Tel¨¦fonos para llamar al futuro
Las cabinas telef¨®nicas que resisten permiten hacer viajes en el tiempo


El otro d¨ªa me qued¨¦ sin smartphone y entr¨¦ en el p¨¢nico contempor¨¢neo, sin conexi¨®n, sin mail, sin llamadas, en el ostracismo digital, desterrado a la mera existencia f¨ªsica: ya solo era mi cuerpo y nada m¨¢s. Entonces repar¨¦ en esas cosas que de tanto verlas ya no ves: las dos cabinas telef¨®nicas que resisten delante del portal de mi casa (que ni es casa ni es m¨ªa). Si me hubieran preguntado si exist¨ªan hubiera dicho que no, pero all¨ª estaban. Me dispuse a hacer una llamada, insertando algunos centimillos, pero, claro, no estaban operativas. En los bares circundantes tampoco quedaban tel¨¦fonos p¨²blicos, de aquellos que eran de pl¨¢stico verde. Me qued¨¦ sin poder contar mi ch¨¢chara irrelevante.
Me pregunto por qu¨¦ todav¨ªa est¨¢n ah¨ª esas cabinas, como t¨®tems de una civilizaci¨®n antigua, ya solo ¨²tiles para sostener carteles de conciertos de punk en casas okupas perif¨¦ricas, cursos de danza del fuego en Los Ca?os de Meca, recitales de m¨²sica senegalesa o manifestaciones por unas pensiones como Dios manda. Ya no se puede hablar por estas cabinas, dignas de un museo de arqueolog¨ªa industrial, pero siguen cumpliendo su funci¨®n de transmitir informaci¨®n.
Antes, enfrente de las cabinas, hab¨ªa una sucursal bancaria cuyos ventanales estaban siempre llenos de carteles de todo pelaje y que de esa manera ejerc¨ªan de tabl¨®n de anuncios del barrio de Lavapi¨¦s. Ahora hay una boutique hipster gentrificadora, poco frecuentada, y limpian los ventanales con m¨¢s frecuencia que el gigante financiero: ya no hay carteles, pero nos quedan las cabinas, con esa hermosura extrema que tienen las cosas in¨²tiles.
Me imagin¨¦, mirando estas cabinas resilientes, que adem¨¢s de conseguir conectar en el presente dos puntos diferentes del espacio (esa es la magia de las telecomunicaciones, la sincronicidad), estas cabinas pudieran conectar este mismo lugar en dos puntos diferentes del tiempo (la diacronicidad), es decir, que se pudiera llamar desde ellas a otros puntos de la l¨ªnea temporal. Que sonase la cabina, por ejemplo, y llamase alguien desde los a?os 80, cuando estaba aqu¨ª la sala Olimpia, y no el CDN, y hab¨ªa Simago en vez de Carrefour.
Las cabinas se acaban y con ellas estas utilidades: que se cambie de ropa Clark Kent, que Jos¨¦ Luis L¨®pez V¨¢zquez se quede atrapado, que reciban llamadas an¨®nimas los esp¨ªas o que las retraten los pintores del hiperrealismo. Hay alguno, pobre y desactualizado, que no se entera de la decadencia de las cabinas y sigue metiendo los dedos llenos de mugre en el cajet¨ªn a ver si quedan algunas monedas peque?as: las cabinas tambi¨¦n eran fuente de financiaci¨®n para las gentes de la calle.
Me dio por hacer lo que una vez escrib¨ª en un poema: cog¨ª el auricular de esta cabina transtemporal y llam¨¦ al futuro, a ver qu¨¦ se coc¨ªa por all¨ª, a ver si el futuro segu¨ªa a¨²n en su sitio. Telefone¨¦ al futuro, pero no se puso nadie.
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