El mundo en el subsuelo
En los vagones proliferan las caras aut¨®matas, rostros visiblemente cansados que saltan de un lado al otro con esfuerzo, sin darse cuenta de que habitan un mundo distinto al que respira ah¨ª afuera
Existe un mundo paralelo que s¨®lo tiene lugar en el subsuelo de Madrid. Rechazado por algunos, confieso que yo tambi¨¦n lo maldije o lo cambi¨¦. Hay momentos en los que provoca ansiedad, ratos de agobio profundo y un calor insostenible cuando quitarse el abrigo no es posible por la falta de espacio. Es normal: nadie quiere embutirse como el ¨²ltimo jersey de una maleta peque?a en un vag¨®n a las ocho de la ma?ana o a las dos de la tarde.
Sin embargo, el metro de Madrid es mucho m¨¢s que todo eso. Uno viaja a trav¨¦s de un t¨²nel por las tuber¨ªas de la ciudad, atraviesa las capas subterr¨¢neas y llega a la otra punta sin ver el cielo. Si se lo explic¨¢ramos a alguien del pasado, nos tachar¨ªan de brujos. En los vagones proliferan las caras aut¨®matas, rostros visiblemente cansados que saltan de un lado al otro con esfuerzo, sin darse cuenta de que habitan un mundo distinto al que respira ah¨ª afuera. Recuerdo una noche que estaba tan triste que no quer¨ªa saber de la calle, as¨ª que hice varias veces el recorrido de la l¨ªnea circular. De una punta a otra, me cobij¨¦ en un asiento y observ¨¦ a los pocos transe¨²ntes que quedaban ya por las v¨ªas. Solitarios, con los ojos puestos en otro lugar, acompa?aron mi pena hasta hacerla habitable, y la sent¨ª m¨¢s amable, y me sent¨ª m¨¢s tranquila.
En el metro tambi¨¦n suceden instantes de luz, aunque no haya ventanas. Por ejemplo, cuando entra una persona invidente al tren el mundo se pausa. La gente se quita los cascos, le presta sus manos, contiene la caricia al animal que le acompa?a y hasta que no se sienta no vuelven a su sitio.
Tambi¨¦n hay vagones enteros que aplauden al m¨²sico que les ameniza la espera, que canta alegre y contagia hasta al m¨¢s taciturno, que sonr¨ªen a las pantallas que los graban. Todos los cantautores que conozco y que hoy llenan estadios han comenzado sus carreras en los pasillos del metro, y a¨²n vuelven a ellos cuando el ruido se hace eco. Hay pasajeros que juegan con los beb¨¦s y los entretienen mientras la madre o el padre descansa lo que dura una parada. Hay ciertos sabelotodos que sostienen que la gente en vez de leer en el metro viajan enganchados al m¨®vil, pero desconocen que el de al lado va hablando con su madre porque la echa de menos o que la de enfrente lee un poema en Internet porque no tiene dinero para ir a la librer¨ªa, y tampoco saben que todos los d¨ªas alguien descubre un libro al leer un fragmento del mismo en la pared de cualquier vag¨®n. Esa adolescente que sonr¨ªe a la pantalla con cara bobalicona est¨¢ mucho m¨¢s viva que el que la mira cr¨ªtico y despectivo.
En el metro uno puede vivir mil historias distintas, como aquella chica extranjera que Miranda acompa?¨® a un albergue al verla perdida en el vag¨®n y preguntarle si necesitaba algo.
La clave es observar: comprender al otro mir¨¢ndolo.
Madrid me mata.?
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