Vida de portero
Analizado fr¨ªamente, ser guardameta consiste en tratar de poner el cuerpo para que te den pelotazos. Los atacantes no quieren darte, claro, pero t¨² s¨ª quieres que te den. Curioso.
?Patam! En toda la cara. Pasado el momento en que me sent¨ª un suf¨ª tras su m¨ªstica danza giratoria, me consol¨¦ con que era el segundo penalti parado de la serie, si bien el ¨¢rbitro hab¨ªa hecho repetir el primero (ah¨ª ya me fusilaron) porque a su muy discutible apreciaci¨®n me mov¨ª antes. Mi heroicidad no hab¨ªa sido jaleada por el equipo, pero segu¨ªamos vivos para pasar a semifinales del torneo de futbol-sala hasta que el tercero de mis compa?eros, depurado estilista, tambi¨¦n lo lanz¨® fuera como sus precedentes, sospechosamente muy desviado, casi al c¨®rner. Lo supe en el vestuario: molestos con el trencilla todo el partido, hab¨ªan decidido tras la anulaci¨®n de mi parada que tiraban la clasificaci¨®n. Solo que no tuvieron a bien dec¨ªrmelo y yo iba parti¨¦ndome el rostro (y los atributos con los espagats) ante unos que coceaban el bal¨®n desde los seis metros.
Aquella ma?ana decid¨ª que, tras 36 a?os, ser¨ªa mi ¨²ltimo partido como cancerbero, masoquista posici¨®n a la que me empujaron a partes iguales una incompetencia ostensible con un bal¨®n en pies o manos y cierta predisposici¨®n gen¨¦tica: mi abuelo hab¨ªa sido notable portero de f¨²tbol; mi padre, de waterpolo, y uno hizo lo propio, mucho m¨¢s discretamente, en el balonmano y --esperando el partido-homenaje que nunca lleg¨® para colgar la camiseta en alg¨²n pabell¨®n-- unos a?itos en el futbol-sala de costellada donde me lesion¨¦ m¨¢s que en tres d¨¦cadas de semiprofesional. Lo de que hay que sufrir alg¨²n desajuste mental para serlo no lo intu¨ª hasta m¨¢s tarde.
Analizado fr¨ªamente, ser portero consiste en tratar de poner el cuerpo para que te den pelotazos. Los atacantes no quieren darte, claro, pero t¨² s¨ª quieres que te den. Curioso. Por no hablar de la marginaci¨®n: no hay deporte en el que no est¨¦ recluido en una zona, alejado del resto del equipo, completamente solo, pues. Para ¨¦l rigen unas reglas espec¨ªficas que, la mayor¨ªa de las veces, son constrictoras, pruebas destinadas a un circense m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, ninguna tan cruel como esa de los colegas del f¨²tbol de que no pueden tocar el bal¨®n con la mano en su ¨¢rea y han de jugarlo con los pies si se lo pasa uno de su equipo. Sadismo puro.
En una falta o un penalti, puedes pensar qu¨¦ puede hacer el otro, pero es inevitable que cruce la centella de que ¨¦l, a su vez, piense que yo pienso lo que ¨¦l piensa y entrar en un bucle angustiante que te deja en el mismo sitio.
Somos tan necesarios como ignorados: a un portero solo se le ve cuando un jugador de campo ha lanzado, o sea, cuando este ha dejado de ser el protagonista. Hasta que eso no ocurre, son muchos los minutos de invisibilidad, de inacci¨®n, de permanecer in¨¦dito, simplemente contemplando al resto del equipo. Una primera tortura: t¨² no juegas, pero la visi¨®n privilegiada de la cancha te hace ver, murmurar y gritar desde la lontananza la jugada mil veces ensayada y que tus compa?eros, ?Dios, c¨®mo es posible!, no ven, y eso te lleva hasta a representar la finta o el pase que no hacen. Una coreograf¨ªa entre tragic¨®mica e inquietante si alguien del p¨²blico te prestara entonces atenci¨®n. Y luego, o bien no poder felicitarles por el gol, recluso en tu ¨¢rea o pertrechado con armaduras varias, o empiezas a chillar histri¨®nico que bajen a defender que los otros ya atacan.
La embestida enemiga. Lo peor: la tensi¨®n es infinita porque mayormente uno no puede moverse hasta que no ha actuado el otro. S¨ª, claro, debes ir siempre una jugada m¨¢s all¨¢, estar en constante actitud esquizofr¨¦nica entre el detalle (colocaci¨®n del empeine o de la mu?eca del chutador; ese golpea siete de cada 10 veces cruzado al ¨¢ngulo corto¡) y lo global (uno se desmarca en el otro lado, avisa al defensa¡) y estar siempre bien colocado (¡°tu estern¨®n ha de partir siempre la pelota por la mitad¡±, me aconsej¨® un curtido colega). En el lanzamiento de una falta o de un penalti, puedes pensar tambi¨¦n qu¨¦ puede hacer el otro, pero es inevitable que cruce la centella de que ¨¦l, a su vez, piense que yo pienso lo que ¨¦l piensa y entrar en un bucle angustiante que te deja en el mismo sitio. Peter Handke sabe de eso.
En el fondo, un portero disfruta poco: nada tan temible como el pavor a encajar el gol rid¨ªculo, fantasma instalado en la trastienda mental desde que saltas a la cancha; porque un delantero puede fallar, pod¨ªa haber sido un gol, quiz¨¢, habr¨¢ otras ocasiones y un futuro tanto lo borrar¨¢, pero lo que es seguro es que si tu fallas ser¨¢ un gol en contra: en el portero no hay potencialidad, todo es ser, aqu¨ª y ahora. No hay olvido. Ah¨ª est¨¢n Moacyr Barbosa, chivo expiatorio del Brasil-Uruguay del maracanazo de 1950 (y eso que fue elegido el mejor portero de aquel mundial) o Luis Arconada, en la falta lanzada por Platini que se trag¨® en la final de la Eurocopa de 1984¡ Nadie sabe lo que son los minutos inmediatos solo en el ¨¢rea tras un gol as¨ª; ni el primer entrenamiento. El sentimiento de culpa y el perfeccionismo ahogan.
Delibes, guardameta, record¨® al rudo delantero, seminarista, que el amor al pr¨®jimo tambi¨¦n reg¨ªa en el futbol
Hay actuaciones memorables, por supuesto, porque existe algo bien cierto: si un portero realiza una intervenci¨®n inimaginable, obra el milagro de evitar un gol cantado, esa parada lleva a otra y a otra y a otra. ¡°Se ha calentado¡±, se dice en el argot. Y sus actuaciones se convierten en inenarrables, mitos que se alimentan de las leyendas del portero a quien, solo en su parcela, le rodea un halo de valores que van, seg¨²n c¨®mo, desde el rol de l¨ªder al de buf¨®n, pasando por el de intelectual, exc¨¦ntrico o pseudom¨ªstico. Y a ese superhombre pose¨ªdo le han cantado desde Rafael Alberti (ya saben: Oda a Plakto; pero tambi¨¦n est¨¢ la Contraoda, de Gabriel Celaya, que era de la Real Sociedad) a Miguel Hern¨¢ndez con su Eleg¨ªa al guardameta. Cuando me sent¨ªa deprimido por el ninguneo del cancerbero, recordaba que Albert Camus y Vladimir Nabokov (que nos ve¨ªa ¨¢guilas solitarias, hombres misteriosos, ¨²ltimos defensores mohicanos) lo hab¨ªan sido. Dos genios. Tambi¨¦n en sus postrimer¨ªas como futbolista ejerci¨® Miguel Delibes, que se las tuvo con un rudo delantero centro, seminarista en los jesuitas, a quien deb¨ªa recordarle en los c¨®rneres que lo del amor al pr¨®jimo tambi¨¦n reg¨ªa en el f¨²tbol¡
Recurso del manuscrito hallado: me encontr¨¦ en la 67? Fira del Llibre d¡¯Ocasi¨® Antic i Modern, que cierra domingo, programas oficiales del Club de F¨²tbol Barcelona de las temporadas de 1970 a 1972. De m¨¢s de medio centenar, solo tres dedicados a porteros: Reina (dos) y Sadurn¨ª. El cordob¨¦s, entre otros ataques en un en¨¦simo mal a?o cul¨¦, admite: ¡°S¨¦ que los aficionados no me aceptan¡±, se defiende de la acusaci¨®n de palomitero (¡°no es un defecto siempre que la eficacia quede a salvo¡±), reconoce que el puesto de portero es ¡°comprometido e ingrato¡± y que en su pugna con Sadurn¨ª, a diferencia de los jugadores de campo, ¡°nosotros no podemos adaptarnos a otras posiciones, somos incompatibles¡±. Sadurn¨ª, por su parte, explica que va a entrenar cada d¨ªa desde L¡¯Arbo? del Pened¨¨s, donde naci¨®: se levanta a las siete para ir a entrenar y cuando regresa, come y hace la siesta. Y al despertar, trabaja en la granja familiar, cena, ve la tele y se va a dormir. ¡°La granja es negocio y esparcimiento¡±. El guardameta, un tipo raro.
Bien mirado, nunca he dejado de ser portero. Tambi¨¦n en el periodismo ocupo esa demarcaci¨®n: suelo velar m¨¢s por el conjunto que por m¨ª mismo, valladar de la ortotipograf¨ªa y la gram¨¢tica propia y ajena, ¨²ltima fortaleza Bastiani que nadie ni pidi¨® ni agradece, pero que siento plaza necesaria y exigida por la competencia de los periodistas culturales, la presencia de escritores e intelectuales y la de m¨¢s de un delantero centro estrella. Siempre pues, actor secundario, as¨ª en el deporte como en la vida¡ Y llegado ah¨ª, busco consuelo en los ¡°jugadores en la sombra¡± de Juan Villoro, los que hacen brillar a otros, tan necesarios como las l¨ªneas del campo o las blancas que separan las de los libros.
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