Lleniiiita de mujeres
A mi abuela le trastocaba ese Madrid que ella nunca logr¨® entender del todo, pero no este, el del 8-M, el de la Cibeles rebosando de pancartas y lemas y lucha
Madrid no era Madrid. Era, casi siempre, "la capital" o "Madr¨ª". Ella lo dec¨ªa con importancia, como si al decirlo chapase en oro el resto de la frase. Esa mujer nacida, criada y curtida en La Mancha, pis¨® esta ciudad diez veces. Siempre en autob¨²s, siempre con agujeros por los que se ve¨ªa la carretera, siempre m¨¢s de seis horas de viaje. La primera, en el 57; la ¨²ltima, en el 73. Mi abuela vino a "cosas de bien" porque ella no conceb¨ªa otras cosas: a la consulta de un m¨¦dico en N¨²?ez de Balboa; a visitar la casita del Pr¨ªncipe; al Escorial, a una comuni¨®n; a ver las calles en Navidad.
Aquella ciudad que conoci¨® dej¨® de ser hace mucho, pero ella la conserv¨® as¨ª: criogenizada en los setenta ¡ªcon Franco vivo aunque ya no del todo¡ª y sin ver venir las primeras elecciones democr¨¢ticas. Madrid era ese sitio de gente importante al que hab¨ªa que ir con el dobladillo bien planchado, la camisa blanqueada con azulete, los zapatos con lustre y con pendientes. Vivir aqu¨ª ya te daba condici¨®n de clase; ninguna en concreto, pero clase al fin y al cabo.
Cuando mi hermana y yo nos mudamos, empez¨® a tratarnos como si la ciudad fuera un soltero de oro y nosotras casaderas, con ese complejo de sat¨¦lite que a veces se le pone a quien mira Madrid como si mirara el sol. La cuesti¨®n es que hab¨ªa que portarse bien con este lugar que, seg¨²n ella, lo ten¨ªa todo. Incluidos los ahorros de la familia: "Esta ciudad, barata no ha sido nunca". De hecho, Madrid es tanto m¨¢s cara cuanto m¨¢s de pueblo es una. Y as¨ª, durante muchos a?os a fines de semana, mi abuela conoci¨® otro "Madr¨ª" que le empez¨® a parecer m¨¢s golfo que partidazo.
Arrugaba la frente cuando le contaba que sal¨ªa de trabajar casi de madrugada y volv¨ªa a casa sola, en metro, y que nunca pasaba nada, que era una de las capitales m¨¢s seguras del mundo. Y le contrariaba que los ascensores del suburbano, reci¨¦n fregados, olieran tan mal como yo le contaba. Abri¨® mucho los ojos cuando le ense?¨¦ fotos del A?o Nuevo Chino, en Usera, y pens¨® que le estaba tomando el pelo. Tampoco se cre¨ªa que aqu¨ª, si te alejas del centro, algunas calles en las noches de verano se llenan como en el pueblo, de sillas y abanicos y gente al fresco pelando pipas. Nunca se convenci¨® del todo de que esta ciudad siempre tiene un ojo abierto y de que en ella las mujeres podemos ser libres de ir, venir, entrar y salir.
El pasado 8 de marzo rez¨® una docena de veces su "Jes¨²s bendito" al tel¨¦fono cuando le dije que s¨ª, que hab¨ªa estado en medio de aquella manifestaci¨®n que ella hab¨ªa visto por la tele, con la boca muy abierta. Me pregunt¨® "cu¨¢ntas" hab¨ªamos ido; as¨ª, en femenino. Le dije que alrededor de 375.000. "Es otro mundo", dijo. La verdad es que lo es. A mi abuela le trastocaba ese Madrid que ella nunca logr¨® entender del todo. Pero no este. En la ¨²ltima conversaci¨®n que tuve con ella, record¨® ese 8-M. "C¨®mo estaba la fuente de Cibeles, lleniiiita de mujeres", dijo. "Tan bonita".
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