Aparecidos
El autor recorre las calles de la ciudad entre visiones de su imaginario cultural
Esa belleza que caminaba a pierna suelta por una tangente de Atocha era nada menos que Greta Garbo, renacida y palpable, aparecida de milagro y con prisa. De lejos, confirmaba la serena majestad de su belleza ahora en tiempos en que ser¨ªa delito lanzarle un piropo y quiz¨¢ por eso la dej¨¦ avanzar sin intentar acercarme, pero agradecido de que me lanzara un gui?o a la distancia. Ese mismo d¨ªa, en una de las salas del Museo del Prado escuch¨¦ a mis espaldas la enrevesada explicaci¨®n de un cuadro del Bosco, donde el de la voz se enredaba con aquello de aqu¨ª tenemos el jard¨ªn que no se sabe si es del Ed¨¦n o del edamame donde por ejemplo, digo porque si no me entiendes, Dios hizo al hombre y ah¨ª est¨¢ Eva, porque yo tuve una t¨ªa que yendo por el crucero del cruce que tenemos todos que cruzar. Era Cantinflas, con uniforme de conserje pero el pantal¨®n a media asta, los bigotitos a los labios y un paso danzar¨ªn que confund¨ªa al incauto grupo de turistas que lo segu¨ªan como flautista de un cuento de hadas.
Decid¨ª entonces abordar un autob¨²s y en la siguiente parada abord¨® vestido de gladiador romano un Russell Crowe ensangrentado y feroz que se fue abriendo paso por en medio de los pasajeros como si fuera a partir plaza en el Coliseo; se tir¨® exhausto en una banca reservada para la tercera edad y parec¨ªa dormir aunque todos advertimos que no soltaba la espada que llevaba empu?ada como un mando a distancia. Volv¨ª entonces a las andadas y en una callecita de Chamber¨ª me top¨¦ de frente con Charlie Chaplin, bigotito, bast¨®n y chanclas; jugamos al juego de no saber a qu¨¦ lado de la acera correspond¨ªan los pasos de cada qui¨¦n y contra toda regla del cine mudo se escuchaban sus carcajadas que sub¨ªan por los balcones hacia las nubes de un Madrid que parec¨ªa tel¨®n de cine.
Al tibio amparo de un caf¨¦ an¨®nimo decid¨ª sacar la libreta e intentar el dibujo de la diva que discut¨ªa el precio exacto de un cruas¨¢n, sin reparar que se trataba nada menos que de la Mujer Maravilla. Al parecer hac¨ªa una pausa en sus recorridos supers¨®nicos para calmar un antojo y el hechizo parec¨ªa romperse cuando por la ventana del caf¨¦ vimos desfilar ¡ªtodos a una¡ª el reparto ¨ªntegro de la vieja pel¨ªcula Bienvenido Mr. Marshall que se un¨ªan en coro con todos los orates fant¨¢sticos de Amanece que no es poco, en un ameno convivio que bien era una marcha en pro de los derechos de los obreros desaparecidos o bien un delirio desquiciante que me aqueja cada vez que acumulo m¨¢s y m¨¢s madrugadas de insomnio ante la pantalla de los desvelados, hipnotizado durante horas con el im¨¢n de las constantes repeticiones.
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