Feliciano o el hedonismo ilustrado
Si Feliciano hubiera tomado nota de todas aquellas noches madrile?as, le hubiera salido una novela inmensa
Feliciano Fidalgo era de Le¨®n, del Bierzo, de Tremor de Abajo, pero entre 1985 y su muerte (hace ahora 20 a?os), rein¨® en Madrid. Miembro del equipo fundacional de El Pa¨ªs, el gran corresponsal en Par¨ªs cuando Par¨ªs era la capital del universo, Feliciano era periodista 24 horas al d¨ªa (algo as¨ª como Juan Cruz). Un profesional sin bander¨ªas. Brillante, surrealista, honesto, muy r¨¢pido. Primero domin¨® la capital de Francia, donde lleg¨® a ser amigo de los presidentes Giscard y Miterrand y a conocer y entrevistar al jefe de ETA, a Becket, Tarradellas, Jomeini y, hasta a Carolina de M¨®naco en el ba?o de se?oras de Castel (la herm¨¦tica discoteca de los divinos parisienses). Y despu¨¦s volvi¨® a Madrid, donde tiempo atr¨¢s hab¨ªa comenzado tres carreras y terminado solo periodismo. Ven¨ªa a redescubrir la capital.
A mediados de los 80 Madrid era una ciudad divertida (muy divertida) pero un poco vulgar. No ten¨ªa grandes restaurantes (el emblema de la elegancia lo ondeaban los vetustos Horcher y Jockey, y el del casticismo, Lhardy y Bot¨ªn). Era muy dif¨ªcil encontrar grandes vinos (a¨²n no se hab¨ªa iniciado la revoluci¨®n vit¨ªcola espa?ola), y su vida nocturna era, desatada pero poco chic. Feliciano, desde la ¨²ltima de los domingos de este peri¨®dico, Luz de gas, y de su columna Comer, beber, vivir, y desde su personalidad de dandy generoso, exc¨¦ntrico y arruinado, fue un revulsivo para reinventar el ocio de esta ciudad a trav¨¦s de su completo inventario de formas de disfrutar la vida. ?l ven¨ªa de Par¨ªs y conceb¨ªa un restaurante como un teatro. El vino como una promesa b¨ªblica. El encuentro entorno a una botella de champ¨¢n, el placer m¨¢s grande.
Feliciano se constituy¨® en un peculiar punto de encuentro en el que amarraban Arzak (el primer tres estrellas espa?ol), los Oyarbide (propietarios de Zalaca¨ªn, el segundo triestrellado), Lucio (el de los huevos fritos, con el Rey viejo siempre a su mesa), los cocineros Pedro Larumbe, Sacha y Perico, due?o este ¨²ltimo de la humilde taberna del mismo nombre en Ballesta; el en¨®logo Custodio Zamarra; los viticultores Pablo ?lvarez (patr¨®n de Vega Sicilia), marqu¨¦s de Gri?¨®n, Mariano Garc¨ªa y Alejandro Fern¨¢ndez; y algunos periodistas, Concha Garc¨ªa Campoy, Luis del Olmo o Paco L¨®pez Can¨ªs. Reflexionaron acodados en barras y sobremesas. Sin pretensiones. Hab¨ªa necesidad de ir m¨¢s all¨¢; de hacerlo mejor. La estaci¨®n t¨¦rminus era el hedonismo ilustrado.
Si Feliciano hubiera tomado nota de todas aquellas noches madrile?as, le hubiera salido una novela inmensa. Ambientada en aquel gran tri¨¢ngulo de la cocteler¨ªa madrile?a que subsiste con grietas: Chicote (cuando estaba al mando de los barman Pepe y Antonio Romero), el Cock, de Pachi Ferrer, y el Del Diego del fallecido Fernando. Por ese territorio pasaba todo el que era alguien, desde Felipe de Borb¨®n a Francis Bacon. Y el viejo corresponsal, absorto, junto a la chimenea del Cock, ideaba columnas, reportajes y entrevistas. Al comunista Carrillo o al falangista Gir¨®n de Velasco. Su cabeza no paraba. Aunque fueran las cuatro de la ma?ana, al estilo de aquella madrugada en que se abalanz¨® en un pasillo de Joy Eslava sobre la infanta Elena al grito de, ¡°?majestaddd¡ conc¨¦dame una entrevista!¡± A los escoltas no les hizo gracia.
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