Caminar por las calles de Madrid sin miedo a morir
Tres activistas colombianas han pasado 90 d¨ªas en un programa de acogida temporal para defensores amenazados
La monja colombiana Maritze Trigos, de 77 a?os, lleva tres meses en Madrid, pero todav¨ªa desconcierta a los camareros locales. Les dice:
¡ªP¨®ngame un tintico.
¡ª?Tinto? ?Qu¨¦ es eso?
¡ªAc¨¢ creo que lo llaman caf¨¦ con leche.
¡ªLe pongo un capuchino, si le parece.
Entonces la monja se bebe un caf¨¦ que no quiere porque no sabe pedir el suyo. Trigos ha pasado 90 d¨ªas como miembro de un programa de acogida temporal a defensores de derechos humanos amenazados de muerte. Ahora le toca volver a casa, donde podr¨¢ pedir el caf¨¦ que le d¨¦ la gana, pero donde tendr¨¢ que v¨¦rselas con las ?guilas Negras, un grupo criminal colombiano que le ha puesto precio a su cabeza.
La religiosa dominica ha compartido este tiempo un piso financiado por el Ayuntamiento y la Fundaci¨®n Mundubat con otras dos activistas en peligro. Las acogidas, fuera de Colombia por primera vez en sus vidas, han recibido 24 euros de manutenci¨®n al d¨ªa y el abono de transporte. Lejos de los problemas, han podido ir a El Prado, la cineteca de Matadero o a comer jam¨®n serrano.
En su pa¨ªs la vida es muy diferente. En 2018, 321 defensores de derechos humanos fueron asesinados en todo el mundo, de los cuales 110 eran colombianos (35%), seg¨²n datos de la oficina de Derechos Humanos de la ONU. ¡°Es el pa¨ªs con m¨¢s l¨ªderes sociales amenazados¡±, asegura el coordinador del programa de la Fundaci¨®n Mundubat, Ra¨²l Rojas. Por eso han querido hacer las primeras ediciones del programa en Colombia, aunque m¨¢s adelante se vaya a extender a otras partes del mundo.
Lo ha pasado bien aqu¨ª pero Trigos quiere volver a Trujillo, un municipio en el sureste de Colombia que, entre 1986 y 1994, vivi¨® una ¨¦poca violenta en la que se vieron envueltos el ej¨¦rcito, los narcotr¨¢ficantes y los paramilitares en una pelea por el territorio. El enfrentamiento dej¨® m¨¢s de 300 v¨ªctimas. Podr¨ªa tener la tentaci¨®n de no regresar, pero choca con su filosof¨ªa de vida: ¡°Resistir, asistir y nunca desistir¡±. No se le ha pasado por la cabeza pedir asilo pol¨ªtico.
La monja ¡ªpeque?a pero con mucho car¨¢cter¡ª ha dedicado los ¨²ltimos 20 a?os de su vida a trabajar en favor de las v¨ªctimas. Exige que el Gobierno que no las abandone: ¡°Queremos verdad, justicia y reparaci¨®n¡±.
La ¨²ltima amenaza que recibi¨® de la delincuencia organizada promet¨ªa hacer sancocho con ella: ¡°Los vamos a picar¡±. Eso aparec¨ªa escrito en la plaza del pueblo. Sentada en un bar en el centro de Madrid, ante un capuchino humeante, esa realidad parece como de otro planeta.
Durante este tiempo una de las personas con las que ha compartido piso es Claudia Pai, una mujer ind¨ªgena que trabaja en su comunidad defendiendo su territorio de los grandes terratenientes que quieren acabar con los recursos naturales de su regi¨®n.
Pai est¨¢ amenazada y le recomiendan acudir a todos lados con chaleco antibalas, trasladada en un coche blindado que le ha facilitado el gobierno. Esa protecci¨®n extrema no ha rebajado la amenaza, a ella y a quienes la rodean. Antes de acabar el plazo del programa decidi¨® volver a casa.
Su historia se parece a la de Maricel de Sandoval Solarde, de 29 a?os, una l¨ªder afroamericana que se ha enfrentado a grandes empresarios con tal de defender sus bosques, sus r¨ªos y su tierra. ¡°El territorio es la vida y se defiende¡±, responde Sandoval cuando se le pregunta si le gustar¨ªa quedarse en Madrid.
Su papel como activista es defender los r¨ªos de la miner¨ªa ilegal, aunque esto ha hecho que tambi¨¦n las ?guilas Negras ¡ªcomo a la monja¡ª la hayan amenazado de muerte en varias ocasiones. Aunque eso no es lo que m¨¢s le preocupa: ¡°El riesgo m¨¢s grande es ser indiferente a lo que pasa en el territorio¡±.
Hoy caminan sin miedo a morir. ?Y ahora qu¨¦ pasar¨¢? Tienen que volver as¨ª exista la posibilidad de que terminen muertas, como los otros 29 l¨ªderes sociales que han sido asesinados en lo que va de a?o, seg¨²n el ¨²ltimo informe de la ONU ¡°La paz todav¨ªa no la podemos oler¡±, asegura Trigos.
Ahora, con las pilas recargadas, les toca volver a seguir resistiendo en sus tierras.
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