El rey del ¡®trap gitano¡¯ vive en Pan Bendito
Moncho Chavea, cantante y productor de 29 a?os, suma millones de seguidores gracias a un estilo que mezcla flamenco, hip-hop y reguet¨®n
Huele a puchero. Desde una ventana se escapan ¨®rdenes a gritos. Dos ni?os silban de acera a acera. Y en las canchas se cuelan m¨¢s balones por los huecos del banco que por la canasta. Pan Bendito, un barrio del sur de Madrid perteneciente al distrito de Carabanchel, congrega a la hora de comer tanta gente dentro como fuera de las casas. En la puerta de ¡°su chino¡±, Ram¨®n Velasco Jim¨¦nez, uno de los gitanos m¨¢s emblem¨¢ticos del vecindario (con permiso de Ant¨®n y El Langui, componentes de La Excepci¨®n). Viste gorra granate de los New York Yankees, ch¨¢ndal y zapatillas de marca y unas gafas de sol que, como atestigua el regente asi¨¢tico de la tienda, ¡°no valen nada: baratas¡±.
Velasco Jim¨¦nez es el apellido original de Moncho Chavea y creador de Chavea Sound, un grupo que inici¨® su carrera mezclando flamenco con hip-hop, ¡®reggae¡¯ o ritmos latinos. El resultado de ese c¨®ctel fue lo que llama ¡°trap gitano¡±. Una combinaci¨®n con la que ha erigido su propio trono: es considerado el rey del g¨¦nero, con millones de reproducciones en Youtube, conciertos cada semana y casi 200.000 seguidores en Instagram que lo jalean como a un pionero. Puede que lo sea, si hubiera una forma exacta de determinar qui¨¦n empez¨® qu¨¦. ¡°Nosotros crecemos con Camar¨®n¡±, explica compositor de 29 a?os al lado de uno de sus hijos (el de siete; tiene otro de cuatro), ¡°lo que pasa es que mi madre me llev¨® a un instituto donde era el ¨²nico gitano y, despu¨¦s de sufrir mucho acoso, hice amigos payitos que escuchaban hip-hop¡±.
Mientras en casa acolchaba los o¨ªdos con buler¨ªas, en la calle rapeaba con Violadores del Verso, Frank-T, La Mala Rodr¨ªguez o Arianna Puello. ¡°Las letras eran muy anarquistas, me sent¨ªa muy identificado. Y, aparte, me gustaba la m¨²sica¡±, cuenta, acord¨¢ndose de la cara que pon¨ªan sus padres o sus cinco hermanos cada vez que met¨ªa un CD en la consola para escucharlo por la televisi¨®n. ¡°Imag¨ªnate¡±, sonr¨ªe. A eso se le a?adi¨® otro factor esencial para esa amalgama de estilos: ¡°Me junt¨¦ con los dominicanos del baloncesto y empec¨¦ a improvisar, pero ellos ten¨ªan un toque m¨¢s sabroso¡±. Les gust¨® esa f¨®rmula transcontinental.
Con unos m¨¦todos rudimentarios, empezaron a grabar. Rondaba la veintena y le ofrecieron montar una banda. Se junt¨® con Omar Montes y algunos m¨¢s en la mencionada Chavea Sound. ¡°?ramos los ¡®chavea¡¯ de ¡®chavales¡¯, porque nos preguntaban por la calle, ¡®?qu¨¦ hac¨¦is, chavea?¡¯ y luego me qued¨¦ con ese apodo¡±, se?ala. En pleno amanecer art¨ªstico, sus compa?eros ¡°le traicionaron¡± y lanzaron una formaci¨®n paralela. Le pill¨® todo con un reto?o y sin trabajo. ¡°Vend¨ªa de vez en cuando pendientes y sortijas en una caja de cart¨®n y, de repente, tuve un ataque de p¨¢nico, de agorafobia¡±, relata ya trasladados al rellano de su casa, un bajo al que entr¨® ¡°de patada¡± y que ahora conserva con un alquiler social.
Se qued¨® siete meses recluido. Abandon¨® la m¨²sica y se desmayaba al m¨ªnimo contacto con la realidad. ¡°Perd¨ª las ganas de todo y me encomend¨¦ al culto. Ca¨ª tan bajo que solo pod¨ªa subir. Le ped¨ª ayuda a Dios, prometiendo que lo que ganara ser¨ªa para mi familia¡±, resopla mostrando los tatuajes que colorean brazos y cuello homenajeando al Se?or. Su mujer, apunta, le instig¨® a que saliera y le trajo un ordenador que se encontr¨® en la basura. Un d¨ªa, dej¨® el destino al albur de ese aparato: si se encend¨ªa, volver¨ªa al redil musical; si no, se buscaba otro trabajo en la obra o en el mercadeo ambulante, oficios que ya hab¨ªa desempe?ado. El desenlace est¨¢ a la vista: la m¨¢quina respondi¨® y se volc¨® en los ¡®dedicaos¡¯, canciones que dedicaba a alguien a cambio de unos euros. Pronto le lleg¨® la oportunidad de irse con Omar Montes, una de sus parejas inseparables, a escenarios de provincias. ¡°Cobr¨¢bamos 150 euros, si nos pagaban¡±, comenta. Las redes sociales fueron su salvaci¨®n. Cada canci¨®n sumaba fans (incluida Rosal¨ªa, que hasta ha tomado elementos suyos, seg¨²n afirma). Hasta que el engranaje puls¨® la tecla: llamaron las discogr¨¢ficas.
Con esas cifras en internet y llenando las salas, ten¨ªa sentido darle un impulso a la carrera. ¡°Vino Jos¨¦ Luis de la Pe?a y nos profesionaliz¨®¡±, recuerda. ¡°Era un producto que chocaba, pero teniendo talento y algo nuevo que ofrecer, todo funciona¡±, asegura. Tanto, que incluso toc¨® el a?o pasado en Nueva York. ¡°?Alucina! Vas al escenario y en lugar de ¡®Salida¡¯ pone ¡®Exit¡¯! Y en Times Square me par¨® un portorrique?o para sacarse sefis¡±, exclama.
Ahora, a las actuaciones les precede un contrato con varios ceros. Las firmas le prestan ropa. Y luce un b¨®lido de anuncio entre bloques de s¨¢banas tendidas y telefonillos quemados. ¡°He pasado de no tener ni leche para mi hijo a que me paguen por una foto. Es curioso, ?eh? Cuando no tienes nada, nadie te ayuda. Pero cuando lo tienes todo te lo dan todo¡±, dice quien alardea de estos lujos en sus estrofas y videoclips. ¡°Es el capitalismo: aqu¨ª venimos a ganar dinero. Y, si lo has conseguido, lo exhibes¡±, sentencia el m¨²sico, dejando claro que el farde no est¨¢ re?ido con seguir en Pan Bendito, donde mantiene su corona. Un reino que, a estas horas, le proporciona un ¡°Buenas tardes, Moncho¡± con cada vecino que se cruza entre silbidos y el olor de largos guisos.
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