¡®Il sindaco¡¯ Maragall
Al entonces ex alcalde de Barcelona le recuerdan en Roma en 1997 curioso y dulce, pero capaz de bajar de un taxi para ordenar el tr¨¢fico
Los caprichos arqueol¨®gicos del mercado inmobiliario romano -cada periodo tiene los suyos desde hace m¨¢s de 2.700 a?os, no crean- quisieron que un enamorado del Mediterr¨¢neo como Pasqual Maragall acabase viviendo donde comenzaba la Via Aurelia. Justo ah¨ª, en la via Titta Scarpa n¨²mero 2, junto a la isla que forma el T¨ªber a la altura del Trastevere, pas¨® un a?o de su vida con su esposa Diana y su hijo Guim. Su rastro, los recuerdos del periodo que ciment¨® su salto hacia la Generalitat, permanecen entre las callejuelas del centro, en el papel amarillo manchado de aceite de las frituras de sesos y alcachofas de la hostaria Dar Buttero. Tambi¨¦n en las lecturas de aquellos d¨ªas, desde Sempr¨²n a Thomas Mann pasando por Edgar Morin, y en el dietario que public¨® en La Vanguardia anticipando ideas que vendr¨ªan. Pero, sobre todo, es f¨¢cil reavivar su recuerdo en la admiraci¨®n que despertaba en la socialdemocracia italiana, fascinada entonces con su obra en Barcelona y puesta en pie a su llegada.
Maragall aterriz¨® en Roma en septiembre de 1997, poco despu¨¦s de la Diada de aquel a?o. Pas¨® tambi¨¦n un breve tiempo en un hotel en el Aventino, justo donde la Via Marmorata abre las puertas del Testaccio. Luego vivi¨® un tiempo en un ¨¢tico prestado en la Villa Borghese, un espect¨¢culo con vistas a los jardines del Pr¨ªncipe por encima de las posibilidades est¨¦ticas de casi cualquiera. ?l hab¨ªa llegado con un Ford Escort familiar plateado que conserv¨® a?os despu¨¦s ¨C¡°el romano¡± lo llamaba- y con el que recorri¨® todo el Lazio con su familia. En aquellos d¨ªas explotaba el furor los telefonini en la calle -ning¨²n pa¨ªs se dio un golpe en la cabeza tan fuerte con el asunto- y el Inter de Mil¨¢n acababa de birlarle a Ronaldo al Bar?a. Sucedi¨® cuando las gradas del calcio todav¨ªa hac¨ªan m¨¢s ruido que las de la pol¨ªtica en Italia, donde un discreto Romano Prodi inhalaba los ¨²ltimos vapores de finezza que quedaban en el Palazzo Chigi.
Roma, en pleno prejubileo, so?aba todav¨ªa con ser una estrella en una moderna constelaci¨®n europea desde que hab¨ªa ayudado a fundar. Francesco Rutelli, valor en alza de la socialdemocracia, la dirig¨ªa desde lo alto del Campidoglio, justo donde se hab¨ªa firmado el Tratado 40 a?os atr¨¢s. Una ciudad entonces en plena efervescencia cultural y urbana, convertida en una pesadilla ingobernable a?os m¨¢s tarde (aunque los atascos fueran los mismos, como el propio Maragall sufri¨® e intent¨® poner orden ¨¦l mismo baj¨¢ndose de un taxi camino a Fimuicino). Pero el coche obliga en Roma. Y los mi¨¦rcoles conduc¨ªa pacientemente tambi¨¦n a trav¨¦s de la Via Ostiense para llegar a sus clases en la Universidad Roma-Tre: un curso creado especialmente para Maragall que llamaron Europa Prossima.
Nuestra mirada federalista ha sido machacada por pulsiones secesionistas y centralismos burocr¨¢ticos¡±, cree hoy su amigo y entonces alcalde de Venecia, Massimo Cacciari
El 10 de diciembre, el d¨ªa que se estren¨® como professore, le escuchaban en la primera fila las principales ramas de L¡¯Ulivo, el artefacto electoral que hab¨ªa echado a rodar a?o antes. No se lo perdieron el fil¨®sofo y entonces alcalde de Venecia, Massimo Cacciari, o el propio Prodi, que seg¨²n contaba en la cr¨®nica de aquel d¨ªa Enric Gonz¨¢lez, tuvo que hacer equilibrismos vaticanos para ensalzar al mismo tiempo a su amigo Jordi Pujol y al propio Maragall. Tambi¨¦n estuvo, por supuesto, Rutelli, tan incapaz entonces como hoy de ocultar su admiraci¨®n por ¡°Pasqual¡±. ¡°Es el alcalde contempor¨¢neo m¨¢s grande de Europa. As¨ª le present¨¦ una vez en un mitin y se qued¨® de piedra. Era una mezcla entre intelectual y administrador, algo rar¨ªsimo en la pol¨ªtica. En Barcelona fue capaz de implicar la energ¨ªa de la liberaci¨®n del franquismo en un proyecto colectivo. No era un l¨ªder arrogante, era el jefe de un equipo¡±, se?ala Rutelli al tel¨¦fono. Diez a?os despu¨¦s, recibi¨® la llamada de su amigo habl¨¢ndole de Eisenhower, esa manera que ten¨ªa Maragall de ironizar con su enfermedad, y sobre c¨®mo pensaba combatirla.
Jordi Pujol hab¨ªa ya consumido la mitad de su pen¨²ltima legislatura y Maragall, que ese a?o le mand¨® una felicitaci¨®n navide?a desde la sede de la Prensa Extranjera con un grupo periodistas gamberros y el propio Romano Prodi, repet¨ªa a todo el mundo que no ten¨ªa intenci¨®n de probar suerte al otro lado de la Plaza de Sant Jaume. Roma era solo un bal¨®n de ox¨ªgeno, una c¨¢mara hiperb¨¢rica tras 15 a?os al frente de la alcald¨ªa de Barcelona. Hasta que le visit¨® Felipe Gonz¨¢lez para convencerle de lo contrario, seg¨²n ¨¦l mismo explic¨® en un mitin en L¡¯Hospitalet en 2006 junto al expresidente del Gobierno. Enric Juliana, entonces corresponsal en Roma de La Vanguardia, comi¨® y charl¨® algunas veces con ¨¦l durante aquel curso. ¡°Es dif¨ªcil saber qu¨¦ pensaba. Pero buscaba verificar realmente si quer¨ªa dar el paso. Y aquello pasaba por ver si se lo ped¨ªan y con qu¨¦ argumentos. Comprobar si se creaba un cierto deseo de que fuera candidato. Entendi¨® que la mejor manera era desaparecer un tiempo¡±.
El camino, al fin y al cabo, parec¨ªa l¨®gico. Sus amigos en los ayuntamientos de Italia tambi¨¦n hab¨ªan dado pasos. Las ciudades eran entonces el mejor esquema para regenerar la pol¨ªtica nacional, justo lo que intenta hoy de nuevo t¨ªmidamente Italia. Walter Veltroni, que suceder¨ªa tres a?os despu¨¦s a Rutelli, se convertir¨ªa en secretario general del nuevo artefacto socialdem¨®crata en el pa¨ªs una d¨¦cada despu¨¦s. ¡°Nos vimos muchas veces, en Roma y en Espa?a. Siempre me han impresionado dos cosas que no son frecuentes en nosotros: la curiosidad y la dulzura. Siempre me pareci¨® que ten¨ªa esa doble caracter¨ªstica que, en el fondo, es hija de la misma mirada hacia la vida. ?l era curioso por todo lo nuevo: cultural, social, pol¨ªtico. Per tambi¨¦n muy acogedor, sin esa violencia de las certezas que lamentablemente nos asfixian hoy. Era un hombre m¨¢s atravesado por las dudas que por las certidumbres¡±.
Una manera proyectar el mundo en las ant¨ªpodas de la que recorre Europa, como recuerda su amigo Cacciari con cierta amargura. ¡°Demostr¨® unas ideas muy claras sobre la exigencia de un verdadero federalismo, especialmente a nivel europeo. Un pensamiento que compart¨ªamos los alcaldes de los a?os 90 que ha sido traicionado en todas partes. Fuimos machacados por las pulsiones secesionistas y los centralismos burocr¨¢ticos a la madrile?a y a la romana. La ¨²ltima vez que le vi, hace unos diez a?os estaba completamente desconsolado por el naufragio de nuestras ideas, que ha tra¨ªdo el desastre a nuestros pa¨ªses, tambi¨¦n en la Uni¨®n Europea. Fueron derrotadas y se impuso lo que vemos hoy, empezando en Roma¡±. Una an¨¦cdota, y eso aqu¨ª siempre consuela, si uno piensa que tras 28 siglos esta ciudad todav¨ªa funciona.
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