?Y los huevos de Atalanta?
Uno de los leones del Congreso es chica. Mirando de frente la fachada, el de la izquierda representa a Hip¨®menes
De d¨®nde vendr¨ªa aquella costumbre de nombrar algunas calles de Madrid solo con el apellido del homenajeado. La calle Augusto Figueroa es paralela a la de Gravina, y ambas est¨¢n conectadas por la plaza de Chueca, pero ni el gran navegante Federico Gravina ni el genial m¨²sico Federico Chueca ven reconocidos sus nombres en las placas del callejero. A quien fuera, los Federicos le ca¨ªan mal.
Tampoco el militar y pol¨ªtico Francisco Serrano ha merecido ver su nombre en una de las calles m¨¢s pijas de Madrid. Fue uno de sus ilustres vecinos, y con una doble moral que encaja perfectamente en el barrio: fue amante de Isabel II, m¨¢s conocido en palacio como ¡°el general bonito¡±, y uno de los que particip¨® en su derrocamiento con la Revoluci¨®n de La Gloriosa. Un figura que pas¨® de compartir cama sin disimulos con una reina, a ser quinto presidente de la Primera Rep¨²blica.
Y tambi¨¦n merecer¨ªa el se?or Ponciano que su nombre estuviera pegado a su apellido en la calle Ponzano, aunque solo fuera para que los miles que circulan por esta v¨ªa de moda en busca de ca?as, copas, tapas y raciones se preguntaran qui¨¦n demonios fue este tipo que deber¨ªa haberle retirado la palabra a su padre justo desde el d¨ªa de su bautizo.
Ponciano Ponzano fue un escultor zaragozano que muri¨® en 1877, seg¨²n cuentan, de la manera m¨¢s est¨²pida que una pueda imaginar: lanz¨® una uva al aire para recogerla con la boca, se atragant¨® y casc¨®. Qu¨¦ fatalidad. Fue el artista que dio forma a los dos leones que presiden la entrada del Congreso, esos que no pueden mirarse porque la diosa Cibeles los conden¨® a no volver a verse. Los dos leones se ignoran: uno dirige su cabeza hacia Neptuno y el otro hacia la Puerta del Sol.
Los madrile?os los bautizaron como Dao¨ªz y Velarde, porque imaginaron que su estampa reflejaba la imponencia y la fiereza de los dos militares. Nada m¨¢s lejos de las intenciones del artista: uno de los leones del Congreso es chica. Mirando de frente la fachada, el de la izquierda representa a Hip¨®menes, y el de la derecha es Atalanta. Ponzano realiz¨® la escultura del le¨®n macho con la cola levantada para dejar a la vista los test¨ªculos, mientras que la del le¨®n hembra (que no leona) la hizo con la cola posada delicadamente en el suelo para disimular que le falta un par.
Debido a la pendiente de la Carrera de San Jer¨®nimo, el espectador puede arrimarse a las posaderas de Hip¨®menes y comprobar que los tiene bien puestos, pero la altura a la que se encuentra el le¨®n Atalanta no permite ver la ausencia de los test¨ªculos desde la calle. Al curioso le queda la opci¨®n de pedirle al polic¨ªa que custodia las escaleras que le deje subir para ver el culo del le¨®n hembra, pero ni lo intenten. Nunca lo permiten. Mucho menos si la excusa es comprobar si la escultura tiene o no un par de huevos.
Ponzano gustaba, como muchos de aquel siglo XIX, del neoclasicismo y la mitolog¨ªa, y cuando recibi¨® el encargo de realizar dos leones para instalar bajo el front¨®n triangular del Congreso (esculpido tambi¨¦n por ¨¦l) eligi¨® a una famosa pareja de felinos muy conocida por los madrile?os, aunque los madrile?os no supieran que los leones que tiran del carro en la famosa fuente de la Cibeles son los mismos que el escultor iba a instalar en los laterales de las escaleras del Congreso: Hip¨®menes y Atalanta.
El mito de esta pareja tiene m¨¢s versiones que el Seat Ibiza, pero el m¨¢s extendido dice que Atalanta se pasaba la vida corriendo en pelotas por el bosque y preservando su virginidad. Era la Usain Bolt del pante¨®n griego. Sab¨ªa ella que ning¨²n otro ser mitol¨®gico pod¨ªa igualar su velocidad, y, para quitarse a los pretendientes de encima, cada vez que aparec¨ªa uno lo retaba a que echara una carrera. En caso de ganarla, Atalanta se casar¨ªa con ¨¦l. Si el aspirante perd¨ªa, tambi¨¦n perder¨ªa la vida. Pocos, por no decir ninguno, aceptaron el desaf¨ªo, hasta que el mozo Hip¨®menes se enamor¨® tan perdidamente de aquella velocista, que decidi¨® conseguirla como fuera; incluso haciendo trampas. Busc¨® la complicidad de Afrodita ¡ªla diosa del amor y probablemente mosqueada con Atalanta por su incomprensible voto de castidad¡ª, que acept¨® poner en el camino de la atleta tres manzanas de oro para que se entretuviera en recogerlas y que Hip¨®menes pudiera adelantarla por la derecha, ganar la carrera y conseguir a la chica.
La corredora pico el anzuelo, acept¨® la derrota y, retirada ya, empez¨® a disfrutar del sexo con Hip¨®menes. Hasta que un mal d¨ªa tuvieron un apret¨®n y se refugiaron en un templo consagrado a Cibeles para aliviarse de la tensi¨®n sexual. Mala idea. La diosa se mosque¨® por la profanaci¨®n y los transform¨® en dos leones, condenados a tirar de su carro eternamente y a no mirarse nunca.
Y ah¨ª tienen a la pareja, presentes tanto en la fuente m¨¢s castiza de Madrid como custodiando el Congreso, mirando cada uno para un lado. Ponciano Ponzano se inspir¨® en el mito griego para realizar su encargo, pero dejando patente que uno de ellos representa a Atalanta, raz¨®n por la cual no incluy¨® los test¨ªculos. En otras palabras, el le¨®n de la derecha no tiene lo que hay que tener.
Corre por ah¨ª la falacia de que el escultor no le puso test¨ªculos a uno de los leones porque se qued¨® sin bronce; una soberana estupidez puesto que el saco escrotal de los leones es rid¨ªculamente peque?o; es decir, dos bolitas m¨¢s de bronce las hubiera sacado Ponzano hasta fundiendo dos jarroncillos sacados de cualquier chatarrer¨ªa. Y roz¨® el rid¨ªculo all¨¢ por 2012 un canal de televisi¨®n que se ofreci¨® a donar un par de test¨ªculos para subsanar la supuesta pifia del le¨®n castrado. Alguien les advirti¨® de que se estuvieran quietecitos. Ese le¨®n es Atalanta. Que nadie le toque los huevos.
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