Las mujeres toman la palabra
Los hombres se resisten a ceder un poder secular inscrito en la cultura, en las mentalidades y en las instituciones
Como dice Mary Beard: ¡°El poder de los hombres est¨¢ correlacionado con su capacidad de silenciar a las mujeres¡±. Dejarles sin voz, es decir, sin poder. La historiadora brit¨¢nica nos recuerda ¡°el primer ejemplo documentado de un hombre dici¨¦ndole a una mujer que se calle¡±. Es al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil a?os, que Beard describe as¨ª: ¡°cuando Pen¨¦lope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los h¨¦roes griegos en su regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro m¨¢s alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Tel¨¦maco: ¡®Madre m¨ªa, vete adentro de la casa y oc¨²pate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato estar¨¢ al cuidado de los hombres y sobre todo al m¨ªo. M¨ªo es, pues, el gobierno de la casa¡¯. Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior¡±.
Recuperar la palabra es condici¨®n de toda transformaci¨®n real. Por eso es tan importante una jornada como la del 8 de marzo, en que la voz de las mujeres ocup¨® la calle y se hizo con el espacio comunicacional, consiguiendo un amplio reconocimiento. Y por eso ha sido decisivo un fen¨®meno como Me too. De pronto, mujeres con carisma de estrellas del espect¨¢culo rompieron el silencio y mostraron sus sufrimientos contenidos, en un aterrizaje que las aproxim¨® a las dem¨¢s y provoc¨® un cambio de paradigma. Se han modificado los t¨¦rminos tanto de la emisi¨®n como de la recepci¨®n de los mensajes. El terreno de juego se ha ampliado: todos, tambi¨¦n los hombres, nos hemos sentido interpelados, aunque sigan existiendo algunos recalcitrantes empe?ados en negar lo evidente; el feminismo se ha popularizado, desbordando el car¨¢cter elitista de sus manifestaciones m¨¢s militantes; y el debate se ha abierto incorporando nuevos temas y actores. Se ha ganado voz, por tanto presencia y reconocimiento. Pero no todos los que hoy aplauden las palabras estar¨¢n de acuerdo a la hora de implementarlas. PP y Ciudadanos no han ocultado sus reticencias, con peregrinos argumentos como un presunto deje anticapitalista en la convocatoria.
Dos factores han contribuido al nuevo salto adelante del feminismo. La visualizaci¨®n de esta tragedia soterrada que es la violencia masculina sobre las mujeres, con tantas dificultades para salir de las s¨®rdidas paredes de la casa, hacerse hueco en la escena p¨²blica y llegar a los tribunales. Poco a poco se va perdiendo el miedo y se asume que no hay que soportar el silencio. Y la verg¨¹enza alcanza a los hombres que nada hicimos para romper los muros. El otro factor es el ¨¦nfasis en la cuesti¨®n de la igualdad: una bandera que invita a compartir. Es injusto que los hombres y mujeres no sean iguales en derechos y deberes. Con lo cual, la reivindicaci¨®n se articula con otras formas de discriminaci¨®n que las mujeres comparten con los hombres y acumulan en mayor medida.
Estamos ante una cuesti¨®n de reparto y redistribuci¨®n del poder. Los hombres se resisten a ceder un poder secular inscrito en la cultura, en las mentalidades y en las instituciones. Hay fundamento antropol¨®gico: el reparto de papeles para la subsistencia de la especie. Pero hoy los humanos disponemos de una capacidad de hacer y decidir, que hace bochornoso justificar las injusticias en nombre de la naturaleza. El capitalismo encontr¨® una perversa formulaci¨®n de la dominaci¨®n en la distinci¨®n entre trabajo productivo e improductivo, estableciendo que el trabajo improductivo no merec¨ªa ser retribuido. Y as¨ª la mujer, sin autonom¨ªa econ¨®mica, quedaba encadenada al marido, entregada a la tarea de cuidado y reproducci¨®n de la fuerza de trabajo. En tanto que se trata de romper esquemas muy instalados, el movimiento de las mujeres es un movimiento de liberaci¨®n, que nos concierne a todos. Y a los hombres se nos acaban las coartadas para resistirse a ceder poder y compartir.
Como demuestran estudios rigurosos, los estereotipos tradicionales de g¨¦nero siguen vigentes entre los j¨®venes. Tomar la palabra es un paso determinante. Pero, a partir de aqu¨ª, la gran batalla es la educaci¨®n. ?C¨®mo transmitir, para decirlo al modo de Judit Butler, que la construcci¨®n del g¨¦nero es un proceso que desborda los modelos de feminidad y masculinidad que funcionan como normas sociales?
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