¡°Pau Casals estaba solo, yo era su ayudante, y entonces¡ ¡®revol¨²¡±
Marta Casals Istomin, viuda del genio catal¨¢n y reconocida gestora musical, guarda en su casa de Washington el violoncello de 1733, pero los mejores recuerdos son los que ella cuenta
El matteo goffriller que Pau Casals toc¨® durante medio siglo, una pieza de 1733 que cuesta 10.000 d¨®lares anuales en seguro, yace dentro de su caja, en el suelo, en un despacho contiguo a la sala de estar. Marta Casals Istomin (Puerto Rico, 1936) lo abrir¨¢ y lo mostrar¨¢, pero no lo sacar¨¢ para posar con ¨¦l: ¡°Un cello se tiene que tomar de la manera debida, si no, es mejor dejarlo ah¨ª¡±, se justifica. El ¨²ltimo en usarlo fue el israel¨ª Amit Peled y el pr¨®ximo a¨²n no se sabe, aunque no tardar¨¢ en llegar. Porque este violoncelo no es para museos. La viuda de Casals lo va prestando por periodo de uno o dos a?os aproximadamente a diferentes promesas o nuevos talentos que le recomiendan. ¡°Alguien me tiene que hablar de ¨¦l, entonces yo voy a escucharle sin avisar a nadie y, si est¨¢ bien, se lo dejo¡±.
M¨¢s que amor por la m¨²sica -que tambi¨¦n-, es un respeto reverencial por ese arte, algo casi religioso, lo que se respira en este apartamento de Washington vistas al Watergate, ya por siempre conocido como el hotel de las intrigas que acabaron con Richard Nixon. Ella no conoci¨® a Nixon, pero s¨ª a otra media docena de presidentes estadounidenses, de JFK a Lyndon B. Johnson, pasando por Jimmy Carter, Gerald Ford o los dos Bushes, padre e hijo. Varias fotograf¨ªas dan cuenta de esos trozos de memoria, un piano de cola se impone en el centro de la estancia y ella, elegante como un brazo de mar, con un mech¨®n de pelo blanco en el centro de su cabello negro, peinado hacia atr¨¢s y lleno de volumen, parece una de diva de ¨®pera, alguien de otro tiempo.
Marta Casals es capaz de recuperar cada fecha, lugar y nombre de la vida del legendario m¨²sico exiliado con la precisi¨®n de un estudiante doctoral. C¨®mo toc¨® en 1908 para Teddy Roosevelt, c¨®mo en 1961 Kennedy le convenci¨® para ofrecer un concierto privado en la Casa Blanca, tras a?os de negativa a actuar en pa¨ªses que reconociesen la Dictadura de Franco, o el d¨ªa del discurso de la Medalla de Paz de la ONU. Pero cuando la cosa llega al idilio con ¡°el maestro¡±, como suele referirse a su primer marido, la narraci¨®n se embarulla, el tiempo se congela dentro de esta estancia. Marta Mont¨¢?ez -ese era su apellido de soltera- conoci¨® a Pablo Casals siendo una adolescente. Se convirti¨® en una de sus pupilas. Poco despu¨¦s, en su asistente. En 1957 se casaron. Ella ten¨ªa 20 a?os; ¨¦l, 80.
-Yo era su secretaria, su ayudante, ¨¦l estaba solo, y entonces¡ Revol¨², como decimos en Puerto Rico.
-?Revol¨²?
-S¨ª, revol¨². [Revol¨²: desorden, algarab¨ªa, bulla].
-?l necesitaba ayuda [acababa de sufrir un infarto en Puerto Rico], yo no pod¨ªa dejarle as¨ª, y la gente andaba hablando. No se me declar¨® nunca, no llegamos all¨ª siendo novios. Do?a In¨¦s, la esposa del gobernador [Luis Mu?oz Mar¨ªn], que era muy buena amiga nuestra, se dio cuenta de la situaci¨®n y un d¨ªa le dijo al maestro: ¡°Aqu¨ª lo ¨²nico que se puede hacer es que ustedes se casen¡±. Y fue algo feliz, una decisi¨®n del destino.
-Sabe que esto hoy ser¨ªa un esc¨¢ndalo.
-Bueno, ahora est¨¢ lo de harassment [acoso], pero ¨¦l viv¨ªa en su casa y yo en la m¨ªa. Y todo empez¨® porque yo le ten¨ªa un gran afecto. Antes era m¨¢s esc¨¢ndalo ahora, que todo el mundo se va con todo el mundo.
La vida de Marta empez¨® a girar entonces en torno a la figura del gran maestro. Su casa, sin embargo, decepcionar¨ªa a mit¨®manos o fetichistas. La mayor parte de objetos, escritos o instrumentos del legendario m¨²sico exiliado est¨¢n repartidos entre la casa museo de El Vendrell (Tarragona) y la Fundaci¨®n de Nueva York. S¨ª se qued¨®, sin embargo, con el Gofriller. Casals, dice, ¡°quer¨ªa que estuviera al servicio de la juventud¡±. ¡°Ten¨ªa obsesi¨®n por la ense?anza de valores, sobre todo en los ni?os¡±. ??l lament¨® no haber tenido hijos? ¡°Nunca hablamos de ello, aunque estoy segura de que le hubiese gustado, pero no los tuvo. La vida fue as¨ª¡±, afirma.
Ella no volvi¨® a tocar, ni siquiera en petit comit¨¦ ¨C¡°O se toca bien, o nada, hay que saber cu¨¢ndo s¨ª y cu¨¢ndo no. La cosa amateur no¡.¡±, dice-, aunque la devoci¨®n por la m¨²sica ha marcado todos los d¨ªas de su vida. Fue directora art¨ªstica del Kennedy Center, el gran palacio de ¨®pera y conciertos de Washington, durante 11 a?os, hasta que el 1990 dimiti¨® criticando p¨²blicamente lo comercial que quer¨ªa volver la programaci¨®n. ¡°Solo quer¨ªan nombres conocidos, y yo cre¨ªa que hab¨ªa que combinar eso pero tambi¨¦n con el descubrimiento de gente nueva, puntera¡±, argumenta con ¨¦nfasis. Luego pilot¨® la Escuela de M¨²sica de Manhattan y nunca ha dejado de impulsar la carrera de j¨®venes talentos, una obsesi¨®n de Casals que ella adopt¨® a su muerte, en 1973. Dos a?os despu¨¦s, se cas¨® con otro m¨²sico ¨Ccomo no pod¨ªa ser de otro modo¨C, Eugene Istomin.
-?Y aquello c¨®mo surgi¨®?
-Bueno, ¨¦ramos amigos, ¨¦l era tambi¨¦n muy talentoso, y un gran admirador del maestro, lo adoraba. Cuando muri¨® se preocup¨® mucho por m¨ª, me llamaba, me preguntaba si necesitaba algo¡ Despu¨¦s de un concierto en el Carnegie Hall, nos empezamos a ver¡
Y, claro, revol¨². Casals muri¨® con la pena de no haber vuelto nunca a Espa?a. Pero sus restos reposan en el cementerio de El Vendrell. Los de Istomin, fallecido en 2003, tambi¨¦n acabaron en el mismo sitio. ¡°Y all¨ª ir¨¦ yo tambi¨¦n¡±, afirma Marta. ?Con qui¨¦n de los dos? ¡°Con Eugene¡±.
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