No es la libertad de expresi¨®n
Es la confrontaci¨®n entre dos s¨ªndromes perturbadores, el autoritario de la censura y el totalitario del control social
No es la libertad de expresi¨®n lo que se juega sino el control del espacio p¨²blico. La libertad de expresi¨®n puede salir muy perjudicada, como ha ocurrido con muchas otras cosas. Sufrir¨¢, como ya ha sufrido el conjunto de las libertades pol¨ªticas y no s¨®lo las de una parte, como algunos quieren hacer creer, sino las de todos, con los recortes por las actuaciones ilegales de los unos y los excesos legales de los dem¨¢s.
Hay unos que nos venden la idea de que colgar o pintar lazos amarillos en cualquier tipo de espacio, oficial, p¨²blico o incluso privado, un bar o un restaurante, es un derecho sagrado que todos los dem¨®cratas deben defender, y con mayor raz¨®n si se hace, como es el caso, para protestar por el encarcelamiento de los pol¨ªticos presos. En nombre de la libertad de expresi¨®n y la autodeterminaci¨®n de Catalu?a, naturalmente.
Ante todo hay que decir que no todo es lo mismo y no todo vale. Los s¨ªmbolos de parte, divisivos, est¨¢n muy bien en las solapas y en las casas, pero no deber¨ªan tener cabida en los edificios oficiales, en las instituciones y en las propiedades p¨²blicas. Ahora har¨ªan muy bien quienes sacan lazos amarillos de las calles a dedicarse antes a protestar y combatir por el uso de las instalaciones de todos, pagadas por todos, para la propaganda s¨®lo de una parte contra la otra.
La libertad de expresi¨®n es de los ciudadanos, no de las instituciones, y por tanto lo que est¨¢ en juego con los lazos amarillos en los edificios oficiales es s¨®lo una exhibici¨®n obscena de control partidista y del uso de las instituciones para favorecer la causa independentista, cosa que no tiene nada que ver con las libertades ni con el servicio a los ciudadanos que las mantienen con sus impuestos.
El caso especial, y que requiere un poco m¨¢s de atenci¨®n, no son ni las instituciones, que deber¨ªan ser neutrales, ni las propiedades privadas, que deber¨ªan ser respetadas y de libre disposici¨®n por quienes son sus titulares, sino los espacios p¨²blicos compartidos, las plazas y calles, las carreteras o las playas. Ah¨ª radica la cuesti¨®n m¨¢s angustiosa de la guerra amarilla en la que estamos ahora inmersos. En lugar de dedicar los espacios compartidos a promover el debate y la controversia propios de la democracia, que es la funci¨®n que deben tener este tipo de espacios, los estamos dedicando a una confrontaci¨®n que s¨®lo admite dos posiciones: poner lazos amarillos o quitarlos.
De toda forma, ser¨ªa mejor no enga?arnos respecto al origen del problema. Los responsables del disparate son los que ponen lazos en los espacios p¨²blicos, despu¨¦s de abusar de su control de las instituciones y en ocasiones de utilizar su fuerza intimidatoria para ponerlos en espacios de todos o incluso privados sin pedir permiso. Los lazos amarillos no cuelgan tan solo de ayuntamientos, consejer¨ªas, bibliotecas, o escuelas, sino que tambi¨¦n est¨¢n pintados en muros, pavimentos, buzones, coches y camiones, mobiliario urbano y quioscos, murallas romanas, montes y acantilados y, a menudo, sedes de partidos e incluso coches de los antiindependentistas.
Primero se apoderaron del lenguaje, diferenciando entre soberanistas y unionistas, nosotros y vosotros; luego, de las instituciones, convirti¨¦ndolas en instrumentos al servicio de su proyecto partidista; y ahora, del espacio p¨²blico, que es como decir de Catalu?a, para convertirla en propiedad privada de los independentistas con exclusi¨®n expl¨ªcita de los que no lo son o incluso de los que no est¨¢n de acuerdo con la v¨ªa expeditiva, unilateral e ilegal para conseguir el leg¨ªtimo objetivo de la independencia. Embadurnar de amarillo los espacios p¨²blicos es una forma de se?alar qui¨¦n es el propietario y de excluir a quienes se se?ala como ajeno, extranjero o incluso colono respecto a la comunidad pol¨ªtica catalana.
Todo esto, hay que reconocer, ha sido planificado con una gran y perversa inteligencia. Los dirigentes del proc¨¦s son muy listos, aunque luego demuestren un talento muy limitado a la hora de analizar y calcular con realismo la correlaci¨®n de fuerzas. Y la reacci¨®n de los enemigos del Proceso ha sido exactamente la que esperaban, de una estupidez de la misma envergadura. Quitar lazos amarillos es reivindicar la libertad de censurar, no de expresarse. Hacerlo de noche, con la cara tapada o disfrazados de descontaminadores, es un regalo impagable al independentismo.
No se pueden prohibir los lazos amarillos. No se puede ordenar a ning¨²n polic¨ªa que impida ponerlos. Ni tampoco sacarlos, claro que no. Tan rid¨ªculo es Torra cuando llama a combatir los que los sacan como Rivera cuando hace lo contrario. ?Vaya debate pol¨ªtico nos proponen! Es una competencia empobrecedora entre el s¨ªndrome autoritario de la vieja censura, anterior a los valores ilustrados, y el s¨ªndrome totalitario del control social del Gran Hermano, bien acorde con la pol¨ªtica digital contempor¨¢nea. Nada m¨¢s normal que se abstengan de entrar en este tipo de confrontaci¨®n binaria los que tengan una idea algo m¨¢s noble de la pol¨ªtica y de Catalu?a y algunas cosas un poco m¨¢s matizadas y complejas a discutir con sus conciudadanos.
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