Este primer frente del Barrio de la Concepci¨®n ha sido durante d¨¦cadas met¨¢fora de angustias urbanas. La culpa fue de Pedro Almod¨®var, quien lejos de buscar un spot tur¨ªstico, traslad¨®, muy probablemente sin querer, La Colmena de Cela desde el franquismo a la movida. Lo bord¨® en una de sus obras maestras: ?Qu¨¦ he hecho yo para merecer esto?, rodada en esas tripas de metacrilato y hormig¨®n. Otro Madrid necesitaba ser contado a lo largo de su cine sin perder esencias seculares subterr¨¢neas. Pasar de la tisis al sida y de la neurosis de la represi¨®n sexual a la depresi¨®n de las mujeres sin futuro. Otro Madrid que en muchos aspectos era el mismo. El del costumbrismo vecinal inyectado con una frescura surrealista de la posmodernidad en puertas. Una evoluci¨®n sociol¨®gica coherente, en ning¨²n caso mutaci¨®n. La Carmen Maura limpiadora armada con su pata de jam¨®n, dispuesta a la venganza simb¨®lica contra el macho cabr¨ªo resultaba tambi¨¦n una Fortunata galdosiana que pagaba caro sus humillaciones. Para todo eso necesitaba un lugar determinado que pusiera el list¨®n muy alto en el arte de saber elegir localizaciones. Hoy, ese complejo de aglomeraci¨®n urban¨ªstica malsana deber¨ªa considerarse monumento hist¨®rico-art¨ªstico. Un s¨ªmbolo de la pujanza, la paciencia y el aguante de las clases m¨¢s apretadas. Una fortaleza inexpugnable de la dignidad, acosada por el hormigueo y el silbido del tr¨¢fico en la M-30. Una frontera de resistencia y un ejemplo de lo culpables que son de las desdichas colectivas algunos constructores y no pocos arquitectos.
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