Fauna urbana
Los turistas ven, pero no miran. Los viajeros, en cambio, miran m¨¢s


La especie homo no es mucho de mirar hacia arriba en Madrid. No lo hace la mayor¨ªa de los individuos procedentes de otros ecosistemas para instalarse en la capital por una temporada larga, porque llegan un tanto acongojados. Atemorizados por la masa. Se desplazan vigilando, creyendo que la urbe se los va a merendar al menor descuido. Tampoco suelen mirar hacia los ejemplares aut¨®ctonos. Creen que ya lo tienen todo muy visto.
Los turistas, mucho menos. Estos ven, pero no miran. Los viajeros, en cambio, miran m¨¢s. Para diferenciar si el esp¨¦cimen visitante pertenece al grupo de los turistas depredadores, o si, por el contrario, forma parte de la especie viajera beneficiosa para el ecosistema urbano, basta un sencillo trabajo de campo. Solo hay que elegir un buen puesto de observaci¨®n. Por ejemplo, junto a la puerta de un hotel normalito en un kil¨®metro a la redonda de Callao.
Si los b¨ªpedos (suelen ir un m¨ªnimo de dos o tres individuos adultos, a veces con alg¨²n cachorro) salen de la guarida con paso firme y sin titubear a la hora de elegir la direcci¨®n a tomar, porque llevan d¨ªas estudiando la ruta, denotan que son depredadores. Van derechitos a abrevar a unos grandes almacenes donde venden paquetes de seis pares de calcetines por tres euros. Se los diferencia de los ejemplares de las especies oriunda y aut¨®ctona que sacian su necesidad de calcetines en el mismo h¨¢bitat, en que los depredadores se hacen selfis antes de entrar, con las enormes letras luminosas a sus espaldas y las escaleras mec¨¢nicas de fondo, para mandar inmediatamente un mensaje al grupo de WhatsApp y demostrar que est¨¢n donde dijeron que iban a estar. En Madrid.
Si, en cambio, los b¨ªpedos asoman de su madriguera con calma, par¨¢ndose en la misma puerta, mirando de derecha a izquierda y de arriba abajo, e iniciando su recorrido matutino sin prisas, esos son de la especie viajera. Llegan medianamente informados de lo que hay que ver, observan, no caen en las trampas de los ¡°free tours¡± con paraguas como reclamo y no compran calcetines.
Pero ni siquiera este grupo de espec¨ªmenes bien informados, por mucho que miren hacia arriba, ser¨ªan capaces de descifrar la inscripci¨®n de una placa tramposa que hay atornillada a una rancia fachada de ladrillos de la calle Conde de Pe?alver. Est¨¢ dedicada a un poeta que dijo de s¨ª mismo ¡°alto soy de tanto mirar a las palmeras¡±. Y alta est¨¢ la placa (no a la altura del poeta, pero s¨ª alta), quiz¨¢s para que no la vea nadie. Quiz¨¢s para que, incluso, nadie la mire.
El ¨²ltimo d¨ªa de este 2019, justo antes de entrar en el a?o que conmemorar¨¢ el 110? natalicio del poeta, les cuento d¨®nde est¨¢ la trampa de esa tramposa placa que una tramposa instituci¨®n instal¨® en 1985. Para que no la entiendan ni siquiera los que pasean Madrid mirando hacia arriba.
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