Un balc¨®n con vistas a m¨ª
En busca de un piso con mucha luz
Cuando me mud¨¦ de piso, hace un a?o y medio, buscaba uno con mucha luz, nada de ruido y, a ser posible, con un balconcito de esos madrile?os tan t¨ªpicos donde apenas cabe una mesita con una planta y una silla y pasan las horas algunas tardes de primavera, tranquilas. En mi piso anterior, en Lavapi¨¦s, tuve suerte: mi vecino de enfrente, que viv¨ªa en un sal¨®n con una biblioteca envidiable, tocaba el saxo cada tarde. Era un placer absoluto escucharlo despu¨¦s de comer, en ese momento en el que el tiempo se ralentiza. Un par de bloques m¨¢s all¨¢, viv¨ªa una se?ora mayor que sal¨ªa todas las ma?anas a su balc¨®n a tirarles migas de pan a los p¨¢jaros. Era f¨¢cilmente reconocible, ya que los llamaba con una voz aguda y conversaba con ellos mientras los alimentaba. Seguramente recibi¨® m¨¢s de una queja, pero a m¨ª me pareci¨® siempre una estampa entra?able, cuidadosa. Recuerdo tambi¨¦n a la anciana que viv¨ªa enfrente y ve¨ªa la televisi¨®n por las noches a un volumen por encima de las posibilidades de cualquiera, hasta el punto de que los vecinos propusieron recaudar dinero para regalarle un aud¨ªfono. Seg¨²n me cont¨® la mujer del piso de abajo, viv¨ªa sola, estaba sorda y no ten¨ªa hijos. ?Qu¨¦ habr¨¢ sido de ella?
Desde aquel balc¨®n, tambi¨¦n, fui testigo de numerosos dramas sentimentales de madrugada. Voces, a veces, llantos, otras. Parejas que romp¨ªan y cuyos trozos quedaban esparcidos por la acera a la ma?ana siguiente. Que los comprend¨ªa, no es secreto. Todos, en alg¨²n momento, nos hemos visto ah¨ª. A veces me pregunto cu¨¢ntas calles prohibimos, cu¨¢ntas nos duelen, cu¨¢ntos atajos inventamos para no volver a pasar por los sitios que nos aceleran el pulso, cu¨¢ntas veces miramos de reojo a los lugares en los que dejamos de ser felices. Sea como sea, en ese balc¨®n, y en todos los que he habitado, he salido m¨¢s de una vez a recuperar el aire que me faltaba en casa. Por eso son tan importantes para m¨ª.
El caso es que no encontr¨¦ un piso con balc¨®n, pero s¨ª uno con un patio amplio, de car¨¢cter industrial, con bastantes posibilidades. No lo dud¨¦ y firm¨¦ por ¨¦l. Cambi¨¦ de barrio ¨Cotro d¨ªa escribir¨¦ sobre ¨¦l¨C y de hogar. Ya no hay ruido, pero s¨ª una sensaci¨®n de estar siendo observada a la que he aprendido a ignorar, ya que el patio da a una fachada alta llena de ventanas que se iluminan como luci¨¦rnagas por las noches. Viento, mi perro, corretea feliz por ¨¦l. Hay tardes en las que sale, se sienta, y observa callado ¨Cno s¨¦ si con nostalgia por lo que sabe que no conoce o si con la consciencia de que ah¨ª afuera pasan cosas constantemente¨C. Yo, a veces, lo acompa?o y miro sin que me vean, tratando de averiguar las cosas que pasan dentro de cada uno cuando la puerta se cierra y se abren las ventanas, los balcones, los patios.
La pr¨®xima semana os contar¨¦ lo que pasa en el m¨ªo.
Madrid me mata.
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