Como el primer d¨ªa
Recuerdo habernos mirado fijamente en el autob¨²s que nos llevaba a la Pradera de San Isidro
Recuerdo esa noche como si acabara de pasar, o m¨¢s bien como si fuera una puerta en el tiempo, un punto en la memoria que hace que su alrededor se disipe sin esfuerzo mientras ¨¦l brilla y se hace fijo.
Eran las fiestas de San Isidro, pero eso solo era una excusa, una respuesta acertada a las preguntas hechas a destiempo. Un motivo para escapar, ambas, de aquellas paredes que nos apretaban los cuerpos partidos. No es literatura: nuestros cuerpos, literalmente, estaban rotos, y solo encontraban descanso al apoyarse uno sobre el otro.
Yo qu¨¦ s¨¦ a d¨®nde iba. No ten¨ªa ni idea. Solo sab¨ªa que quer¨ªa estar con ella. Mi vida, en ese momento, era un balanceo ininterrumpido y ciertamente incansable que se paraba cuando la ve¨ªa. Hubi¨¦ramos ido a cualquier sitio que nos llevara lejos de nosotras mismas.
Recuerdo habernos mirado fijamente en el autob¨²s que nos llevaba a la Pradera de San Isidro. Nos acompa?aba otra gente, otros amigos, una coartada o un contexto, no lo s¨¦, otro modo de sentirnos protegidas en un lugar extra?o. El caso es que nos mir¨¢bamos y, aunque sab¨ªamos que nos ¨ªbamos a estrellar, fuimos capaces de respirar sin espasmos. Apretaba su mano como si me fuera la vida en ello, igual que aprieto la de mi hermana cuando nos hacemos paso en una manifestaci¨®n en Cibeles o igual que aprieto el lomo de mi perro cuando pasan patines y se asusta y ladra. Todo era tan triste y tan hermoso que no tiene cabida contarlo de otra manera.
Llegamos a otra casa, nos sentamos juntas sin miedo, sin disimulo. Otro barrio, otras calles, otros ojos. Nos regamos en un alcohol que no necesit¨¢bamos. Re¨ªmos historias que nos hicieron recuperar la gracia. Escuchamos cantar a gente que celebraba las fiestas de la capital sin culpabilidad. Vimos peleas que defin¨ªan nuestra rabia escondida. Bailamos melod¨ªas que nunca antes hab¨ªamos escuchado. Los besos ca¨ªan uno detr¨¢s de otro como si fueran las notas de una balada pegadiza o de un discurso aprendido. Todas las canciones me parec¨ªan dolorosas cuando la besaba y aun as¨ª su espalda en movimiento era un oasis. No pas¨® un solo minuto en el que no quisiera romper el reloj que pondr¨ªa fin a esa noche de auxilio.
No recuerdo lo dem¨¢s. Solo s¨¦ que el baile se convirti¨® en un r¨ªo que nos llev¨® hasta su portal, donde los besos, salados, se nos ca¨ªan de los ojos.
Esta semana volvemos a las fiestas de San Isidro, con equilibrio y con la tristeza en el recuerdo porque nos hace sentir fuertes. La tristeza es as¨ª: un recuerdo de la fortaleza. Esta vez, sonar¨¢n canciones que recordaremos siempre.
Mientras, aqu¨ª sigo, apretando su mano como el primer d¨ªa, porque siento que solo ella puede acariciarme en mitad de una fiesta, o de una pelea, o del propio miedo.
Madrid me mata.
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