La arquitectura de Willi Schoebel, en escombros
La construcci¨®n del Colegio Alem¨¢n fue la obra civil m¨¢s grande del gobierno germano en Espa?a en 1957
Las gr¨²as ya no sobrevuelan el patio del Colegio Alem¨¢n, ubicado en la confluencia de las calles Concha Espina y Serrano. La maquinaria permanece all¨ª varada, pero los cascotes acumulados demuestran que las obras avanzaron con firmeza hasta hace una semana. El anterior Ayuntamiento de Madrid otorg¨® la licencia para el derribo, detenido cautelarmente por una jueza que admiti¨® a tr¨¢mite el recurso presentado por la Asociaci¨®n Espa?ola para la Defensa del Desarrollo Ecol¨®gico Sostenible (Addes).
?El complejo, conformado por cuatro m¨®dulos ensamblados, es una obra racionalista firmada por Willi Schoebel. El toque de Alois Giefer y Hermann Mackler ¡ªel d¨²o de Frankfurt al que los fundadores de la Bauhaus reconocieron como su insigne sucesor¡ª se aprecia en el dise?o de espacios abiertos. La luz se cuela a trav¨¦s de la vidriera de hormig¨®n que corona la capilla. Con todo, este edificio, proyectado en 1957 por el gobierno de la Rep¨²blica Federal de Alemania, carece de protecci¨®n. No est¨¢ recogido en el cat¨¢logo hist¨®rico de la ciudad y sus nuevos propietarios quieren derruirlo.
Mercedes P¨¦rez-Fr¨ªas (Madrid, 1951), parte de la primera generaci¨®n de alumnos, educ¨® su mirada de arquitecta entre los muros del Colegio Alem¨¢n: ¡°No se parec¨ªa en nada al tipo de edificaci¨®n que yo hab¨ªa visto hasta entonces. Ni por la forma ni por los materiales ni por el tama?o¡±. La novedad, relata, hizo que los primeros meses reparara en cada detalle. Hoy evoca su aula de Primaria, en un bloque ortogonal de cuatro plantas, con salida directa al patio por medio de escaleras: ¡°Hab¨ªa un ventanal al jard¨ªn delantero, hasta el techo, con persianas met¨¢licas orientables mediante un manubrio articulado. Y en la pared opuesta, se encontraba una l¨ªnea de ventanas altas basculantes, para proporcionar ventilaci¨®n cruzada¡±.
El Colegio Alem¨¢n traslad¨® su sede a Montecarmelo en 2015. La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios adquiri¨® entonces el terreno, con m¨¢s de 10.000 metros cuadrados, para levantar otras instalaciones y ampliar su oferta docente. El pleno de Chamart¨ªn aprob¨® por unanimidad una resoluci¨®n para que el Ayuntamiento protegiera el inmueble, pero aquello jam¨¢s se materializ¨® y las obras comenzaron. P¨¦rez-Fr¨ªas habla de un conflicto entre el inter¨¦s privado y el p¨²blico: ¡°Demoler el centro supondr¨ªa una destrucci¨®n de patrimonio. Los madrile?os merecemos que se mantenga, porque es historia viva de la ciudad. Yo tengo una relaci¨®n sentimental con el edificio, claro, pero tambi¨¦n se discernir como profesional su valor arquitect¨®nico¡±, declara.
Despu¨¦s de citar los exteriores de ladrillo visto, aplacado de piedra y frentes de forjado, la arquitecta, afincada en Barcelona, se detiene en el modelo educativo que propugnaba el centro, muy aperturista para la Espa?a del momento: ¡°La familia y los amigos se sorprend¨ªan de que en mi colegio estuvi¨¦ramos revueltos las chicas y los chicos¡±, rememora. Y agrega: ¡°Como era un colegio laico, tampoco aprend¨ªamos ciertas formas de conducta o roles. Si lo pienso ahora, fuimos unos afortunados. Crec¨ªamos en un entorno sin l¨ªmites, donde todo era posible¡±. Seducidas por el sistema germano, a esta instituci¨®n fueron a parar numerosas familias de la burgues¨ªa madrile?a de la ¨¦poca: ¡°No aprend¨ªas solo un idioma, te imbu¨ªas de toda una cultura. Aquellos referentes resultaban muy refrescantes¡±, relata P¨¦rez-Fr¨ªas. Tener un ojo puesto en Europa significaba mirar hacia el progreso, cuenta. Incluso el mobiliario del colegio, tra¨ªdo de la Rep¨²blica Federal de Alemania, daba cuenta de unos avances a los que nuestro pa¨ªs era entonces ajeno: ¡°Utiliz¨¢bamos una de las primeras sillas ergon¨®micas que entraron en Espa?a, las delineadas por Adam Stegner. Estaban hechas de madera de haya, con capas prensadas e impregnadas en soluci¨®n fen¨®lica¡±.
Al final de la conversaci¨®n telef¨®nica, P¨¦rez-Fr¨ªas remarca que los ocho a?os en el Colegio Alem¨¢n fueron definitivos para su formaci¨®n profesional: ¡°Estimularon mi curiosidad visual en una ¨¦poca donde lo dem¨¢s resultaba muy gris¡±, asegura. Ella tuvo la ocasi¨®n de dejar su impronta all¨ª cuando conoci¨® a Max Bobran, que en el pasado hab¨ªa trabajado a las ¨®rdenes de Willi Schoebel. Entonces, el proyectista le propuso acometer las nuevas ampliaciones del centro ¡ªque tuvieron lugar en 1978¡ª y P¨¦rez-Fr¨ªas acept¨®. En su ¨²ltimo viaje a Madrid, ella prefiri¨® no visitar el lugar. Tuvo miedo de no reconocer all¨ª su r¨²brica. Ni los restos de un pasado que han ara?ado las excavadoras.
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