Sabina, a sus cuarenta y treinta en la Calle Melancol¨ªa
70 a?os del trovador que ¡°ha elevado Madrid a la categor¨ªa de arte¡± en su cancionero
En el principio fue la encrucijada; all¨¢ donde se cruzan los caminos. En el principio fue el pr¨®fugo, el fugitivo, salvado in extremis del pelot¨®n de los nacidos para perder: cierto ¨¢ngel de alas negras, que trabajaba por entonces de revisor en la estaci¨®n de Linares-Baeza, le indic¨® con el dedo el norte. Se?alaba en direcci¨®n a Atocha.
Sucedi¨® cuando era mucho m¨¢s joven, el viejo Peter Pan. All¨¢ en el sur, en ¡°un sitio que se llamaba ?beda¡± ¨Cescribi¨® ¨¦l mismo, hace veinticinco a?os¨C, en aquella infancia ¡°previsible y anodina¡± de posguerra, ¡°los ni?os de provincias so?¨¢bamos despiertos y en tecnicolor con p¨¢jaros que volaban y se com¨ªan el mundo. Y el mundo que quer¨ªan comerse los p¨¢jaros que anidaban en mi cabeza... pongamos que se llamaba Madrid¡±.
Tardar¨ªa en llegar. Antes, pernoct¨® cuatro a?os en Granada, donde cristaliz¨® ¡°todo lo que ser¨ªa luego¡±. Y luego hubo de huir a Londres, haci¨¦ndose llamar Mariano Zugasti; dicen que por tirar un petardo como protesta contra el patriarca Francisco Franco. All¨ª le conoci¨® el periodista Ra¨²l del Pozo, en 1974: los ingleses, recordaba ¨¦ste en un art¨ªculo, ¡°escuchaban con indiferencia¡± en los restaurantes a aquel ¡°trovador ir¨®nico, andaluz exagerado que cuando no exagera miente¡±.
Lleg¨® frisando ya los treinta, hace cuarenta ahora, despu¨¦s del tr¨¢mite de la mili en Mallorca y casarse con una novia argentina para no dormir en el cuartel. ¡°Me ape¨¦ en Atocha y aprend¨ª que las malas compa?¨ªas no son tan malas y que se puede crecer al rev¨¦s de los adultos... Tal vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo¡±. La capital de ese atlas se llamaba Madrid: ¡°elevada a la categor¨ªa de arte¡± en su obra, se?ala al hilo de su 70 cumplea?os su bi¨®grafo Javier Men¨¦ndez Flores. All¨¢ donde ¡°nadie le ped¨ªa el carn¨¦ ni le preguntaba el apellido ni cu¨¢nto dinero ten¨ªa¡±, ¡°en esa patria de todos y de nadie, sinti¨® que estaba su casa¡±.
Aqu¨ª lleg¨® el ni?o de Ja¨¦n a reinventar el Nunca Jam¨¢s de la madrugada. En realidad, a cantar que no quedaba m¨¢s salida que volver cada noche a la misma b¨²squeda, resistiendo como un pato en el Manzanares sediento de todo; confundiendo con estrellas las luces de ne¨®n. En un piso de la calle Tabernillas, en la Latina, estableci¨® su primer atol¨®n; pero donde la placa pone Tabernillas l¨¦ase Melancol¨ªa. Ya por entonces dec¨ªa querer mudarse al barrio de la Alegr¨ªa, pero los hechos le vienen desmintiendo cuatro d¨¦cadas. Empez¨® a cantar en un antro de la Cava Baja, La Mandr¨¢gora, junto a otros n¨¢ufragos barbudos, Javier Krahe y Alberto P¨¦rez. De entonces para ac¨¢ todo es ya leyenda.
Y sin embargo Madrid no dejaba de ser, por mucha Movida que hubiere, un lugar donde tambi¨¦n existen las oficinas, los lunes por la tarde, los lunes con guerra fr¨ªa por desayuno. Hab¨ªa que rebelarse, bajar las persianas, apurar la noche anterior hasta la noche siguiente. Aunque ella tuviera que madrugar para precipitarse al metro (Tirso de Molina-Sol-Gran V¨ªa-Tribunal), le podr¨ªan robar sus d¨ªas; sus noches no. Aunque en una muerte con asalto a farmacia no hubiera ¨¦pica alguna, una quinqui de Malasa?a deb¨ªa ser una princesa. Y un loco, desertor de Ciempozuelos, que sue?a con dormir a la sombra de un le¨®n con la Cibeles (¡°un icono¡± esa canci¨®n, dice I?aki Gabilondo), tendr¨¢ siempre m¨¢s dignidad que todo el censo completo de los cuerdos.
En 1990 contaba a Rosa Montero en este peri¨®dico que a partir de cierta hora de la noche (su h¨¢bitat natural durante a?os, cuando media ciudad ten¨ªas las llaves de su casa de Tirso de Molina) ¡°cualquiera con el que te cruces es un golfo, y eso es muy excitante¡±. Pero el primer golfo de la noche infinita de Madrid era ¨¦l. ¡°Ha sabido hacer¡±, dec¨ªa Montero, ¡°de la m¨¢s cruda sinceridad un arma seductora¡±.
El truco final del bomb¨ªn era ¨¦se: la sinceridad implacable del impostor profesional; las m¨¢s hermosas mentiras encerrando verdades como pu?os. A todos los ni?os que odiaban los espejos les iban a robar, antes o despu¨¦s, el mes de abril, malvendido en cualquier rinc¨®n del Rastro; pero qu¨¦ m¨¢s da: todo, en su voz de bucanero, parece siempre el cuento de nunca empezar. Las estirpes condenadas a cien a?os de soledad, o hipoteca, siempre tendr¨¢n una segunda oportunidad en la torre de babel de sus canciones: en todos los tejados sin due?o de la ciudad tras haberla perdido otra vez ¨Ca ella, la que s¨ª madrugaba¨C en el traj¨ªn de la Gran V¨ªa.
¡°Oto?ales van mis a?os / por el r¨ªo Guadalquivir, / maquillando el ce?o hura?o / de Madrid¡±. Superviviente, s¨ª, Joaqu¨ªn Ram¨®n Mart¨ªnez Sabina, nacido hace hoy 70 inviernos. La cofrad¨ªa del santo derroche no se cansar¨¢ de celebrarlo.
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