Mi primera cita con un cosmonauta ruso
Un encuentro con Oleg Atkov, que pas¨® 236 d¨ªas en la estaci¨®n especial sovi¨¦tica Salyut-7 y asegura que es un bulo que viera tres ¨¢ngeles
Desde que a los 12 a?os mi padrino de confirmaci¨®n me regal¨® Vuelos espaciales rusos. Gagarin-Titov (colecci¨®n Ciencia y Aventura, Vicens Vives, 1965) ¨Calguna ventaja deb¨ªa tener recibir el sacramento-, siempre he so?ado con conocer personalmente a un cosmonauta de la vieja Uni¨®n Sovi¨¦tica. He tardado exactamente medio siglo en tener una cita con uno. Un poco m¨¢s y ya estamos en Marte.
Me hubiera gustado que el cosmonauta fuera Yuri Gagarin, claro, uno de mis grandes h¨¦roes, del que me caracterizaba ya de ni?o con un traje espacial con escafandra que me hab¨ªan comprado, pero resultar¨ªa dif¨ªcil porque el primer hombre en el espacio (el 12 de abril de 1961, en la Vostok-1), falleci¨® pilotando un reactor Mig-15 (?uno de mis aviones favoritos!) en 1968, justo cuando yo hac¨ªa la confirmaci¨®n. En todo caso a mis padres imagino que les hubiera parecido poco conveniente que conociera a un comunista sovi¨¦tico (y ad¨²ltero: recu¨¦rdese el episodio en que su mujer lo encontr¨® en la cama en una dacha en Foros con una joven enfermera) al poco de ser ungido con el santo crisma. A¨²n se debate si iba sobrio, Gagarin, no yo, que a la confirmaci¨®n, en la catedral de Barcelona, acud¨ª en perfecto estado de revista, al romperse la ¨ªdem. Personalmente me abono a la teor¨ªa de que el Mig-15 biplaza (volaba con el instructor Vladimir Serugin) se desestabiliz¨® en el aire al pasarle cerca a toda leche un nuevo jet supers¨®nico Sukhoi Su-11. El misterio de ese otro avi¨®n es como el del segundo tirador de Dallas. A Yura, como llamaban familiarmente a Gagarin, lo recogieron a trozos, algunos hubo que descolgarlos minuciosamente de los ¨¢rboles cercanos. ?l, que hab¨ªa sabido caer tan bien de las estrellas, para sorpresa de una mujer, una ni?a y una ternera que lo vieron descender en paraca¨ªdas. ¡°Miradlo a Gagarin fuerte/ en el fragor de la ca¨ªda/ pas¨® y sonri¨® sobre la muerte¡±.
Pensaba en todas estas cosas a la vez, y en la carrera espacial, y en la perrita Laika, y en el terrible fin de Komarov ¨Cel primer sovi¨¦tico muerto en un vuelo espacial- mientras esperaba en el vest¨ªbulo del hotel Negresco Princess a mi cosmonauta. No ser¨ªa Gagarin ni Titov (el primero en vomitar en el espacio), ni la Tereshkova, pero nadie pod¨ªa negar que era, en efecto, un cosmonauta y un aut¨¦ntico H¨¦roe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica poseedor de la Orden de Lenin, qu¨¦ t¨ªo.
Reconoc¨ª enseguida a Oleg Yuryevich Atkov pese a que no llevaba traje ni escafandra y obviamente hab¨ªa envejecido desde que en 1984 pas¨® 236 d¨ªas, 22 horas y 49 minutos en el espacio, mayormente en ¨®rbita en la estaci¨®n espacial Salyut-7. Vamos, yo es que pas¨® solo una hora all¨¢ arriba y ya me bajan con todo el pelo blanco y temblores. Atkov, nacido en 1949 en Khorostyanka, en el oblast de Samara, entonces URSS y hoy Rusia, apareci¨® rodeado de otros compatriotas de manera que aquello parec¨ªa una reuni¨®n del Politbur¨®. Ven¨ªan del homenaje a los aviadores sovi¨¦ticos ca¨ªdos en nuestra Guerra Civil que organiz¨® la Asociaci¨®n de Aviadores de la Rep¨²blica (Adar) en La S¨¨nia, en Tarragona. Salud¨¦ a los diplom¨¢ticos Valeriy Morozov y Vladimir Chikhuadze, al director del Archivo Estatal Ruso Vladimir Tarasov y a la traductora Elena Astakhova, retrasando a prop¨®sito el intenso momento en que estrechar¨ªa la mano de un cosmonauta de carne y hueso. Cuando lo hice, Atkov sonri¨® (no tan ampliamente como lo hac¨ªa Gagarin, es cierto, porque eso es imposible) y yo pens¨¦ que ojal¨¢ hubiera estado ah¨ª mi madre para ver la escena, ella que tantas veces hab¨ªa presenciado mis arrebatos de entusiasmo y de terror al espacio embutido de ni?o en mi peque?o traje espacial naranja, imitaci¨®n sensacional del de Gagarin de actividad intravehicular (SK-1, Skafandr Komicheskiy, manufacturad por Zvezda), con incluso el espejito en la manga para mirar atr¨¢s, y el casco con las grandes letras ¡°CCCP¡±. Atkov pareci¨® algo sorprendido por mi emoci¨®n.
Oleg Atkov, que tiene un aire simp¨¢tico a lo Woody Allen, no proviene de la aviaci¨®n militar como los pioneros de la aventura del espacio, sino que es m¨¦dico cardi¨®logo. Se integr¨® en la misi¨®n de la Salyut-7 como especialista cient¨ªfico. ?l y el resto de la tripulaci¨®n, el comandante Leonid Kizim y el ingeniero Vladimir Soloviov, llegaron a la estaci¨®n y se acoplaron con su nave Soyuz T-10. Luego regresar¨ªan en otra nave, la Soyuz T-11 (en la suya se fueron antes otros visitantes). ¡°Cuando llegamos a la Salyut-7 no hab¨ªa luz¡±, me explic¨® el cosmonauta como si tal cosa. ¡°Siempre hay que encender la luz cuando llegas a casa¡±, brome¨®. ¡°Pero lo m¨¢s complicado fue abrir la puerta¡±. La imagen conjura escenas arquet¨ªpicas del cine de miedo espacial, desde Terror en el espacio a Gravity, pasando por Alien. ¡°Entramos a oscuras ilumin¨¢ndonos con linternas¡±, continu¨®. La cosa era a¨²n m¨¢s siniestra dado que si no hab¨ªa nadie manteniendo la estaci¨®n era porque la anterior misi¨®n hab¨ªa estado a punto de abrasarse al despegar y hubo que cancelarla. ¡°Su cohete empez¨® a subir, cay¨® y explot¨®, ?bum!, lo vi con mis propios ojos, sabiendo que los siguientes ¨¦ramos nosotros, eso te da qu¨¦ pensar¡±. ?Se pasa miedo como cosmonauta? Aktov puso cara de sorpresa. ¡°?Miedo? No, dir¨ªa que no, es un trabajo com¨²n y corriente, te llegas a habituar. No se puede vivir con miedo¡±. Uh, pero la claustrofobia, el v¨¦rtigo... ¡°En la selecci¨®n para cosmonautas ¨¦ramos 600 y pasamos seis, si te detectaban cualquier fobia o predisposici¨®n a sufrirla te eliminaban inmediatamente del programa. Pero d¨¦jeme que le cuente un chiste ruso: El miedo es no saber lo que te va a pasar; ?saberlo es el terror!¡±.
?Conoci¨® a los cosmonautas cl¨¢sicos? "De ni?o vi muy de cerca a Gagarin, estuve a su lado. Me pareci¨® como ver a un santo. Para nosotros era alguien legendario. Con Titov ¨¦ramos vecinos. Ellos eran nuestros mayores, de otra ¨¦poca de la exploraci¨®n del espacio. Esos d¨ªas pioneros acabaron¡±. Tanto tiempo all¨¢ arriba ?no hubo problemas de convivencia en su misi¨®n? ¡°El secreto era que cuando dos discut¨ªan el tercero no tomaba nunca partido. Eso evitaba las tensiones. Nadie estaba en inferioridad¡±. Le habr¨¢n preguntado muchas veces por el sexo en el espacio. ¡°No, es la primera vez, la verdad. Bueno, no hay problema si tienes d¨®nde agarrarte¡± (en este punto la traductora rusa titube¨® y no hubo forma de aclarar del todo la respuesta: al parecer el cosmonauta se refer¨ªa a la falta de gravedad). Insist¨ª en el tema. ¡°Tuvimos la visita de una mujer, Svetlana Savitskaya (la segunda mujer astronauta tras Tereshkova y la primera en dar un paseo espacial, tambi¨¦n les visit¨® el primer astronauta indio). Pero la ve¨ªas como una piloto profesional y colega, no como un posible romance¡±. No hubo forma de llevar a Atkov a otros terrenos sobre el asunto, as¨ª que habr¨¢ que imagina que en la estaci¨®n espacial reinaba una suerte de castidad orbital.
"?El sexo en el espacio? Bueno, no hay problema si tienes d¨®nde agarrarte".
?Y qu¨¦ hay de los ¨¢ngeles que se dice que vieron? Se habl¨® de unos seres alargados con alas. ?Alucinaciones producto de la larga estancia? (y sin sexo). ¡°No, no, todo fue un malentendido. Ya antes de que regres¨¢ramos se dec¨ªan tonter¨ªas. Fue un chiste, una broma. En nuestro pa¨ªs, ?sabe?, celebramos un d¨ªa de enga?os y humor, el 1 de abril. Como su d¨ªa de los inocentes. Llev¨¢bamos dos meses en el espacio y trat¨¦ de hacerles una broma a los de la base en la Tierra. Est¨¢bamos sobre Groenlandia y dije que vi algo parecido a un drag¨®n con tres cabezas. Pas¨® un largo minuto sin que nadie contestara y entonces nos lleg¨® un ¡®??qu¨¦!?¡¯. A m¨ª me pareci¨® simp¨¢tico. Pero al a?o siguiente, despu¨¦s de volver, en una reuni¨®n de astronautas me vino uno de EE UU y me dijo muy serio: ¡®Vamos a hablar, expl¨ªcame lo de los ¨¢ngeles¡¯. Le respond¨ª que hab¨ªa sido una broma y ¨¦l, mir¨¢ndome muy fijo, zanj¨®: ¡®Siempre supe que no se pod¨ªa confiar en los rusos¡¯¡±. As¨ª que no hubo ¨¢ngeles ni alucinaciones, ?qu¨¦ tal eran los sue?os? ¡°Oh, eso s¨ª, ten¨ªamos muchos. La noche antes de regresar a la Tierra tuve uno terrible. So?¨¦ que nos llevaban a los tres muertos en armones de artiller¨ªa, desfilando por la Plaza Roja. Se lo cont¨¦ a mis compa?eros y no les gust¨® nada. Pero es que si no cuentas los sue?os pueden suceder. El aterrizaje fue dif¨ªcil, casi bal¨ªstico, con mucho viento que nos desestabiliz¨®¡±.
?Iremos a Marte? ¡°En alg¨²n momento, no tan pronto como pens¨¢bamos porque hay muchos problemas. Uno es que la tripulaci¨®n tendr¨¢ que ser un grupo muy compatible. Algo que no me parece menor es que la Tierra quedar¨¢ muy lejos y se ver¨¢ muy peque?a, un punto de luz. Ese sentimiento de rotura del cord¨®n umbilical tiene un gran peso psicol¨®gico¡±.
Al preguntarle por sus pel¨ªculas del espacio favoritas, el cosmonauta me dijo que las m¨¢s realistas. El reciente biopic de Armstrong o Apolo XIII. Entre las de ciencia-ficci¨®n se queda con Solaris, la original de Tarkovski de 1972 (basada en la novela de Stanislaw Lem), por su carga filos¨®fica y la idea de que ¡°no hay que colonizar sino entender¡±. O sea que cree que hay alguien all¨¢ afuera, le pregunt¨¦. ¡°Creo que s¨ª. Imagino que no entran en contacto porque les parecemos unos salvajes. Cuando estuve en la estaci¨®n orbital hab¨ªa la guerra entre Ir¨¢n e Irak y se ve¨ªa el humo ascender desde el Golfo P¨¦rsico¡±.
?Cu¨¢l recuerda como el momento m¨¢s hermoso all¨¢ arriba? Oleg Atkov guard¨® silencio un buen rato, pensando. Al final respondi¨®: ¡°No fui all¨ª a buscar la belleza sino a trabajar, lo mejor fue la satisfacci¨®n de haber hecho bien lo que hice. No soy un poeta, como ve¡±. ?Lo echa de menos, el espacio? ¡°S¨ª, un poco menos a medida que pasa el tiempo¡±. Me qued¨¦ mirando a Aktov mientras me invad¨ªa una extra?a sensaci¨®n de afinidad. De alguna manera yo tambi¨¦n hab¨ªa sido un cosmonauta ruso, uno espurio, como esos lost cosmonauts -fantasmas de las teor¨ªas conspiratorias-, el fake art¨ªstico Ivan Istochnikov de Joan Fontcuberta o el supuesto astronauta enano suicida que el KGB habr¨ªa puesto a pilotar el robot lunar Lunojpod 1 en 1970. Cerr¨¦ los ojos y regresaron el v¨¦rtigo, la opresi¨®n del traje y el casco y la vieja a?oranza de que la voz de mi madre me rescatara de todo eso y me trajera de vuelta a casa. Los abr¨ª y el viejo cosmonauta ruso segu¨ªa ah¨ª, marcado por la Gracia del espacio, y unas luces danzaban en el cristal de sus gafas como un c¨²mulo brillante de seductoras estrellas.
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