Joshua Edelman: Como en casa
El pianista neoyorquino graba en el Caf¨¦ Central el nuevo ¨¢lbum 'Self portrait', recorrido espont¨¢neo y entra?able por sus a?os mozos
El bueno de Joshua Edelman debe de sentirse sobre el escenario del Caf¨¦ Central en un espacio bastante parecido a su propio hogar, pero no todos los d¨ªas un m¨²sico inmortaliza en soporte fonogr¨¢fico el ritual del directo. Y eso impone, excita y trasciende, como en el caso de ayer y sus dos noches previas. Hab¨ªa debutado el neoyorquino en el ic¨®nico emplazamiento de la Plaza del ?ngel all¨¢ por 1986, y lo mejor de cumplir a?os es incrementar el tesoro de las vivencias y el cr¨¦dito de la sabidur¨ªa. Por eso consta ya a estas alturas un legado generoso en la mochila vital de este pianista de dedos livianos, que este domingo quiso hacer c¨®mplice al p¨²blico, durante dos horas largas, de su propia biograf¨ªa.
El proyecto llevar¨¢ por t¨ªtulo Self portrait (Autorretrato) y, en su decidido eclecticismo, tiene algo de l¨²dico, confesional y hasta entra?able. Sin duda por la aparici¨®n de los jovenc¨ªsimos Julen y Ander Edelman, los benjamines de la estirpe, para ponerle voz y arrancar ovaciones a costa de Let's call the whole thing off, uno de los m¨¢s risue?os divertimentos en toda la trayectoria de George Gershwin (los hermanos tambi¨¦n exhibir¨ªan luego sus habilidades al piano a cuatro manos). Pero tambi¨¦n por la honda implicaci¨®n emocional de Edelman, que ha buceado en su infancia y juventud neoyorquinas, en la bohemia del Greenwich Village, en las huellas del pasado. S¨ª, tambi¨¦n de la herencia jud¨ªa: no es casual que el Nocturno n¨²mero 20 de Chopin, al que Edelman inyecta unas gotas de pasi¨®n tropical, resonara en el gueto de Varsovia.
Ana y Lara Sagastizabal ayudan en la recreaci¨®n del clasicazo Skylark con sus impolutas voces de musical, tan pr¨ªstinas como acad¨¦micas. Y es acaso esa la ¨²nica objeci¨®n que puede formul¨¢rsele a Edelman, un hombre que no acaba de orillar sobre las tablas su colosal trayectoria docente. Joshua toca como quien calentara dedos, sin darse m¨¢s trascendencia o ringorrango, con una naturalidad pasmosa. Pero a veces a la correcci¨®n le falta un cierto contrapunto de fiereza, de llaga y herida. Con la tersura de un Horace Silver y el encanto de una pel¨ªcula de Woody Allen. Pero con escaso combustible para propiciar grandes incendios.
Por eso es bueno que el principal aliado de Edelman en esta aventura sea Yelsy Heredia, un joven contrabajista de Guant¨¢namo con esa bendita habilidad para matizar y acentuar hasta los pasajes m¨¢s sencillos. Igual que se agradece la dulzura y fragilidad (aunque desprovista de tormento) de Sa¨²l Santolaria en I fall in love too easily, a la manera de un Chet Baker del Nervi¨®n. Edelman preserva el swing, la espontaneidad y la frescura de aquel Manhattan de sus a?os mozos. Y en esa clave se hace dif¨ªcil, en efecto, no sentirse a su lado como en casa.
El hombre de sempiterno chaleco y visera, casi a la manera de un chulapo hipster, sigui¨® ahondando en las ra¨ªces del teatro musical (en ingl¨¦s y en yiddish) e incluso desliz¨® una nueva composici¨®n propia, Coralina, de una delicadeza conmovedora. Y todo ello recre¨¢ndose en el momento, sin urgencias ni prisas: era domingo y Edelman reside desde hace a?os en Bilbao, pero la sesi¨®n se prolong¨® hasta el filo de las 23.20. No todos los d¨ªas, en efecto, se graban discos en directo. Y menos en entornos tan c¨¢lidos y familiares.
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