Un culto sin pesta?eo
El maestro de la guitarra ofrece una noche generosa aunque algo imprecisa en formato de cuarteto
Algunas cosas no cambian con los a?os en el prodigioso universo de Pat Metheny (Misuri, 1954). Por ejemplo, su afici¨®n por esas camisetas holgadas y de rayas marineras con las que parece indicarnos que el protocolo no es vinculante en sus conciertos, que debemos acercarnos sin solemnidad a una m¨²sica que tambi¨¦n podr¨ªa ofrecernos en el calor de su salita de estar. Otras cambian poco, como es el caso de ese fant¨¢stico bater¨ªa mexicano, Antonio S¨¢nchez, que le escolta desde hace 18 a?os y siempre parece disponer de m¨¢s brazos que los com¨²nmente asignados a la especie humana.
La contrabajista malaya Linda May Han Oh y el pianista brit¨¢nico Gwilym Simcock son novedades relativas (a ellos cuatro juntos ya los vimos hace algo m¨¢s de un a?o en el Auditorio Nacional), pero esas incorporaciones asumen todav¨ªa un papel sutil, a ratos hasta t¨ªmido. As¨ª las cosas, el cuarteto se person¨® anoche en las Noches del Bot¨¢nico con un discurso m¨¢s propio de una sala de c¨¢mara que de un gran recinto al aire libre. Por fortuna, ante un prohombre como Metheny, objeto de un culto casi siempre merecido, apenas se pesta?ea. Salvo por algunas protestas aisladas de quienes reclamaban m¨¢s volumen, los 2.000 espectadores que agotaron las localidades se dejaron envolver por la guitarra m¨¢s l¨ªrica y vitoreada del jazz contempor¨¢neo. Incluso acataron la prohibici¨®n de utilizar los m¨®viles: un adorable armisticio digital.
Novedoso es que nuestro hombre de la melena rizada pifie algunas notas en la introducci¨®n solista con su guitarra Pikasso (esa casi arpa de 42 cuerdas) o en la irrupci¨®n del cuarteto para Have you heard, que gener¨® unos instantes de inquietud in¨¦dita entre los fieles. Y hasta puede que de nostalgia, trat¨¢ndose de un cl¨¢sico del fabuloso Pat Metheny Group; aquel con el que el jazzista, cr¨¦annos, era capaz de llenar el Palacio de los Deportes. Pero es hermoso disponer de un legado tan memorable, ecl¨¦ctico a la par que rompedor, capaz de multiplicar las curiosidades.
La veneraci¨®n prosigue, tras cuatro d¨¦cadas largas de predicamento. Metheny enderez¨® enseguida el pulso, su pianista apuntaba modales del impresionismo, el repertorio dibujaba meandros atemporales, el sonido cog¨ªa cuerpo y en el jard¨ªn de la Universitaria nadie mov¨ªa un m¨²sculo. Hay hechizos, al filo de la hora bruja, que a toda costa merece la pena preservar.
El tramo final, con la ronda de d¨²os (casi duelos) entre Metheny y sus tres aliados, result¨® el m¨¢s excitante de todos. Muy mel¨®dico con Linda May Han Oh, que se crece en las distancias cortas; delicad¨ªsimo para ese Phase dance junto a Simcock, y brutal, distorsionado y excitante a la hora de abordar Question and answer en las inmediaciones de S¨¢nchez. Faltaba a¨²n la abundante tanda de bises, con ese popurr¨ª ac¨²stico en el que Metheny, nuevamente algo fall¨®n, aprovecha para suministrar sus melod¨ªas m¨¢s c¨¦lebres (This is not America, Last train home), y dos joyas extraordinarias de su casi inagotable caladero del Pat Metheny Group, Song for Bilbao y la eternamente creciente Are you going with me? Fueron en total 155 minutos no exentos de imperfecciones, pero que muchos apuraron hasta la ¨²ltima nota. Ventajas de una larga y gozosa complicidad.
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