Serrat y Sabina llenan el Sant Jordi de emoci¨®n y cachondeo
15.400 personas asisten en Barcelona a un concierto lleno de recuerdos inapelables servidos en un envoltorio sonoro y visual de lujo
Se llaman Joan Manuel Serrat y Joaqu¨ªn Sabina. Con eso ya casi est¨¢ dicho todo, sobre un escenario pueden hacer lo que les venga en gana y siempre estar¨¢ bien. Con su sola presencia ya lo tienen todo ganado y podr¨ªan columpiarse en ello y, como suele decirse, vivir de rentas.
Casi nadie se lo tirar¨ªa en cara. Pero ni uno ni otro, ni los dos como pareja de hecho, son de los que pueden quedarse en casa ante el chisporrotear de la chimenea coleccionando recuerdos e ingresando derechos de autor. Lo suyo es el reto perpetuo de no repetirse, aunque no tengan nada nuevo que presentar. Solo as¨ª se explica la aparatosidad de esta nueva gira. Una aparatosidad visual y sonora que podr¨ªa parecer innecesaria para vestir unas canciones que funcionan solas pero que, sentado en la no siempre c¨®moda butaca de un inmenso polideportivo, se agradece.
Regresaban juntos por tercera vez y la velada ya empez¨® dejando claro que nada era igual a lo esperado. La petici¨®n habitual de apagar m¨®viles y no grabar ni fotografiar acab¨® con el desmoronamiento emocional de la locutora que lo envi¨® todo a fre¨ªr esp¨¢rragos incitando al personal a hacer lo que quisiera. Inmediatamente irrumpi¨® un espectacular v¨ªdeo animado en tres de las cinco pantallas gigantes que a lo m¨¢s viejos del lugar (muchos esa noche) les record¨® el entra?able Cinerama.
Los dos pajarracos aterrizaron como pudieron y atravesando una tupida nube de humo en lo alto de una escalinata se presentaron a s¨ª mismos como "los reyes de la mandanga, los amos del cuento". Esta noche contigo a dos voces marc¨® el inicio de un largo concierto, tres horas durante las que se habl¨® mucho, pero la palabra, mejor ser¨ªa decir el chiste y el colegueo, cedi¨® todo el protagonismo a la m¨²sica.
Un repertorio ligeramente distinto al presentado hace unos d¨ªas en Madrid, veintiocho canciones (veintinueve si contamos su cover de Cinco lobitos), llen¨® un gigantesco y cambiante escenario, una org¨ªa de colores y sugerencias audiovisuales que pod¨ªan ir de la explosi¨®n est¨¦tica a la denuncia. Diez m¨²sicos, incluyendo algunas de las luminarias de nuestro panorama, arroparon a dos voces muy distintas pero que, contra todo pron¨®stico, se complementan a la perfecci¨®n y que fueron calent¨¢ndose a lo largo de la velada.
Ya en el inicio No hago otra cosa que pensar en ti, Aves de paso y, sobre todo, Can?¨® de matinada pusieron al p¨²blico en tensi¨®n. A partir de ah¨ª seguir¨ªa un encadenado de recuerdos inapelables (nada nuevo, no hac¨ªa falta) servidos en un envoltorio sonoro y visual de lujo. De la emoci¨®n nada contenida de Nanas de la cebolla, Pare o Plany al mar al cachondeo desmadrado, disfraces de pirata con cuervo en vez de loro, de Pirata cojo. Princesa puso a bailar a todo el personal y Cantares reson¨® en las 15.400 gargantas que llenaban el polideportivo y que se volcaron en un final apote¨®sico iniciado con Noches de boda y Y nos dieron las diez, que toc¨® techo con Sabina cantando en catal¨¢n Paraules d'amor, revent¨® con el ritmo de Pastilla y concluy¨® en una pura fiesta, fuegos artificiales digitales incluidos, l¨®gicamente con Fiesta.
Se llaman Serrat y Sabina, est¨¢n m¨¢s all¨¢ del bien y del mal, pero todav¨ªa no han dicho su ¨²ltima palabra. Seguro que no hay tres sin cuatro.
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