Orgullo
Hay una ventaja fundamental en todo el traj¨ªn del oficio de escritor que para m¨ª supera las desventajas asumidas: puedo pasar las Navidades en mi casa de siempre
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
Tengo una suerte peculiar, y es que para mi trabajo s¨®lo necesito, en l¨ªneas generales, un ordenador, una superficie donde apoyarlo y un espacio donde tratar de poner la espalda recta mientras tecleo. Tambi¨¦n preciso de un silencio de ambiente que s¨®lo pueda romper una buena canci¨®n, luz natural y pocas distracciones, pero eso ya es m¨¢s complicado de conseguir. Mi horario es m¨ªo ¨Cbueno, del aceler¨®metro de mi cabeza¨C y mi ansiedad tambi¨¦n. Las ¨®rdenes las moldeo a mi manera, puedo decir ?no?, no tengo vacaciones y me conozco mejor las medidas de mi maleta de viaje que las de la tarjeta de fichar. Sobra decir que la desconexi¨®n, en mi caso, no existe. Sin embargo, hay una ventaja fundamental en todo el traj¨ªn del oficio de escritor que para m¨ª supera las desventajas asumidas: puedo pasar las Navidades en mi casa de siempre, en Segovia, como ya cont¨¦ la semana pasada.
En mi c¨ªrculo la cosa var¨ªa: hay estudiantes con vacaciones navide?as; tambi¨¦n quienes viven en Madrid y se organizan con madrugones con tal de pasar alguna de las fechas se?aladas por aqu¨ª; otros, funcionarios s¨®lo libres cuatro d¨ªas; algunos jubilados y otros a punto que gastan sus ¨²ltimas ausencias forzadas de la mesa; los hay quienes hacen equilibrio para colocar las guardias en los d¨ªas menos codiciados, aunque siempre hay alguno que sacrificar; no faltan los que se marchan obligados a la oficina madrile?a aunque no haya nada que hacer y tampoco quienes pasan estos d¨ªas haciendo las maletas, pues empiezan 2019 en otra ciudad m¨¢s lejana y la cuenta atr¨¢s, en su caso, es m¨¢s real. Yo los observo y les escucho hablar sin intervenir. Me ense?an la palabra sacrificio y tambi¨¦n la palabra empat¨ªa, pues todos nos colocamos de tal modo que la facilidad sea mayor y esperamos su regreso con la misma felicidad con la que nos alegramos cuando triunfan.
El otro d¨ªa, pas¨¦ por la Estaci¨®n de Atocha y me fij¨¦ en los j¨®venes que abarrotaban los pasillos. J¨®venes emigrantes que llegan a Madrid y encuentran el miedo de sus padres, tambi¨¦n su satisfacci¨®n y ese hambre que a veces se pierde al hacerse mayor. Ellos no son estudiantes, pero tampoco adultos. Llegan a la capital desde distintos puntos: Andaluc¨ªa, Castilla y Le¨®n, Extremadura, Galicia¡ Viven en pisos min¨²sculos, trabajan en multinacionales y van con su primer traje a reuniones donde s¨®lo escuchan. El sueldo es m¨ªnimo, el horario estramb¨®tico, tienen cesta de Navidad pero no les dan vacaciones completas y guardan en la cartera una promesa de dejar de ser becario antes de verano. Regresan a casa con la acreditaci¨®n de la compa?¨ªa telef¨®nica, con la mochila de la empresa de auditor¨ªa, con el cuaderno de la tienda de muebles o con el bol¨ªgrafo del banco donde pasan las ma?anas, y sus padres los abrazan con orgullo, dispuestos a pasearles por el pueblo con el pecho hinchado aunque todav¨ªa no sepan bien lo que hacen, lo que les habr¨¢ costado pedir esos d¨ªas para estar con ellos, las penurias que pasar¨¢n para cubrir el alquiler, los cuerpos flacos que se esconden debajo del traje.
Son mis primos, mis amigos, mis conocidos. Es una parte de mi generaci¨®n: los ¡°afortunados¡± que consiguen trabajo. Y yo tambi¨¦n, aunque me enfade con un mundo que trata de minar a los j¨®venes, me siento orgullosa de ellos. Madrid me mata.
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