El camino de vuelta a ning¨²n sitio
Nada se puede esperar de una instituci¨®n que ha plagado la ciudad de luces y adornos navide?os, mientras los servicios p¨²blicos madrile?os est¨¢n saturado
Eramos muchos. Mujeres, hombres. Por primera vez, vi una gran cantidad de ni?as. Una de ellas era diminuta y le¨ªa s¨ªlaba por s¨ªlaba con su madre uno de los carteles clavados en el c¨¦sped. Pas¨® del m¨¢s que probable ¡°mi mam¨¢ me mima¡± del colegio al ¡°tranquila, hermana, somos tu manada¡±. Tambi¨¦n me sorprendi¨® la cantidad de ancianas que marchaban al mismo paso que los dem¨¢s y gritaban con m¨¢s fuerza que algunas j¨®venes. Una de ellas, abrigada y con el labio carm¨ªn, esperaba de pie en la calle de Alcal¨¢ y animaba a las manifestantes como si aquello fuera una marat¨®n. Aplaud¨ªa con rabia y segu¨ªa los c¨¢nticos al tiempo que sonre¨ªa y buscaba nuestros ojos con intenci¨®n, como si quisiera pasarnos el testigo con la mirada sin abandonar la lucha, nuestra lucha, porque la batalla contra la violencia machista es algo colectivo, nos incumbe a todos, describe la sociedad que formamos y en la que convivimos, la misma que nos representa. Y las mujeres mayores son las que m¨¢s pueden ense?arnos de todo esto.
El ambiente era c¨¢lido y pacifista. Una marea imparable. Un abrazo. Sin embargo, a la altura del C¨ªrculo de Bellas Artes, una gran bola de luces navide?as colocada por el Ayuntamiento empez¨® a parpadear. Casi a la vez, y para sorpresa de todos los que est¨¢bamos all¨ª, sali¨® un sonido estrepitoso de los altavoces que la rodeaban. Era un villancico navide?o a un volumen multiplicado. Tras el primero, sigui¨® un segundo, y despu¨¦s un tercero. La perplejidad en nuestros rostros dio paso a la rabia, a la incomprensi¨®n. Fue, a mi modo de ver, una verdadera falta de respeto por parte de la alcald¨ªa, sobre todo teniendo en cuenta el bochorno ocurrido esa misma ma?ana en el pleno, el cual me niego a reproducir y difundir en un art¨ªculo m¨ªo. Finalmente, los c¨¢nticos se convirtieron en silbidos que consiguieron callar el estruendo de los altavoces, porque esto nadie lo para.
No era ni el lugar ni el momento para los villancicos. Lo que todos quer¨ªamos es que se escucharan nuestras voces, nuestra repulsa a la violencia machista, a la falta de leyes que hagan justicia, a los malvados negacionistas que lo ¨²nico que quieren es retrasar el avance de este pa¨ªs y al ver que no pueden gritan y patalean al aire. Pero nada se puede esperar de una instituci¨®n que ha plagado la ciudad de luces y adornos navide?os, gast¨¢ndose as¨ª un 27,7% m¨¢s que el a?o pasado, un total de m¨¢s de tres millones de euros, mientras los servicios p¨²blicos madrile?os est¨¢n saturados, con escasa cobertura de trabajadores, y las familias en situaci¨®n de riesgo de exclusi¨®n social en la calle porque no pueden cubrir sus necesidades a causa de todo esto. En la calle, con fr¨ªo, sin un techo, pero con cientos de luces navide?as que les alumbran el camino de vuelta a ning¨²n sitio. Esa es la realidad de estas Navidades. Ojal¨¢ todos nos di¨¦ramos cuenta al cantar un villancico.
Madrid me mata.
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