Maneras de ralentizar las manecillas
Cabrales se refrenda como rey de la vainilla, pero las colaboraciones para celebrar su vigésimo aniversario le rehabilitan
“Mientras me aguanten los huesos”, repite Fito Cabrales como una letanía al final de Siempre estoy so?ando, la pieza que le sirvió anoche para un nuevo reencuentro con su parroquia en ese WiZink Center en el que ha tomado por asombrosa costumbre reventar el aforo. Y algo hay de conjura contra los crujidos de los a?os en el ideario de este hombre menudo y de estampa menuda e inconfundible. Fito anda a vueltas con las onomásticas, pero su discurso redundante es, si se quiere, una manera de ralentizar las manecillas.
En algún momento, qué duda cabe, el bueno del bilbaíno acertó con la tecla adecuada. Ni en él ni en su música parecían confluir circunstancias excepcionales: una poética confesional pero algo propensa a los resbalones, una voz que de fina acaba resultando atiplada, un repertorio tan correcto como abonado a la reiteración. Fito recuerda a ese invitado a la fiesta que enarbola la bandera de la discreción: a nadie le molesta que haya aparecido, pero nunca es el primero del que se reclama su presencia a la hora de organizar una foto de grupo. Y ahí le tenemos, poniendo patas arriba el pabellón de la calle Goya durante tres noches para celebrar el vigésimo aniversario de su exitoso proyecto. Con Carlos Raya y su guitarra pulcra y eficaz al frente de la escudería. Y con todas las trazas, a juzgar por el grado de connivencia contrastado anoche, de que la llama está lejos de extinguirse.
Fito ha tomado por costumbre rubricar discos tan parecidos a sus antecesores que convierte el autoplagio en una suerte de ritual. Tras finalizar Antes de que cuente diez (2009) se sinceró anunciando un colapso creativo que ahuyentó en 2014 con otro nuevo álbum, Huyendo conmigo de mí, casi idéntico a sus hermanos mayores. Por eso cualquier atisbo de variación se agradece, desde la hondura inicial de Donde todo empieza (el acelerón posterior lo estropea todo) hasta la lectura de ‘Quiero beber hasta perder el control’. Incluso aunque arranque de cuajo el tono contrito con que la concibió Enrique Urquijo.
Como el sabor de vainilla prevalece en todo, hasta en una pantalla trasera que apenas muestra otra cosa que el logo de la banda, los invitados del aniversario se erigen en el momento más socorrido. Muchachito aporta cazalla y pillería, Dani Martín confirma en Las nubes de tu pelo que se le dan muy bien las colaboraciones y Eva Amaral (Entre la espada y la pared) es un lujo manifiesto. Pero nada tan sorprendente como ver a los eclécticos folcloristas castellanos Fetén Fetén (violín y acordeón) alborotando al personal con Whisky barato y hasta aportando un tema propio, Me quedo aquí. Todo estimulante y, sobre todo, inesperado. Justo el adjetivo más difícil de adjudicar a los Fitipaldis.
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