Cheque en blanco en el Ritz
¡°Bos¨¦ era un juerguista nato; con Pavlovsky, foll¨®n brutal¡±, recuerda el ma?tre del m¨ªtico hotel, fundado en 1919
¡°Entr¨® en el ascensor, firm¨® el cheque en blanco y me lo entreg¨®¡±. El patriarca Lara estaba dispuesto a pagar lo que fuera por editar en Planeta las memorias de Eduardo Jos¨¦ Mart¨ª. Buen olfato: 46 a?os en el Ritz, hoy El Palace, la mayor¨ªa como primer ma?tre del hotel, dan para un libro explosivo. No acept¨®, claro... Como no est¨¢n los tiempos period¨ªsticos para una cr¨®nica de color desde una de las seis lujosas suites (snif) ni para infiltrarse ocho d¨ªas de camarero tipo la gran Josefina Carabias en 1934 para Cr¨®nica (snif, snif), uno opta por una especie de tour tur¨ªstico guiado por Pep --como se le conoce en la casa a pesar de ser Jos¨¦ apellido--, que tiene la elegancia de jubilarse ahora en el centenario del hotel.
Toda biograf¨ªa es reflejo del alma: Pep est¨¢ estudiando cuando su padre se quiebra la espalda. Falta dinero en casa y con 15 a?os entra de botones en el Ritz, ¨²ltimo grito de cosmopolitismo en 1919, sugerencia del sibarita Francesc Camb¨® quejoso de que en Barcelona no hubiera un hotel a la altura de los suyos, con tel¨¦fono y ba?o en las habitaciones. Pep se describe por sus actos: ¡°Me pegu¨¦ como una sombra al ma?tre, el se?or Batet, que era el que me daba m¨¢s ca?a, pero as¨ª estuve en todos los fregaos¡±. A los 22 a?os, ¨¦l ya era ma?tre. Desde entonces, casi medio siglo sin Nochevieja ni Nochebuena en casa, que una vez no lleg¨® a pisar en cinco meses, ¡°porque acababas a las 3 de la ma?ana y a la seis ten¨ªas que entrar, durmiendo en sof¨¢s de ah¨ª¡±, se?ala camino de la antigua sala Xavier Cugat, donde en 1987 se encontraron Freddie Mercury y Montserrat Caball¨¦, Montsy para el de Queen, que ese d¨ªa le propuso el futuro tema Barcelona. ¡°No estaban alojados: se citaron aqu¨ª, hicieron trasladar el piano, corrimos las cortinas y ensayaron; unas tres horas y solo bebieron agua; el marido iba con casetes de cinta grab¨¢ndolo¡¡±, recuerda Pep que, obviamente, les atendi¨®.
¡°La se?ora Caball¨¦ era cliente habitual, pero siempre muy discretamente¡±, dice sin decir nada o todo Pep, como cuando deja caer ante unas flores de un comedor: ¡°Marta Ferrusola era la florista oficial, pero se ve¨ªa poco¡± y uno no sabe si se refiere a las flores o a la empresaria floral. Cuesta o¨ªrle porque con paso tranquilo pero firme, chaqu¨¦ negro, camisa blanca, corbata de rayas grises y negra a juego con los pantalones, lustros¨ªsimos zapatos negros, se ha colado, escaleras abajo, hacia la cocina, como huyendo de los clientes que escogen el desayuno en el buffet: ¡°?No estamos en un hotel de lujo? Deber¨ªamos ofrecerlo nosotros: el 80% de mis camareros saben abrir y servir cualquier pieza; cuando me piden un pomelo, a¨²n lo pelo delante del comensal; es tan importante la cocina como el servicio y hoy s¨®lo somos transportistas de platos¡±.
Entre serpenteantes pasillos subterr¨¢neos (¡°por debajo se puede ir a cualquier parte del hotel¡±) y fintando empleados (¡°somos unos 220, pero fuimos 400; he llegado a tener casi 100 camareros; hoy manejo 27¡±) por la magia de Pep se aflora en la famosa La Parrilla del Ritz, donde se hac¨ªan espect¨¢culos y desde los palcos se pod¨ªa ver sin ser visto. ¡°En este hotel siempre hay una segunda opci¨®n¡±, deja caer, de nuevo, sutil. ¡°Aqu¨ª y en el sal¨®n principal hay un lugar desde el que, por el juego de espejos, puedes controlar todo el espacio¡±, cita, mientras se desplaza al hoy club de fumadores, donde si se baja un cristal se esp¨ªa todo desde detr¨¢s del escenario.
¡°Los clientes antes valoraban el servicio, el lujo; hoy no saben apreciar nada: s¨®lo se quejan de la velocidad de internet¡±
Pero el show estaba dentro. Ah¨ª a¨²n hoy se puede fumar. Huele a poder, a intriga. ¡°Hasta bien entrados los 80, el Ritz era lugar de encuentro, en especial a la salida del Liceo. ¡®?Cu¨¢nto vale cerrar esto?¡¯ era una pregunta habitual. Hasta la una de la madrugada, era punto clave de negocios y a partir de entonces, Babilonia¡±, admite. El espacio invita a ciertas confidencias. ¡°Si al d¨ªa siguiente de lo que he escuchado aqu¨ª hubiera ido al banco, ser¨ªa riqu¨ªsimo¡±, desliza Pep, que difumina, taimado, nombres de altos empresarios con el humo de los de la far¨¢ndula o el deporte. ¡°Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa buscaba contactos porque aqu¨ª se reun¨ªan Cruyff, Minguella y N¨²?ez o cenaban Gaspart y Mendoza cuando oficialmente estaban a matar; el periodista nunca sac¨® nada¡±. Miguel Bos¨¦ era ¡°un juerguista, pero sano, lo mejor de lo mejor¡±; el desmadre ven¨ªa con Pavlovsky, ¡°un foll¨®n brutal, con Carmen de Mairena danzando por ah¨ª¡± y lo del torero Espartaco ¡°no estaba nada mal¡±. Con discreci¨®n, indica una bandejita met¨¢lica donde, cuando los clientes se exced¨ªan con su canalla (cari?oso apodo en catal¨¢n a sus camareros), ¨¦l desperdigaba, de manera ¡°involuntaria¡±, el polvillo blanco de ah¨ª. O, en ¨¦pocas m¨¢s pret¨¦ritas, hac¨ªa desaparecer las revistas pornogr¨¢ficas que tra¨ªan. Los ceniceros llegaron a llevar grabado: ¡°Honorablemente birlado del Hotel Ritz¡±.
Hay unas tablas de la ley que Pep recita: ¡°Uno: el cliente no es un n¨²mero de habitaci¨®n: desde antes de que llegue ya sabemos todos su nombre; dos: no hay un no para ¨¦l, es m¨¢s importante el cliente que el jefe; tres: gozan de absoluta intimidad y lo saben; son de la familia del hotel¡±. Por eso su canalla no lleva m¨®vil (¡°si no hay un familiar enfermo¡±) ni piden fotos. Se controla el acceso de paparazzi y carteristas, si bien ¡°antes los pill¨¢bamos m¨¢s porque ten¨ªamos m¨¢s porteros y los ascensoristas¡±, constata subiendo a la suite 308, de las que mantiene los ba?os de 1919: mosaico romano, grifer¨ªa de cobre y porcelana que reventaba con el calor. Las de doble dormitorio cuestan hoy 2.700 euros.
Pep las ha visto ah¨ª de todos los colores: ¡°Una clienta que, delante del marido, me ped¨ªa que le pusiera cremita; otra que dejaba abierta la puerta de la habitaci¨®n mientras estaba con el amante para que la pillara el esposo, juego que zanj¨¦ poniendo un biombo en el pasillo; he tenido que ir al Drugstore de madrugada a comprar pijamas, ropa interior, medias... de todo y de todo¡±, repite, para que uno alimente la imaginaci¨®n. Muy frecuente ha sido ¡°ver entrar a un cliente y, al poco, a su esposa, cada uno con sus respectivas parejas, y tener que ponerlos a punta y punta de hotel y, al d¨ªa siguiente, evitar que se cruzaran y darles coartadas del otro¡ Eso s¨ª, ellas siempre m¨¢s discretas, en todo¡±.
"Era frecuente ver entrar a un cliente y, al poco, a su esposa, cada uno con sus respectivas parejas, y tener que ponerlos a punta y punta de hotel y, al d¨ªa siguiente, evitar que se cruzaran y darles coartadas del otro"
An¨¦cdotas de famosos, millones: lo del caballo de Dal¨ª ¡°fue m¨¢s dif¨ªcil sacarlo que meterlo; s¨®lo tres sab¨ªamos cu¨¢ndo el artista ven¨ªa; a Amanda Lear le alquilaba la habitaci¨®n para un mes¡±; Michael Jackson ¡°no era para nada el exc¨¦ntrico que se ha vendido¡±...
Tiempos aquellos en los que el Ritz destinaba 16 personas a las brigadas encargadas de poner lavadoras, planchar o dar el apresto a las toallas de rizo; esos tiempos en que ¡°los clientes valoraban el servicio, el lujo, porque hoy s¨®lo se quejan de la velocidad de internet porque no saben apreciar nada m¨¢s, con ni?os que parecen caballos, hijos de padres prepotentes: ¡®Ya que pago, tengo derecho¡¯¡ Cuando detecto a uno de estos, digo a la canalla: ¡®Fuera, este es m¨ªo¡¯ y acaba pagando gusto y ganas. Y siempre con una sonrisa¡±. Tambi¨¦n eran ¨¦pocas mejores para el personal: "Yo nunca he trabajado menos de ocho horas; hoy el puesto de aprendiz no existe, ni la de medio camarero; y cuando tienes alguno bien ense?ado te lo fichan porque aqu¨ª hacemos escuela¡±.
¡°Quiz¨¢s impresione cruzar la puerta del Palace, pero, una vez dentro, el trato que recibe es tal que el cliente siempre vuelve¡±, se despide Pep tras un ejercicio del punto justo de la c¨®mplice discreci¨®n. De la consejer¨ªa a la puerta giratoria, tres empleados llaman por su nombre a una joven de caros shorts y camiseta, mientras la acompa?an al coche negro que la espera. Casi me siento orgulloso del hotel. Absurdo, ya s¨¦. Pero quiz¨¢ el periodismo sea eso: estar apenas a la altura del dobladillo de las cosas bien hechas. O de los secretos. O del poder.
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