?nimos felizmente desatados
El men¨² doble refrenda la boyante salud de los ritmos americanos
Despu¨¦s de 20 a?os de trayectoria intachable, a los mexicanos Zo¨¦ todav¨ªa les cuesta un triunfo abrirse paso por Espa?a. Les sucedi¨® incluso anoche, su primera visita peninsular despu¨¦s de cuatro a?os, cuando tuvieron que comparecer antes de los colombianos Bomba Est¨¦reo y enfrentarse a los ¨²ltimos rayos de la tarde, ese limbo horario que parece m¨¢s propicio para la socializaci¨®n locuaz que el rock alternativo. Y no ser¨¢ por falta de repertorio, porque el quinteto (que suma un efectivo m¨¢s en directo) aprovechaba estas Noches del Bot¨¢nico para presentar Aztl¨¢n, el que es ya su sexto trabajo.
Las resonancias ind¨ªgenas del t¨ªtulo resultan m¨¢s confusas que esclarecedoras, a la vista de que las huestes de Le¨®n Larregui siguen aferradas con firmeza al pop-rock con sintetizadores de la escuela anglosajona. Transcurren los discos y la herencia de The Cure pervive ah¨ª; ese bajo seco pero mel¨®dico, los grandes colchones sonoros de unos sintetizadores desaforados, la tortura del amor como recurrente elemento argumental. Las ense?anzas de Echo & The Bunnymen tambi¨¦n pueden haber ayudado, pese a que ninguno de esos referentes apuesta por el falsete seductor y reiterado que exhibe Larregui.
Han jugado los mexicanos la baza de una hermandad trasatl¨¢ntica con Vetusta Morla, aunque los paralelismos -m¨¢s all¨¢ de ese sexto m¨²sico-comod¨ªn que alterna percusi¨®n y teclados- son muy tenues. Larregui es un l¨ªder con m¨¢s ideas que carisma y un aire, entre las gafas de pasta y la chaquetilla en plena can¨ªcula, de profesor despistado en el laboratorio. Los temas de la nueva hornada (Azul, Hielo) rivalizan con cl¨¢sicos ya consolidados (Nada, Fin de semana) o el espl¨¦ndido No me destruyas, lo mejor de un cancionero de querencia oscura y psicod¨¦lica y unos textos que en directo cuesta demasiado descifrar. Una hora amen¨ªsima, en todo caso, que exige prolongaci¨®n; con men¨² extendido, cartel solista y ecualizaci¨®n m¨¢s precisa.
Hubo que esperar a¨²n media hora larga a los bogotanos Bomba Est¨¦reo, una formaci¨®n de intenciones no solo muy evidentes, sino tambi¨¦n expl¨ªcitas. ¡°Les invitamos a uno de los rituales m¨¢s antiguos que existen, el del baile¡±, formul¨® la cantante y lideresa, Liliana Saumel, haciendo alarde de magnetismo y monoton¨ªa cham¨¢micos. Para entonces ya eran m¨¢s de 3.500 las almas que se concentraban en este vergel complutense, uno de esos lugares para enamorarse de la m¨²sica en vivo sin temor a las apreturas. Y un ¨¦xito impactante: esa cifra duplica la que los colombianos lograron hace once meses solo, cuando reventaron el aforo de La Riviera.
Para entonces el alboroto era ya manifiesto, con esas apelaciones al Caribean power que sirven como banda sonora para el tr¨®pico colombiano, la rave de extrarradio o cualquier fiesta malasa?era con anfitri¨®n documentado en nuevas tendencias de baile. Embutida en un sedoso traje amarillo lim¨®n, puesto que la discreci¨®n nunca ha anidado en su cabeza, Saumel dirigi¨® una sesi¨®n de trance colectivo, una gigantesca gozadera con tenue excusa etnogr¨¢fica. Sirven a la causa la flauta perseverante de Soy yo o la muy elaborada electrocumbia para Ayo. A esas alturas, los ¨¢nimos colectivos ya estaban felizmente desatados.
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