Toulouse-Lautrec o el placer del cartel
La Fundaci¨®n Canal expone la colecci¨®n de afiches en los que el artista plasm¨® los goces de la vida
El hedonismo y la sed de vivir bull¨ªan en la cabeza de Henri de Toulouse-Lautrec, quiz¨¢s con m¨¢s ah¨ªnco por ser un hombre paticorto, cuyo aspecto f¨ªsico causaba en algunos repel¨²s y chanzas. De familia aristocr¨¢tica, este artista explor¨® los placeres en una ¨¦poca que dio rienda suelta al disfrute, la belle ¨¦poque, ese tramo que comprende desde el ¨²ltimo cuarto del siglo XIX hasta 1914. Ese periodo vivi¨® un aceler¨®n industrial y tecnol¨®gico que en el arte propici¨® la producci¨®n en serie y con calidad de los carteles. Las principales ciudades europeas se tapizaron de estas l¨¢minas en las que Toulouse-Lautrec (1864-1901) hall¨® una nueva v¨ªa para expresarse. Su colecci¨®n completa de carteles, una de las dos que hay se expone del 8 de febrero al 6 de mayo en la Fundaci¨®n Canal.
Procedentes del Mus¨¦e d¡¯Ixelles, de Bruselas, las 33 piezas seleccionadas del artista franc¨¦s, m¨¢s 32 de otros autores, demuestran que el noble nacido en Albi ¡°elev¨® el cartel a la categor¨ªa de obra de arte¡±, subray¨® en la presentaci¨®n Claire Leblanc, comisaria de Toulouse-Lautrec y los placeres de la belle ¨¦poque. La primera de las cuatro secciones, 'Los placeres de la noche', muestra las litograf¨ªas del Toulouse-Lautrec m¨¢s conocido, el de ¡°la fascinaci¨®n por las bailarinas, que descubri¨® cuando lleg¨® a Par¨ªs y le proporcionaron los placeres femeninos¡±, a?adi¨® Leblanc.
Asentado en la colina de Montmarte, ¡°con su mentalidad de aldea revolucionaria¡±, el pintor cultiv¨® amistades disolutas en los cabarets, en los que se entreg¨® al torbellino del canc¨¢n, el alcohol y las canciones libertinas. Ese ambiente se capta en l¨¢minas como Moulin Rouge. La Goulue (1891). Louise Weber, La Goulue, era la estrella del local de variedades y, seg¨²n la comisaria, tuvo una complicidad con Toulouse-Lautrec que seg¨²n algunos deriv¨® en una relaci¨®n. Ese primer cartel que realiz¨®, en el que se aprecia un ¡°estilo eficaz, de trazos simples¡±, se convirti¨® en un ¨¦xito sensacional entre el p¨²blico, que impuls¨® a otras mujeres del espect¨¢culo a pedirle que las retratase con sus sombreros empenachados y largas piernas.
?l proced¨ªa de un ambiente muy distinto, de la nobleza. Sus padres eran primos hermanos, una consanguinidad que le caus¨® una enfermedad gen¨¦tica que le dej¨® unas piernas muy cortas. Su limitaci¨®n f¨ªsica no le impidi¨® su frenes¨ª creativo: en poco m¨¢s de 20 a?os produjo m¨¢s de 1.000 pinturas y acuarelas, 5.000 dibujos y 370 litograf¨ªas.
En la segunda zona de la exposici¨®n, 'Los placeres de los escenarios', se refleja la popularizaci¨®n de las artes esc¨¦nicas m¨¢s cultas gracias, en parte, a carteles de maestros como los del suizo? Steinlen, con el c¨¦lebre La gira del gato negro; Ibels y sus afiches sobre el circo o la elegancia neog¨®tica con la que Alphonse Mucha retrat¨® a la actriz parisiense Sarah Bernhardt.
En 'Los placeres literarios' cambia el tono de las obras pero no el prop¨®sito: la publicidad y darse a conocer. Son las piezas que cre¨® Toulouse-Lautrec, y otros artistas, para promocionar peri¨®dicos, revistas literarias, libros o ferias de arte¡ ¡°en los que ya no solo hay un lenguaje de vanguardia, sino intercambios con otros estilos¡±, precis¨® la comisaria. Llama la atenci¨®n el cartel para la revista La vaca rabiosa, en el que ilustra la tradici¨®n que hab¨ªa entre los bohemios de organizar un divertido desfile musical en el que iban acompa?ados de mujeres y de una vaca. Y por ser el ¨²ltimo que realiz¨® en vida, meses antes de morir paralizado y alcoholizado, destaca el de La gitana (1899), para promocionar esa obra teatral del escritor Jean Richepin. En ¨¦l se ve a la protagonista con un vestido en tono marfil que contrasta con la figura, al fondo y oscura, del amante. ¡°Es un prodigio de composici¨®n y econom¨ªa expresiva¡±.
El ¨²ltimo apartado, 'Los placeres modernos', es una galer¨ªa de deliciosas publicidades de productos: champ¨¢n, leche esterilizada, polvos para la cara o tintas. Casi siempre con el reclamo de mujeres sinuosas, eran mensajes eficaces que llegaban al consumidor de manera directa. De la producci¨®n de Toulouse-Lautrec sobresalen dos preciosidades, salpimentadas de humor. En El fot¨®grafo Sescau (1896), el artista esconde al retratista bajo la tela de una c¨¢mara de fuelle, formando un solo cuerpo con el objeto, lo que le da un aire de mir¨®n. Y en La cadena Simpson (1894) se ve al ciclista Constant Huret adelantando a un t¨¢ndem y con el pelot¨®n al fondo. Fue un encargo para promocionar una cadena que hac¨ªa las bicicletas m¨¢s r¨¢pidas. Una estampa de la nueva sociedad, la del disfrute, de la que Toulouse-Lautrec se embriag¨® hasta que su peque?o cuerpo se lo permiti¨®.
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