Bendito cad¨¢ver sombr¨ªo y macilento
En Madrid no se hablaba de otra cosa. Por primera vez se iba a dar cristiana sepultura a un suicida con el benepl¨¢cito eclesi¨¢stico
Qued¨® pendiente contar qu¨¦ pas¨® cerca del cruce de la calle Fern¨¢ndez de los R¨ªos con Escosura para que una placa de redacci¨®n mojigata recuerde un importante sucedido que reuni¨® a Zorrilla y Larra el mi¨¦rcoles 15 de febrero de 1837.
El coraz¨®n de uno hab¨ªa dejado de latir dos d¨ªas antes; al otro, en cambio, estaba a punto de sal¨ªrsele por la boca. Aquel instante ilustra la importancia de saber elegir el lugar adecuado y el momento justo para hacer o decir algo. El lugar era el cementerio. El momento, el entierro de Mariano Jos¨¦ de Larra. Un hecho que se resume en la dichosa placa con eufemismos mo?as: ¡°En estos lugares el poeta Jos¨¦ Zorrilla se dio a conocer en la despedida de Larra¡±.
Jos¨¦ Zorrilla era en aquel entonces un aspirante a poeta, sin oficio ni beneficio y con m¨¢s hambre que verg¨¹enza, que se pasaba las horas en la Biblioteca Nacional porque all¨ª se estaba m¨¢s calentito que en la fr¨ªa buhardilla que compart¨ªa con la familia de un cestero. Le faltaba poco m¨¢s de una semana para cumplir 20 a?os cuando el 13 de febrero su amigo Joaqu¨ªn Massard corri¨® a informarle del suicidio de Larra. En Madrid no se hablaba de otra cosa. Por primera vez se iba a dar cristiana sepultura a un suicida con el benepl¨¢cito eclesi¨¢stico. Escr¨ªbete unos versos laudatorios a Larra, le dijo el amigo Joaqu¨ªn; a ver si con un poco de suerte te los publica alg¨²n peri¨®dico y, de paso, te sacas unas perras. Es m¨¢s, si te quedan chulos, vente al entierro y los sueltas all¨ª. Lo mismo alguien se fija en ti.
Esa misma noche, en su heladora buhardilla y mientras ya se velaban los restos de Larra en la iglesia de Santiago, Zorrilla encajaba unas rimas a marchas forzadas. Cuando las tuvo, corri¨® a pedir prestada ropa de luto, y el d¨ªa 15 se camufl¨® entre la comitiva f¨²nebre ¡°llevando ¨²nicamente propios conmigo mis negros pensamientos, mis negras pesadumbres y mi negra y largu¨ªsima cabellera¡±. Y all¨ª, en el cementerio del Norte, cerquita del cruce de Escosura con Fern¨¢ndez de los R¨ªos, mientras descend¨ªa a la fosa el f¨¦retro de Larra, Zorrilla carraspe¨®, dio un paso al frente¡ y empez¨®
Ese vago clamor que rasga el viento? es la voz funeral de una campana: vago remedo del postrer lamento de un cad¨¢ver sombr¨ªo y macilento que en sucio polvo dormir¨¢ ma?ana¡
Y la poes¨ªa segu¨ªa y segu¨ªa¡y la concurrencia alucinaba con aquel pipiolo a quien nadie conoc¨ªa¡ y Zorrilla se ven¨ªa arriba con cada una de las 49 l¨ªneas de aquella poes¨ªa parida a todo meter en su fr¨ªa buhardilla.
Si Larra no se llega a pegar un tiro, lo mismo Zorrilla se hubiera quedado en nada. Ni Tenorio ni leches. Casi podr¨ªa decirse que el suicidio de Larra salv¨® la vida literaria del vallisoletano.
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