Desahucio mortal en la vida de Alicia
La mujer de 65 a?os que se suicid¨® cuando iban a desalojarla de su piso en Madrid ocult¨® sus problemas a la poca gente que frecuentaba. Daba ropa y comida a la Iglesia pese a su precaria situaci¨®n econ¨®mica
El hijo la acercaba a casa en coche despu¨¦s de haber pasado la tarde juntos. El chico hac¨ªa el amago de subir al apartamento de su madre en un gesto de cortes¨ªa, pero ambos conven¨ªan que era mejor despedirse en el portal del edificio. Ella compart¨ªa apartamento con una amiga que se acababa de quedar viuda y no quer¨ªan importunarla con una visita inesperada. As¨ª que se daban dos besos y se emplazaban a una pr¨®xima ocasi¨®n.
De puertas para adentro, Alicia del Moral, la se?ora elegante de 65 a?os que hace una semana se suicid¨® lanz¨¢ndose desde un quinto piso cuando la iban a desahuciar, viv¨ªa encerrada en s¨ª misma, inaccesible, amurallada. Si la realidad tiene dos caras, las personas tambi¨¦n.
Alicia frecuentaba salones de baile, donaba ropa y comida a la Iglesia y pertenec¨ªa a un peque?o c¨ªrculo de amigas del barrio de Chamber¨ª con las que tomaba caf¨¦ por las tardes, en su condici¨®n de jubilada que viv¨ªa con holgura tras haber recibido la indemnizaci¨®n de su ¨²ltimo trabajo como secretaria de un reputado economista.
Esa era la imagen visible. La opaca era mucho menos amable. Viv¨ªa sola (no exist¨ªa tal amiga viuda), cobraba ayudas sociales y necesitaba soporte econ¨®mico de su ¨²nico hijo, un inform¨¢tico al borde de los 30 que tambi¨¦n le costeaba el tel¨¦fono y la conexi¨®n a Internet. Nadie de su reducido entorno sospech¨® que sobre ella pesaba un desahucio que estaba a punto de expulsarla a la indigencia.
Su desalojo procedi¨® a ejecutarse el martes 27 de noviembre, a las 11.00. El portero del n¨²mero 1 de la calle Ramiro II barr¨ªa las escaleras cuando llegaron dos polic¨ªas municipales, dos funcionarios del juzgado, un cerrajero y un par de representantes de la empresa Apartamentos Galileo, en calidad de propietarios. La comitiva anunci¨® que proced¨ªa a echar a la vecina del n¨²mero 4 de la quinta planta, un estudio de 50 metros, por una deuda de 2.000 euros. Cuatro meses de renta.
El portero se qued¨® asombrado. Nunca imagin¨® que esa mujer menuda, de aire aristocr¨¢tico, era morosa. El cortejo puls¨® el telefonillo, sin respuesta. Subi¨® en dos tandas de ascensor hasta la quinta planta. Llam¨® tres veces a la puerta con id¨¦ntico resultado. En ese momento, el portero recibi¨® una llamada. Un pintor le informaba de que una mujer yac¨ªa tendida en la acera, como si se hubiera desmayado. Al bajar encontr¨® inm¨®vil a una mujer en calcetines y pijama. Avis¨® a los polic¨ªas. Uno de ellos trat¨® de reanimarla. Al fijarse bien, el portero se dio cuenta de que se trataba de Alicia.
¡ªEs la se?ora del quinto piso, le dijo.
¡ª?Est¨¢s seguro?
¡ªSegur¨ªsimo.
Dos d¨ªas despu¨¦s, en la sala de espera del Instituto Anat¨®mico Forense, el ¨²nico familiar directo de Alicia, su hijo, no era capaz de entenderlo. No hab¨ªa percibido ninguna se?al preocupante. Ella nunca le coment¨® nada. La explicaci¨®n de que viv¨ªa con una amiga le hab¨ªa convencido. Entend¨ªa que era la que se hac¨ªa responsable del alquiler. De hecho, se preguntaba ahora c¨®mo su madre pudo rentar en una zona cara de la ciudad sin contrato de trabajo ni avalista, que ¨¦l sepa. A esas alturas, 48 horas despu¨¦s de lo sucedido, ning¨²n amigo o conocido de ella hab¨ªa contactado con ¨¦l. Nadie parec¨ªa echarla en falta.
Alicia no ten¨ªa en esta vida a nadie m¨¢s que a su hijo. Ella tambi¨¦n era hija ¨²nica de una familia acomodada del Madrid de los alrededores de la Gran V¨ªa. Su primer trabajo fue como secretaria en una naviera. Conoci¨® a un hombre con el que tuvo un ni?o. Intentaron formar una familia en Las Palmas, a donde se fueron por exigencias del trabajo de ¨¦l. La aventura isle?a fracas¨®. Dos a?os m¨¢s tarde, a principios de los noventa, volvi¨® a Madrid con el hijo, y se instal¨® en casa de su madre.
Poco despu¨¦s comenz¨® la etapa m¨¢s estable de su vida. Trabaj¨® de secretaria particular de un abogado y economista por la zona de Islas Filipinas. El se?or estaba encantado con el porte distinguido de Alicia. Ella organizaba su agenda, los almuerzos con gente conocida, cuidaba del protocolo. Ese empleo le hacia feliz. Sin embargo, lleg¨® el d¨ªa en el que hombre se jubil¨® e indemniz¨® a sus empleados antes de echar el cierre.
Por esas fechas perdi¨® a su madre. El hijo, a los 16 a?os, se mud¨® a casa de su abuela paterna. Bajo ese techo estudi¨® la carrera. A partir de ah¨ª, seg¨²n quienes la frecuentaron, Alicia err¨® por varios empleos inestables que no casaban con su pasado: cuid¨® enfermos, se?oras mayores, fue camarera de piso en un hotel.
Sin casa propia, comparti¨® piso en Vallecas y Cuatro Vientos antes de asentarse seis a?os, esta vez sola, en el de Chamber¨ª, su ¨²ltima parada. Dadivosa hasta el punto de dar a la caridad lo que no le sobraba, no quer¨ªa tampoco importunar a su hijo con sus preocupaciones. Impenetrable para los que incluso la conoc¨ªan ¨ªntimamente, ocult¨® las dificultades por las que atravesaba.
La soledad mata, seg¨²n Gustavo Garc¨ªa, de la Asociaci¨®n Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. "Es el principal problema de exclusi¨®n social desde 2012, sobre todo para personas mayores. La sociedad ha mutado. Y en casos como el de Alicia vemos que la pobreza no se parece a la de antes, a veces es imperceptible", explica.
?Su gran pasi¨®n? El baile. En las pistas coincidi¨® con gente interesante. Un escritor, autor de un manual de escritura para relatos de ficci¨®n, la recuerda enigm¨¢tica. "Hab¨ªa viajado, viv¨ªa de una forma m¨¢s o menos acomodada. Esa era la apariencia", cuenta por tel¨¦fono.
Alicia vest¨ªa muy bien, era coqueta. Hace tres a?os ella cambi¨® su gusto y se aficion¨® al flamenco. ?l no le sigui¨® el paso. Desde entonces dice que no se frecuentaban. Conoce los momentos fundamentales de su vida, pero no los detalles. Sab¨ªa que no trabajaba aunque daba entender que pod¨ªa mantenerse sin apuros. En ese punto, la conversaci¨®n se interrumpe bruscamente: no desea seguir hablando del tema.
La misma actitud hosca muestra el gerente de un garito a 20 metros de casa de Alicia. A toda prisa, dice no recordarla y proh¨ªbe turbar a los clientes preguntando por ella. Igual de esquivos son los responsables de un lugar de salsa. En una discoteca que frecuent¨® se enrarece el ambiente al mencionar el suicidio. El infortunio espanta.
Una verdad a medias, como todas. El padre ?ngel, encargado de la iglesia de San Ant¨®n, abierta las 24 horas para alojar a indigentes, organiz¨® el viernes una oraci¨®n y una misa por Alicia al enterarse de que acud¨ªa regularmente a donar ropa y comida a esta parroquia abierta a los pobres. Al cura le emociona la historia porque el motivo que desencaden¨® su final abrupto es m¨¢s propio de los que reciben la limosna, menos com¨²n en quienes la dan: "Estos son los misterios que nos presenta la vida".
Para finalizar la homil¨ªa, un coro de luto riguroso enton¨® el Sanctus y el Aleluya. La atm¨®sfera sobrecogi¨® a los pocos presentes. Este ha sido el ¨²nico homenaje p¨²blico en su memoria. No va a haber entierro ni cremaci¨®n. El hijo ha donado su cad¨¢ver a la ciencia.
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