr¨ªa esfumarse inofensivamente en la limpia superficie del espejo que nos refleja y refracta a todos.
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