El loco de los borradores
El Zorro, que se estren¨® en 1957 pero que todav¨ªa se emite en Argentina, inspir¨® una de las an¨¦cdotas m¨¢s divertidas de mi adolescencia
Le mir¨¦ el culo con ganas, calcul¨¦ la distancia y apost¨¦ por la valent¨ªa. Bueno, al menos, eso era lo que cre¨ªa. La realidad fue que, a mis 10 a?os, me estaba a punto de tatuar una lecci¨®n: nadie es lo suficientemente valiente si desconoce el dolor al que se enfrenta. Y ese caballo, de nombre Pocho, me hizo respetar mucho la cobard¨ªa.
La segunda lecci¨®n creo que nunca la aprend¨ª: el aburrimiento es un p¨¦simo consejero. Las tardes de verano en una finca de la provincia de Buenos Aires se pueden hacer muy largas cuando tienes esa edad en la que no te apetece ni un poco dormir la siesta. Y, mientras mis hermanos mayores esperaban a que bajara el sol, a m¨ª me dio por ir a probar mis habilidades acrob¨¢ticas a la cuadra de los caballos. Mir¨¦ a Pocho por detr¨¢s, tom¨¦ distancia y, en cuanto le apoy¨¦ las manos en el culo para montarlo por el anca, me peg¨® una patada que me tir¨® cinco metros para atr¨¢s. ?El resultado? La cara llena de tierra y el brazo derecho colgando. ?Y la culpa? La culpa fue del Zorro.
El Zorro es una serie de Disney, ambientada a principios del siglo XIX en la California espa?ola y que solo tuvo tres temporadas entre 1957 y 1959. Su protagonista, el arist¨®crata Diego de la Vega (Guy Williams), regresaba a Am¨¦rica tras educarse en Espa?a. Espadach¨ªn virtuoso (seguramente no tan bueno como Jacinto Ant¨®n) y h¨¢bil jinete (indiscutiblemente mejor que yo), se encontr¨® con una California copada por militares corruptos y bandidos a sueldo. Y un justiciero como De la Vega, hijo de Alejandro, el mayor hacendado de Los ?ngeles, ten¨ªa que hacer algo al respecto. Su posici¨®n social, sin embargo, le imped¨ªa hacerlo a cara descubierta. Entonces, ayudado por su criado Bernardo (un mudo que se hac¨ªa pasar por sordomudo) y un caballo negro de nombre Tornado, combat¨ªa el crimen en las noches de una California por entonces sin nada de glamour. En definitiva, un Batman de pueblo y en blanco y negro: el millonario inteligente y valiente que, con un veh¨ªculo negro e irrepetible y ayudado por un segund¨®n listo y fiel, desaf¨ªa a las mafias sin m¨¢s superpoderes que el superpoder del dinero y del tiempo libre.
El primer superh¨¦roe
1.- A?o de estreno y origen. 1957, EE UU.
2.- Actores. Guy Williams (El zorro), Henry Calvin (Sargento Garc¨ªa) y Britt Lomond (Capit¨¢n Monasterio).
3.- Edad al verla y situaci¨®n. Con asiduidad, entre 8 y 12 a?os, con mis hermanos.
4.- La mejor escena. Cualquiera en la que estaban a punto de desvelar su identidad.
5.- Serie que ve actualmente. Euphoria, solo; Dark, con mi mujer y mi perro; The office, siempre que no s¨¦ qu¨¦ mirar.
Mi madre vio la serie con mi t¨ªo. ?l con mis hermanos. Y ellos conmigo. Una especie de tradici¨®n familiar, siempre como aperitivo, nada m¨¢s volver del turno de ma?ana del colegio. De los baby boom a la generaci¨®n X, de los millenials a la generaci¨®n Z, El Zorro no solo ridiculiz¨® al malvado Capit¨¢n Monasterio y revindic¨® al bonach¨®n Sargento Garc¨ªa, sino que tambi¨¦n fue invencible para la televisi¨®n por cable y hasta para la adictiva Netflix. Todav¨ªa hoy, Diego de la Vega, elegante y culto, indiferente al paso del tiempo, est¨¢ cada mediod¨ªa en la televisi¨®n argentina. Y yo agradecido. Hay pocos analg¨¦sicos tan eficaces para la nostalgia.
Mi gran amigo Juan Campagnola consigui¨®, en diciembre de 1998, entradas para la premier de La M¨¢scara del Zorro, en los viejos cines de la Avenida Callao y Santa Fe, hoy un edificio de lujo. ?l se qued¨® enganchado a Catherine Zeta-Jones y yo enemistado con Antonio Banderas, h¨¢bil para interpretar al alter ego de Pedro Almod¨®var en Dolor y Gloria, p¨¢nfilo para vestirse de El Zorro. Confi¨¦ en el buen recuerdo que me hab¨ªa dejado La casa de los esp¨ªritus en la adolescencia y, en 2005, le¨ª El Zorro: comienza la leyenda, de Isabel Allende. Otro fiasco. Mi fetichismo con el Zorro empez¨® y termin¨® con Guy Williams.
Eso s¨ª, ten¨ªa mis l¨ªmites. Nunca me vest¨ª del Zorro para una fiesta de disfraces ni bautic¨¦ a ning¨²n caballo como Tornado. Encontr¨¦, sin embargo, mi manera de homenajearlo. Cansado de que cada a?o, m¨¢s o menos a mitad del curso, me llamara el director de disciplina de mi colegio secundario a su despacho ¡ª¡°Irigoyen, una m¨¢s y lo echamos¡±, me amenazaba¡ª, decid¨ª vengar la memoria de aquellos adolescentes rebeldes, algunos de buen coraz¨®n, la mayor¨ªa confundidos en la b¨²squeda de su identidad. Mi concepto de justicia fue sacar de las casillas a esos educadores vac¨ªos de pedagog¨ªa y ejemplarmente cat¨®licos que, cuando no sab¨ªan c¨®mo contener a un alumno, se limitan a decir p¨²blicamente: ¡°Este chico tiene problemas en su casa¡±.
Con la complicidad de mi querido compa?ero de banco ¡ªapodado en clase El Cabez¨®n Mut, gran futbolista e hincha de Racing como yo¡ª, me busqu¨¦ mi alter ego. Los lunes, a ¨²ltima hora de la tarde, recorr¨ªa con disimulo las aulas vac¨ªas, que todav¨ªa estaban abiertas, y tomaba prestado los borradores. A la ma?ana siguiente, llegaba antes que nadie y volv¨ªa a dejarlos en su lugar. Con un detalle: les faltaba la felpa y en la madera, escrito con t¨ªpex, se le¨ªa: El loco de los borradores. Como regalo extra, en una esquina de la pizarra dibujaba tres l¨ªneas perfectamente onduladas, en forma de zeta, dif¨ªcil de imitar para alguien sin pr¨¢ctica.
M¨¢s de un profesor intent¨® limpiar sin ¨¦xito la pizarra cuando, para su sorpresa, se encontraba con un borrador roto y autografiado. Lo hab¨ªa conseguido, en el colegio andaban ansiosos por atrapar al v¨¢ndalo juvenil. Y, como a Diego de la Vega, cuando el capit¨¢n Monasterio, que sospechaba de su doble identidad, lo reta a un duelo para testear su habilidad con la espada, a m¨ª tambi¨¦n me lleg¨® mi turno. Fui convocado nuevamente al despacho del jefe de disciplina. Sin pre¨¢mbulos me entreg¨® un boli y un papel en blanco. ¡°Escriba el loco de los borradores¡±, me orden¨®. De la Vega fingi¨® ser un malo pero afortunado espadach¨ªn. Yo no contaba con los mismos guionistas. Cog¨ª el boli con mi mano derecha y obedec¨ª. ¡°No es usted¡±, resolvi¨®. Soy zurdo.
Nunca pescaron a El loco de los borradores. Me contaron, mucho tiempo despu¨¦s, que se segu¨ªa hablando de ¨¦l en el colegio. Pero eso es lo de menos, lo importante fue que finalmente pude subirme a un caballo por la grupa, como lo hac¨ªa mi h¨¦roe de la infancia: el Zorro.
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