Vuelta al cole: disfrutar en las papeler¨ªas
Me encantan las papeler¨ªas y los comercios peque?os que sobreviven con tenacidad en los barrios
Hoy quer¨ªa darles mi m¨¢s sincero p¨¦same ya que muchos de ustedes regresan a la f¨¢brica, la oficina, la tienda o a los deberes varios que se derivan del final de las vacaciones. Podemos llorar y lamentarnos para siempre o asumirlo, comprar un calendario y tachar d¨ªas de forma compulsiva hasta que tengamos la posibilidad de volver a despertarnos sin necesidad de poner el despertador un lunes. Se me empa?an los ojos de solo pensarlo.
Yo, ahora, me escapo solo una semanilla y no padezco el trauma del regreso, puesto que casi ni me entero de que me he ido. En mi infancia, cuando ten¨ªa casi tres meses de vacaciones, me daba tiempo a divertirme al m¨¢ximo, pero tambi¨¦n a aburrirme como una ostra. Ten¨ªan que obligarme a echarme la siesta con el objetivo de cansarme y me enchufaban tarea, aunque hubiera aprobado todo, para que no se me olvidara lo que hab¨ªa estudiado durante el curso. Volver a clase tras un asueto largo era, probablemente, lo peor que pod¨ªa pasarme en mi corta vida. A las dos semanas, m¨¢s o menos, asum¨ªa que aquella era mi penitencia y dejaba de sufrir, pero los inicios siempre me resultaban duros.
El mayor consuelo en aquella ¨¦poca era ir a comprar el material escolar. No se trataba de una actividad cualquiera, ten¨ªa tintes de expedici¨®n y te transportaba a uno de los comercios m¨¢s bonitos que todav¨ªa existen: las papeler¨ªas. Qu¨¦ bonitos los millones de colores de las cartulinas y la textura y el sonido frus frus, como el del tul al rozarse, del papel pinocho. Qu¨¦ bonito admirar las ceras, las pinturas de madera, los l¨¢pices y los borradores que permit¨ªan equivocarse mil veces. A partir de sexto, ya solo pod¨ªamos escribir con boli. Nos hicimos mayores y cuando cre¨ªamos que hab¨ªamos perdido el derecho a confundirnos y tener, al menos, una segunda oportunidad, comenzamos a usar los correctores l¨ªquidos blancos, esos a los que llamamos por la marca. En la papeler¨ªa, obvio, tambi¨¦n hab¨ªa. Y no faltaban los bolis vanguardistas, entonces, que constaban de cuatro tonos: rojo, azul, negro y verde. Por no hablar de los estuches, primero de tela, luego de lata, que cada vez que se ca¨ªan, la liaban. Generaban tal estruendo que se o¨ªa en las aulas cercanas. Los cuadernos eran una forma muy ¨²til de medir tu madurez y avance. Al principio, con rayas, para no torcerte demasiado, luego con cuadros medianos y finalmente, con unos min¨²sculos, porque a determinadas edades, a nadie, parece ser, le hac¨ªa falta una caligraf¨ªa gigante. ?O s¨ª?
Es que me gustaba todo, hasta c¨®mo ol¨ªa, a libro, igual que la fragancia que emana de cualquier volumen al pasar el pulgar para hojear sus p¨¢ginas, como si justo en ese instante, cada papel se desperezara levantando los brazos. Y tambi¨¦n a pl¨¢stico, el que se usaba para forrar los libros de texto que, con suerte, eran heredados.
Pues eso, que me encantan las papeler¨ªas y los comercios peque?os que sobreviven con tenacidad en los barrios.
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