Atisbos de luz en el asesinato de Vicente Cuervo
Se cumplen 40 a?os de uno de los atentados ultraderechistas m¨¢s desconocidos de la Transici¨®n, ocurrido durante un mitin ilegal de Fuerza Nueva en Vallecas
Blas Pi?ar entonaba un en¨¦rgico Cara al Sol. El fundador de Fuerza Nueva era diputado en la primera legislatura de la Democracia y convocaba un mitin que el Gobierno Civil hab¨ªa prohibido tras el reciente asesinato de Yolanda Gonz¨¢lez, disparada a bocajarro por un escuadr¨®n ultra que la ten¨ªa por etarra, pero en realidad era militante del Partido Socialista de los Trabajadores, un peque?o grupo trotskista a¨²n ilegal. La polic¨ªa evit¨® que el centenar de asistentes entrara al Cine Par¨ªs, donde estaba previsto un discurso del l¨ªder. El hecho tension¨® las calles y aquella ma?ana de domingo, 10 de febrero de 1980, la muerte visit¨® Vallecas.
Las arengas y los c¨¢nticos sucedieron finalmente en la plazoleta del cine, pre?ada de brazos levantados, gafas de aviador y guantes de cuero. En frente, otro grupo de vecinos reaccionaba a la contra. Entre ellos estaban Vicente Cuervo y su novia Paz Le¨®n, junto a tres m¨¢s de la pandilla. Las tiranteces se agravaron en el momento en que desaparecieron los miembros m¨¢s medi¨¢ticos del bando azul. El cord¨®n policial que separaba a unos de otros se quebr¨® a empujones. Durante el cuerpo a cuerpo volaron cuchillos y cadenas. Cuando sonaron varios tiros al aire los cinco amigos corrieron en distintas direcciones: Paz y otro colega herido fueron a refugiarse a la calle de Carlos Mart¨ªn ?lvarez, parapetados tras un veh¨ªculo aparcado que termin¨® como un colador. Les auxili¨® un Seat 1.500 color gris que circulaba por la calzada. Pero Vicente no tuvo la misma suerte.
Lo encontraron tendido en la acera frente al bar Dones, en el n¨²mero 11 de esa misma v¨ªa: ¡°Le subimos al coche y a¨²n respiraba¡±, cuenta Paz, hoy una sexagenaria de cabello plateado. Ha pasado casi media vida, pero esta es la primera vez que relata lo ocurrido fuera de su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo. Tuvo que mudarse a Galicia para superarlo. Con su testimonio quiere hacer jirones el tel¨®n del olvido. Iluminar unos hechos muy desconocidos, que ya entonces se contaron mediante versiones contradictorias. Ella no vio el momento exacto del tiro que entr¨® por el t¨®rax de Vicente y sali¨® a trav¨¦s de su lumbar. Tampoco conoce a nadie que estuviera all¨ª mismo. Lo que s¨ª puede esclarecer es el contexto: los antecedentes y las consecuencias de todo aquello. Porque sostuvo a su novio mientras este agonizaba.
El ¨²nico medio que public¨® entonces un relato presencial fue EL PA?S. Una fuente an¨®nima aseguraba que antes del disparo Vicente le asest¨® varias pu?aladas a un ultraderechista. ¡°Es imposible, nosotros no ¨ªbamos armados¡±, sostiene Paz. El testigo tambi¨¦n dec¨ªa que la Polic¨ªa Municipal retir¨® de la calle el cuerpo tiroteado, por lo que ella le resta veracidad a su testimonio. Coincide, sin embargo, en que alguien dispar¨® al joven a muy poca distancia. Tal vez apoy¨® el arma contra su pecho. No se trataba de una bala perdida, sino de un tiro certero que le atraves¨® de arriba a abajo. Tras recogerlo de la acera, llevaron a Vicente al centro quir¨²rgico de Vallecas, cerca de la Avenida de la Albufera. Desde all¨ª los servicios m¨¦dicos lo trasladaron al hospital, donde fue intervenido y perdi¨® la vida poco despu¨¦s. Paz conserv¨® durante a?os el plum¨ªfero azul ensangrentado de su novio, que ten¨ªa solo 21 primaveras.
La ultraderecha hizo correr el bulo de que los vallecanos confundieron a Vicente de bando y le tirotearon desde una altura. Antonio Assiego, dirigente de Fuerza Nacional del Trabajo, un sindicato vinculado al partido de Blas Pi?ar, declar¨® lo siguiente a la Agencia Efe: ¡°Pudimos ver c¨®mo se nos dispar¨® con armas de fuego desde ventanas o balcones (¡) Debieron confundirle con uno de nosotros, porque iba relativamente bien vestido¡±. Assiego aparece en las escuchas del sumario del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, pues estuvo en contacto con la familia del teniente coronel Antonio Tejero mientras este se encontraba en el interior del Congreso. Un a?o despu¨¦s, el sindicalista fue detenido por tenencia il¨ªcita de pistolas, metralletas y granadas de mano.
Militancia ¨¢crata
Paz se pregunta c¨®mo iban a conseguir armas de fuego los vecinos del barrio. Los ultras de aquel tiempo s¨ª ten¨ªan acceso a ellas por su cercan¨ªa con los sectores m¨¢s reaccionarios del ej¨¦rcito y la polic¨ªa, como se demostr¨® en el caso de Yolanda Gonz¨¢lez. Adem¨¢s, la semblanza que ella hace de su pareja no se corresponde con la de alguien acicalado: ¡°Gastaba vaqueros acampanados, llevaba barba y el cabello gre?udo¡±, anota. Tambi¨¦n botines y camisas de cuello Mao: una apariencia de rockero de los setenta. En el chaleco o la solapa de la cazadora sol¨ªa prender una chapa: la A circulada blanca sobre un fondo negro, el s¨ªmbolo ¨¢crata.
Vicente, nacido en Vallecas, estuvo afiliado a la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo (CNT), una organizaci¨®n anarcosindicalista basada en los principios de la democracia directa. Pertenec¨ªa al ramo del metal y era el enlace en Telefunken, la firma alemana pionera en el desarrollo de ingenier¨ªa electr¨®nica cuyo televisor tecnicolor ilumin¨® las salas de estar espa?olas. Representaba al sindicato en la f¨¢brica de la calle Antonio L¨®pez, donde se dise?aban y articulaban modernos transistores o tel¨¦fonos. El Estatuto de los Trabajadores estaba todav¨ªa tramit¨¢ndose y los libertarios no participaban en el comit¨¦ de empresa, al que consideraban una ¡°estructura corporativista¡±. Se organizaban en asambleas obreras, imprim¨ªan propaganda y convocaban paros y huelgas.
Esta adscripci¨®n pol¨ªtica no trascendi¨® despu¨¦s del asesinato. Ning¨²n partido de izquierda reclam¨® a Vicente: ¡°Claro, ¨¦l era anarquista¡±, recuerda Manuel Cuervo, su hermano de 59 a?os. Aquella militancia se omiti¨® en las cr¨®nicas de la ¨¦poca y la familia no quiso clarificarlo. Lloraron la p¨¦rdida del primog¨¦nito en silencio. El miedo estrech¨® las paredes del hogar. Su padre, un escaparatista autodidacta, prefiri¨® callar y evitar que se intensificaran las llamadas amenazantes. El gobernador civil Juan Jos¨¦ Ros¨®n le sugiri¨® que no se significara, rememora Manuel: ¡°Quer¨ªa evitar un entierro masivo como el de Yolanda, celebrado una semana antes. Se ofreci¨® a financiar el sepelio si ten¨ªa lugar en la m¨¢s absoluta intimidad. Se hizo de tapadillo, al d¨ªa siguiente. Ni mi madre ni los m¨¢s allegados pudimos asistir¡±. Su padre y su t¨ªo rezaron a solas con el sepulturero.
Manuel estaba de permiso en el servicio militar cuando asesinaron a su hermano. Le comunicaron lo ocurrido cuando fue a Vallecas a visitar a la familia aquel mismo d¨ªa. Hoy este funcionario, enfundado en un traje pardo al salir de la oficina, se?ala el lugar que obr¨® un cambio definitivo en Vicente: ¡°Se politiz¨® en la Escuela T¨¦cnica de Ingenier¨ªa de Embajadores¡±. All¨ª curs¨® durante un lustro la maestr¨ªa industrial de electr¨®nica. Conoci¨® un discurso acorde a su ¨¢nimo ind¨®mito. La CNT se legaliz¨® en 1977 y atrajo a muchos j¨®venes desencantados con la pol¨ªtica tradicional. En un a?o dobl¨® la afiliaci¨®n, que el informe de gesti¨®n presentado por la Secretar¨ªa de Organizaci¨®n cuantific¨® en 200.000 en todo el pa¨ªs. El sindicato se convirti¨® en algo m¨¢s que un refugio para nost¨¢lgicos. Bajo sus siglas Vicente desataba una energ¨ªa creativa.
Pr¨®logo de La Movida
El joven compaginaba la actividad pol¨ªtica con una inquietud profesional y cultural. En su casa de la calle Calatrava, a donde se mud¨® junto a Paz, experimentaba con cachivaches electr¨®nicos. Fabric¨® una pieza que pitaba cuando la ba?era iba a rebosar. Y las luces del dormitorio se encend¨ªan mediante dos palmadas. Los cables, bater¨ªas, placas y chips no le impidieron cultivar la literatura. Puso voz a una generaci¨®n con ideas, pero sin medios de expresi¨®n. Escrib¨ªa en Ajoblanco, la revista agitadora del momento. Tambi¨¦n se prodig¨® en las p¨¢ginas de Hermano Lobo, un semanario que llev¨® la s¨¢tira c¨¢ustica a los quioscos. All¨ª publicaban sus vi?etas El Roto y Forges; Manuel Vicent firmaba una columna fija, y Rosa Montero dio a conocerse como entrevistadora. Todos ellos pasaron despu¨¦s por EL PAIS.
Los textos de Vicente no eran ensay¨ªsticos, sino relatos cortos de ficci¨®n. La fantas¨ªa permite imaginarse a uno mismo y a otros de manera diferente. Sus ilustraciones a plumilla se reg¨ªan por la misma m¨¢xima y evocaban sue?os o utop¨ªas. Pas¨® muchas horas frente a la mesa de dibujo de un ¨¢tico de la calle Augusto Figueroa, base de operaciones de los Laboratorios Colectivos Chueca: La Cochu. El local fue la antesala de La Movida Madrile?a. Sirvi¨® de paraguas para un mont¨®n de proyectos contraculturales entre 1977 y 1980. Desde all¨ª se produc¨ªan numerosos fanzines que despu¨¦s recalaban en El Rastro. Impulsaron a grupos musicales como Tequila, Burning o Kaka de Luxe y fueron pioneros en el dise?o de carteler¨ªa y portadas de discos.
De toda esa eclosi¨®n se acuerda Andres Krakenberger, de 62 a?os. El expresidente de Amnist¨ªa Internacional de Espa?a ahora reside en el Pa¨ªs Vasco, pero comparti¨® con Vicente aquella estancia destartalada en la que suced¨ªa de todo: ¡°Era un currante. Hizo cientos de carteles para conciertos. Ten¨ªa un estilo un tanto tembloroso y apenas utilizaba tramas como todos los dem¨¢s. Prefer¨ªa trabajarse las sombras, en plan artesanal, con peque?os puntos de rotring¡±. Aquello fue una suerte de comuna conformada por dibujantes, poetas, cr¨ªticos de arte, m¨²sicos y locos por la tinta. Una sacudida hizo temblar la oficina cuando el telediario inform¨® del asesinato: ¡°He sentido el aliento de la muerte en el cogote dos veces. La primera, el d¨ªa que cruc¨¦ la calle de Claudio Coello solo media hora antes de que explotara el coche bomba de Carrero Blanco. La segunda, cuando me enter¨¦ de que hab¨ªan matado a Vicente a tiros¡±.
Una sospecha
Nunca hubo imputados por el asesinato de Vicente. Tras la manifestaci¨®n de Fuerza Nueva en Vallecas se efectuaron diez detenciones, incautando cuchillos de doble filo, cadenas y dos pistolas, seg¨²n inform¨® Diario16. Sin embargo, ninguna de las armas de fuego encontradas se relacion¨® con el disparo de la calle Carlos Mart¨ªn ?lvarez. El Gobierno Civil anunci¨® en los meses posteriores estar tras las pistas definitivas del autor, pero sus huellas se perdieron en el curso de la historia. Juan Carlos Cuervo, el hermano menor, de 53 a?os, intuye que la refriega pudo esconder un atentado premeditado: ¡°A Vicente lo estaban buscando. Era alguien que no pasaba inadvertido. Hablaba mucho y daba siempre su opini¨®n¡±.
La misma escuela de electr¨®nica que inocul¨® en Vicente la inquietud pol¨ªtica pudo ser su perdici¨®n. Por all¨ª circulaban los ac¨®litos de Emilio Hell¨ªn, condenado a 43 a?os de prisi¨®n en 1982 por asesinar a Yolanda Gonz¨¢lez. Era ingeniero y dirig¨ªa una academia del sector. Durante el registro, la polic¨ªa hall¨® en su despacho un revolver Walther y otro Star, un subfusil Comando, un bol¨ªgrafo pistola y abundante munici¨®n. Hell¨ªn compadreaba con personal y alumnos de la escuela de Embajadores. De igual modo que era amigo de Rodrigo Lial, director del Centro Nacional de Formaci¨®n Profesional donde Yolanda cursaba sus estudios. Lial pudo facilitar informaci¨®n sobre la estudiante vasca al batall¨®n que le dio muerte. Quiz¨¢ otros ojos vigilaron los movimientos de Vicente con el mismo fin. Agazapados detr¨¢s de una insignia con el yugo y las flechas; esperando el momento adecuado para asestar un golpe mortal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.