Elogio del estorbo
El autor ha decidido cerrar el a?o celebrando este "elemento esencial de la cultura carpetovet¨®nica"
Me he quejado tanto de los estorbos que creo que ser¨ªa mejor cerrar el a?o celebr¨¢ndolos como elemento esencial de la cultura carpetovet¨®nica. Loas al imprudente que se planta frente a las escaleras el¨¦ctricas para reflexionar sobre el r¨¢bano y larga vida a la se?ora que se detiene de pronto en medio de cualquier pasillo como declaraci¨®n simb¨®lica de una conquista ¨ªntima; aplausos para todos los grupos que extienden la tertulia con la que estorban al filo de una larga barra de bar, m¨¢s all¨¢ del local, en plena acera y viva la dama que interrumpe sus pasos para obsequiar su espalda como un muro con el que pretende camuflar la insulsa conversaci¨®n que viene vociferando en el m¨®vil.
Celebremos a los cientos de automovilistas que estorban el flujo vehicular e incluso los pasos de cebra con la inapelable excusa de sacarse un moco o mirar el m¨®vil o sintonizar mejor el chisme de una tertulia donde todos los invitados gritan parlamentos con el fin de estorbar el decurso de una posible conversaci¨®n y por lo mismo, conmemoremos un d¨ªa m¨¢s en el que pol¨ªticos profesionales y funcionarios sin cartera despliegan el bello arte de estorbar el planteamiento de posibles soluciones o planes de convivencia. Albricias, que por all¨¢ se asoma la simp¨¢tica parejita que pretende estorbar la vereda en pleno parque con el prop¨®sito de informar corporalmente de su reci¨¦n fraguada felicidad y sonora ovaci¨®n para el que estornuda, se suena con pa?uelo y aprovecha para escupir en plena v¨ªa andante como para alertar a todo pr¨®jimo del posible contagio; sereno reconocimiento a los cientos de madrile?os, espa?oles de toda geograf¨ªa, que acostumbran apostarse al filo de todas las puertas (del autob¨²s, del Metro, de las letrinas y de los consultorios) no para entrar o salir, sino simplemente para estorbar que de eso se trata, que la consigna recurrente es la de no soy nadie, pero estorbo para solaz del resto de la humanidad y envidia de los sajones o rumiantes que fluyen sin parar, que caminan hasta cuando se hacen a un lado, que se pliegan a la vera y renunciar al torrente que nos une por estorbos, que nos dan las uvas en la espera y que somos capaces de atragantarnos con un barquillo por sincronizar los propios pasos al ritmo impredecible de los estorbos, al filo de los codazos que parecen inocentes y en este Madrid donde toda fila implica que no falte alguien que te se pega a la espalda como si perdiera el rumbo, como si fallara el eslab¨®n comunitario que permite sentirse en paz, precisamente porque siempre habr¨¢ alguien que nos estorbe.
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