Complicidad y evanescencia

Es dif¨ªcil no congeniar con Steve Van Zandt, ese feo bonach¨®n, pirata malo de mentirijilla. Resulta casi igual de complicado catalogarle como un artista decisivo: m¨¢s all¨¢ de la simp¨¢tica estampa, su vasto cat¨¢logo de esencias y esa eterna condici¨®n de consejero ¨¢ulico y lugarteniente de Springsteen en la E Street Band, nadie le escoger¨ªa, en puridad, como un vocalista meritorio o un guitarrista m¨ªnimamente relevante. Su visita de ayer a las Noches del Bot¨¢nico, con media entrada (1.500 espectadores), acab¨® traduci¨¦ndose en un juego de complicidades: acept¨¢bamos tanto el pedigr¨ª del anfitri¨®n como sus limitaciones, as¨ª que nos entregamos a un deleite sin grandes ambiciones ni exigencias.

A sus 67 a?os, el bucanero de Boston alimenta su propio personaje con la habilidad del actor que ha terminado siendo: comparece con levita negra y fular de colores (que le molesta para tocar), retuerce el rictus en pose de fiereza y dispone una banda, The Disciples of Soul, con nada menos que 14 efectivos; entre ellos, cinco metales, tres coristas cl¨®nicas a la manera de las Supremes y hasta dos teclistas.

Little Steven ha aprendido la lecci¨®n de la generosidad en la escuela de la Calle E, pero resulta llamativo que con semejante despliegue obtenga resultados solo modestos. Todo es tan pl¨¢cido y grato como poco relevante, a falta de mayor profundidad, nervio, colmillo, mala baba, volumen. Pens¨¢bamos encontrarnos con unos peligrosos pir¨®manos, pero en esas result¨® que los Disc¨ªpulos eran unos tiernos bonachones. M¨¢s propicios para dar palmas que para hacernos vibrar.

Cubiertas sus necesidades ¡ªlas de notoriedad y las pecuniarias¡ª entre The Boss y Los Soprano, Steven ha retomado su muy deslabazada trayectoria solista con una manifiesta declaraci¨®n de amor por las ra¨ªces. Promete y concede dos horas (y media) de ¡°m¨²sica y solo m¨²sica, sin locura ni pol¨ªtica¡±, entona una loa a los profesores como labradores del futuro, a?ora los tiempos de concordias y se zambulle en un fest¨ªn de versiones y referencias excelsas: Motown y la escuela de Detroit, Stax o Chess Records; la intersecci¨®n entre rock, soul o doo-wop, el blaxploitation?(Down and Out in NYC), la m¨²sica sin aditivos pregrabados, la radio como caja m¨¢gica muchos lustros antes de Spotify. Una delicia que se suministra con intensidad solo moderada, casi a la manera de un suced¨¢neo. Y que alterna alg¨²n momento ardoroso (Love On The Wrong Side) con la dolorosa desafinaci¨®n de The City Weeps Tonight.

Por inflexiones vocales y dimensi¨®n sonora, nuestro dulce corsario quiere a menudo trasladarnos hasta el Bruce de finales de los setenta. Y se agradece de veras, siempre que no incurramos en la crueldad de comparar el percal de ayer con el de su mentor en el Roxy angelino. Van Zandt es capaz de rubricar Until The Good Is Gone?o Under The Gun, y las disfrutamos tanto como las habremos olvidado hoy. Cosas de la evanescencia. Para un recuerdo m¨¢s pr¨ªstino y duradero, habr¨¢ disco en vivo de la gira en un par de semanas.