Ciudad oc¨¦ano
Madrid te abraza si quieres que te abrace, te observa si quieres que te observe y te ayuda si quieres que te ayude
Madrid es una ciudad oc¨¦ano, aunque no tenga mar. Cuando la conoces, te da dos opciones: zambullirte en ella y flotar sobre su superficie o escapar a braza antes de que te ahogue. Es una capital r¨¢pida que te obliga a ser m¨¢s veloz que ella para que no te alcance. No contempla: s¨®lo mira, con los ojos apresurados. Tampoco espera: sigue su camino sin que importe el paisaje. Pero tiene algo que la hace humana: la generosidad. Madrid te abraza si quieres que te abrace, te observa si quieres que te observe y te ayuda si quieres que te ayude. S¨®lo hay que ped¨ªrselo.
El otro d¨ªa hablaba con una amiga que vino a Madrid en busca de eso que no es un trabajo ni una oportunidad, sino un hogar. Ella no lo encontr¨® aqu¨ª. S¨®lo conoci¨® lugares equ¨ªvocos, encuentros forzados, situaciones complejas. Puertas que no llevaban al sitio adecuado, voces desconocidas, d¨ªas de angustia. Aguant¨® unos meses, los justos para sentir la asfixia de las ciudades que nunca se aprender¨¢n tu nombre, y se march¨®. Ahora pronuncia las palabras con un aire distinto en la garganta, mucho m¨¢s limpio. Reflexionamos juntas, y llegamos a la conclusi¨®n de que hay algo que tiene en com¨²n con aquellos que tampoco se hallan en la capital: la soledad. Es as¨ª: Madrid es hostil con quien se siente solo.
Madrid es hostil con quien se siente solo
Yo tuve suerte. Llegu¨¦ de la mano de mi mejor amiga, con mi familia a una hora en autob¨²s, mi hermana en un barrio cercano y con un mundo nuevo que me abrir¨ªa las puertas al primer toque. No tuve tiempo de sentirme sola, lo que parad¨®jicamente me hizo abrazar la soledad los peque?os ratos que se presentaba. As¨ª es m¨¢s f¨¢cil, pienso ahora. Pero tambi¨¦n recuerdo la alegr¨ªa al enterarte de que un amigo de tu ciudad se mudaba a la capital y la tristeza al descubrir que terminar¨ªa siendo imposible verlo por incompatibilidad de horarios, de distancias, de prioridades.
Al final, esos reencuentros se dan con m¨¢s facilidad en tu barrio de la infancia que en la nueva ciudad. Tambi¨¦n pienso en aquellos acontecimientos importantes que te perd¨ªas por estar lejos: el cumplea?os de un abuelo, las cenas con los amigos de siempre, las comidas de tus padres. La tristeza invade los d¨ªas, entonces, aunque Madrid se encargue de disimularla. Al final, la velocidad de esta ciudad facilita la comprensi¨®n de todo lo que sucede en ella.
Yo decid¨ª ver Madrid como un gran oc¨¦ano en el que zambullirme para ver los peces de colores, el sol de media tarde, el azul intenso y cambiante de los d¨ªas. Pero entiendo, no saben c¨®mo, a los que se vieron obligados a salir de ella para tomar un aire distinto e impulsarse a otro lugar m¨¢s lejano. Madrid no es para todos. Por eso quiz¨¢ sea, precisamente, tan generosa: no te obliga a quedarte, pero si lo haces no te ahuyentar¨¢ nunca.
Madrid me mata.
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