La libertad de los pol¨ªticos presos
Se puede entender la prisi¨®n provisional, pero siempre que sea decisi¨®n de una justicia diligente. Cuando es lenta y rezagada, la prisi¨®n provisional f¨¢cilmente deviene injusta
Nadie puede ser insensible a la privaci¨®n de libertad. Y menos cuando afecta a una persona cercana. Sea o no culpable. Hay una cuesti¨®n de solidaridad humana, que en nuestra cultura se ve impregnada de la moral cristiana en la que nos hemos educado. Lo primero es, pues, la m¨¢s sencilla simpat¨ªa con quienes sufren prisi¨®n, y a¨²n m¨¢s cuando no se trata de cumplimiento de penas sino de una reclusi¨®n provisional dictada por la dura resoluci¨®n de un juez, temeroso de reiteraciones delictivas, encubrimientos u ocultamiento de pruebas o fuga.
Se puede entender la prisi¨®n provisional, pero siempre que sea decisi¨®n de una justicia diligente. Cuando es lenta y rezagada, la prisi¨®n provisional f¨¢cilmente deviene injusta. Y esto vale para cualquier tipo de delito. La ¨²nica explicaci¨®n, la gravedad de los hechos imputados, no deja de ser una presunci¨®n de culpabilidad, que no deber¨ªa destruir la presunci¨®n m¨¢s b¨¢sica y elemental de inocencia.
Podemos acompa?arlos, podemos aliviar su privaci¨®n de libertad, pero no podemos olvidarnos de la justicia
La injusticia de la prisi¨®n, e incluso de la imputaci¨®n, siempre es relativa. Sobre todo si ante el doloroso ejercicio de la comparaci¨®n. ?No hicieron tal vez de carceleros de quienes quedaron en prisi¨®n quienes huyeron para evitar la prisi¨®n? A fin de cuentas no hab¨ªa peligro de fuga ni de reiteraci¨®n si todos juntos, los responsables de los hechos de octubre, hubieran acudido en bloque a la justicia a hacerse procesar, y encarcelar si era necesario, en lugar de inventarse quim¨¦ricas e in¨²tiles casas de la rep¨²blica en Waterloo.
Contados los presos y los huidos, no se acaba aqu¨ª la lista de los responsables. Est¨¢n tambi¨¦n los amigos de los presos que tomaron decisiones cruciales, y que tal vez incluso tomaron las decisiones cruciales, y no se encontraron en cambio bajo la lupa de justicia porque no ten¨ªan cargos p¨²blicos o porque no eran suficientemente visibles. ?No deber¨ªa escocer su conciencia ante la larga prisi¨®n que sufren sus compa?eros de aventura pol¨ªtica? ?O acaso hay clases entre quienes se rebelaron? De un lado los que van a tertulias, toman decisiones y luego se esconden o huyen, y los currantes que dan la cara y sufren prisi¨®n, por otro.
Toda la simpat¨ªa pues para los encarcelados. Ya que son v¨ªctimas, ser¨ªa necesario que no fueran adem¨¢s instrumentos pol¨ªticos de designios ajenos. Ni tampoco de los propios, usados como prenda de improbables victorias. Ciertamente, con ellos en la c¨¢rcel no puede haber normalidad. Hay que sacarlos de la prisi¨®n, primero con el levantamiento de la prisi¨®n provisional, despu¨¦s con buenas defensas jur¨ªdicas y finalmente con medidas de gracia, tanto por su bien como por el bien del pa¨ªs, para que haya normalidad.
No invirtamos pues los t¨¦rminos de la ecuaci¨®n, como hacen ahora Puigdemont y Torra: mientras haya presos no puede haber nada m¨¢s que protesta y desorden. Trabajemos para que no haya presos y a la vez trabajemos para la normalidad, para que una cosa y otra lleguen a ser posible juntas y lo antes posible.
La l¨®gica de la solidaridad y la l¨®gica de la pol¨ªtica no pueden ocultar la l¨®gica de la justicia. Podemos acompa?arlos, podemos aliviar su privaci¨®n de libertad, pero no podemos olvidarnos de la justicia. Tambi¨¦n esto lo encontramos en los evangelios: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Si los queremos en la calle es necesario que nos pongamos de acuerdo sobre el delito: si lo hubo y qu¨¦ tipo de delito fue. Media Catalu?a cree que hubo delito y que debe ser juzgado, y la otra media los cree inocentes porque levanta la bandera de los derechos de los pueblos a la autodeterminaci¨®n con la que justifica cualquier vulneraci¨®n de la legalidad.
Hace falta por tanto un ¨¢rbitro imparcial que lo resuelva y ¨¦ste s¨®lo puede ser el poder judicial. No hay otro. Ni fuera ni dentro. Ni p¨²blico ni privado. Si queremos justicia sin ¨¢rbitro no tendremos justicia sino barbarie y venganza. Para que as¨ª sea todo el mundo debe aceptar el arbitraje: la regla de juego, la divisi¨®n de poderes, los m¨¢rgenes para la defensa y para la acusaci¨®n. Prejuzgar, como se est¨¢ haciendo ahora, es el mayor mal que se puede infligir a los presos.
Las pr¨®ximas decisiones ser¨¢n duras, es cierto. Y m¨¢s si se quiere de verdad la paz, la reconciliaci¨®n y la convivencia. Hay que ir a juicio y ganar la libertad de los presos, pero aceptar tambi¨¦n la legitimidad de los tribunales, en vez de impugnarlos como si fueran los ¨®rganos crueles de una dictadura. Hay que aceptar luego las sentencias y elevar los recursos pertinentes, sabiendo que estamos en un Estado de derecho, garantista y tutelado por ¨®rganos judiciales europeos. Hay que reconocer finalmente el error de la unilateralidad y pedir las medidas de gracia para las que seguro que luchar¨¢ con ¨¦xito el conjunto de la sociedad, la catalana y la espa?ola, en el bien entendido de que de una experiencia como ¨¦sta s¨®lo vamos a salir bien con unidad civil, inspiraci¨®n democr¨¢tica y un gran sentido de Estado por parte de todos los partidos de gobierno.
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